Querida entropía, espérame, que allá te voy

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Imagen tomada de http://brycewolkowitz.com/h/artist_gallery.php?a=6

Como su última voluntad pidió que sus restos, finamente reducidos a una tenue ceniza, fueran arrojados al mar. Más allá de una poética descripción del final de la vida, la muerte es la última forma de expresión de la entropía (medida del desorden de un sistema). ¿Entropía? Seguramente has oído de ella. De la tendencia del Universo a maximizarla y, en esa tarea infatigable, eventualmente alcanzar su propio fin. Tu habitación o al menos algún cajón de tu escritorio es sin duda una muestra inequívoca de este actuar: desorden por todos lados, objetos que alguna vez estuvieron impecablemente acomodados, ordenados, empacados, ahora pululan sin control entre los espacios disponibles o incluso encima de ellos. La entropía es para muchos un sinónimo de libertad. Que las moléculas del agua, oprimidas en fases condensadas líquida o sólida, puedan escapar al caos liberador de la nube es un acto de rebeldía microscópica. Para que de esta forma se unan a sus hermanas en la alta atmósfera y finalmente, en un ciclo hidrológico que se antoja eterno y repetitivo, regresen sobre nuestras cabezas como lluvia refrescante. El reloj rítmico de la entropía está escondido en nuestras células, en un lenguaje molecular y secreto. Nos sorprende mientras vamos creciendo, y muchas veces nos empeñamos en acelerarlo. Pero cuando nos descubrimos la arruga en la frente, la pata de gallo en los ojos o esas líneas de expresión que se nos forman al sonreír ante el espejo, nos invita a reflexionar si realmente era lo que estábamos buscando. Y entonces esa carrera por la libertad entrópica se torna en una lucha inútil por contenerla. Antioxidantes, cremas, cámaras hiperbáricas, extractos de hierbas… todo con tal de contener el efecto degenerativo del vector temporal que nos transportará a nuestra cita con la Gran Entropía Universal. Seguramente ya lo estás percibiendo en tus células. Todo empezó desde el instante cero de tu existencia. Células multiplicándose, especializándose, agrupándose en tejidos, en órganos, en sistemas funcionales. Reacciones químicas acoplándose para intercambiar materias primas, electrones, energía y degradándose en el proceso. Radicales libres y otros subproductos de la respiración oxidativa acumulándose y matando células y tejidos. Envejeciéndote, por decirlo de otra forma. Pasada la luna de miel metabólica, se activan por distintas razones y mecanismos las órdenes contenidas en esa doble hélice que suenan a condena final: activar muerte celular. Y allá van los mensajeros químicos, propagándose por el torrente sanguíneo para desencadenar la cascada apocalíptica terminal. Nuestras piernas flaquean, las mejillas palidecen, la garganta se seca. Nos excusamos de la mesa y subimos a reposar un poco; ese cansancio absurdo e inexplicable que nos domina súbitamente. La respiración se entrecorta, la mirada se nubla. Tus recuerdos vuelven a ella: la pelirroja de aquel verano que parecía interminable, pero que finalmente te dejó. Toses. Tiemblas. Tus moléculas saben en dónde terminará todo esto. Empiezan a romper las jaulas ordenadas que las encierran. Uno a uno tus sistemas empiezan a colapsar. Tu última sensación es la de las manos de ella sobre las tuyas, en un último adiós que ya nada va a conseguir cambiar. Cuando exhales el último aliento, apenas estarás en el punto de inicio de una sinfonía de cambios que terminarán en el instante justo en que concluya esa cadena de degradaciones estructurales. Órganos, tejidos, células, moléculas… todas revertirán su naturaleza para regresar a sus componentes individuales más básicos. Inevitablemente en polvo te convertirás. Ahora eres una fina acumulación de minerales, sustancias químicas y recuerdos. Los átomos que alguna vez nacieron violentamente en el corazón de una estrella y que llegaron alguna vez a darte forma y ser, esperarán la siguiente oportunidad de reorganizarse, desafiar a la entropía nuevamente y asomarse a su entorno con más curiosidad e ímpetu que la ocasión anterior. Tal vez la vuelvas a encontrar, tal vez el azar te ponga junto a ella de nuevo, tal vez sí, pero también tal vez no. La termodinámica no te explicará por qué te enamoraste de ella. Pero inevitablemente será muy precisa para describirte esa compleja e intrincada trayectoria que conecta los dos puntos que ya habrás rebasado: el de tu nacimiento y el de tu ineludible muerte.

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