Los retos de la cuarta transformación

«El propósito mayor de nuestro movimiento es garantizar el buen vivir de los mexicanos». Nuevo Proyecto de Nación.

 

Aún no concluye el asombro provocado por los resultados electorales, cuando se hace necesaria la reflexión sobre los retos que implica llevar adelante la cuarta transformación histórica de nuestro país, legitimada por la decisión de millones de mexicanos asumida el primero de julio pasado.

Un primer señalamiento sobre los nuevos vientos que soplan en el país, es recocer que empezar a cambiar no es tarea exclusiva del presidente de la República, sino esfuerzo colectivo y organizado de la población que votó por un proyecto alternativo que convoca al cambio. Lo cierto es que la transformación de México tendrá una dinámica determinada por los niveles de participación popular en el proceso, cuyo sustento son las tres transformaciones históricas vividas a lo largo de nuestra historia como nación.

Si de la primera transformación, que culminó con la derrota del imperio español, surgió la nación mexicana y la segunda, la Reforma, consolidó la República liberal que logró separar el poder eclesiástico del poder civil y la tercera, la revolución de 1910-17, terminó con el régimen oligárquico y el modo de producción extractivista primario-exportador e impulsó el desarrollo capitalista del país; la cuarta transformación, no puede ser otra que el comienzo del camino que conduzca al pueblo de México hacia su emancipación definitiva.

El proceso de transformación propuesto por Andrés Manuel López Obrador está en el orden del día de las tareas prioritarias del pueblo de México y ha de ser asumido como el reto inmediato de los mexicanos, tarea que, para llevarse a cabo, debe superar varios obstáculos, en primer término, las estructuras antidemocráticas construida los regímenes neoliberales a lo largo de los últimos 36 años.

Sin duda, la transformación no puede venir desde arriba, es lo menos deseable; entonces, lo primero que habrá de construirse es una nueva visión del ejercicio de la democracia que salga de los límites de lo electoral, es decir, si los mexicanos, como dice Enrique Semo, “ingresamos a la política” en la pasada jornada electoral, se deberán establecer nuevos canales para facilitar la comunicación entre autoridades y población y multiplicar las medidas para alentar la participación ciudadana en el debate y la toma de decisiones de aquellas cuestiones que le competen: la consulta sobre el NAICM es un buen comienzo para organizar los debates que incluyan a la población interesada y tomar una decisión informada; lo mismo que la consulta que se ha anunciado sobre la “mal llamada Reforma Educativa” o las reflexiones sobre el cómo revertir la reforma energética y laboral. Todo esto requiere mucha participación y aprender a organizarse a pasos acelerados para ir construyendo la democracia participativa y directa, inédita en México.

Junto con la construcción de la nueva democracia es preciso que el Estado recupere su carácter social. Esto significa establecer los necesarios controles a la actividad económica y convertirla en un proceso que no se reduzca a lograr la máxima ganancia del capital, sino orientarla al mercado interno que es necesario fortalecer mediante una política, enérgica, inmediata y sin concesiones, encaminada a modificar la distribución del ingreso en favor de los trabajadores, política que incluya la reforma educativa, ahora, elaborada y puesta en marcha con el concurso de los trabajadores de la educación, los padres de familia, los estudiantes y los especialistas en el tema, con el fin de garantizar una formación basada en la reflexión y el pensamiento críticos, una educación liberadora; también se deberá ampliar la cobertura de la salud que evite las enormes distinciones que el neoliberalismo ha generado entre el sistema de salud privado y el público, pero sobre todo, para garantizar una mayor protección a los mexicanos, un sistema de salud que privilegie la prevención, sin descuidar la curación y la rehabilitación; asimismo, deberá reformarse el sistema de pensiones, cuyo mayor logro ha sido financiar con recursos de los trabajadores al sector privado en proyectos de elevada rentabilidad, aunque la miseria de las pensiones no les permita tener un retiro digno.

Por supuesto, se trata de una economía social y solidaria, en la cual la inversión pública en infraestructura que tienda a corregir la iniquidad social provocada por el neoliberalismo cuyo funcionamiento anula los derechos sociales, laborales, culturales y ambientales, derechos que, ahora, es posible recuperar.

El desarrollo comprendido sólo como crecimiento, no responde a las expectativas generadas. La alternativa es, hoy, reconocer al ser humano como sujeto y fin del proceso económico, lo que significa privilegiar al trabajo y el abandono de la ganancia como el fin único y motor de la actividad económica; se trata una nueva relación equilibrada entre sociedad, Estado y mercado, en armonía con la naturaleza, que tiene como objetivo garantizar la producción y reproducción de las condiciones materiales e inmateriales que posibiliten mejorar las condiciones de vida de la población. En este sentido, un sistema de ciencia y tecnología orientado a resolver carencias sociales es indispensable.

Reorganizar el sistema económico en los límites del capitalismo, puede significar la integración de las formas de organización económica pública, privada, mixta, popular y solidaria. No se trata de segmentar la economía, por el contrario, este sistema económico engloba todas las formas de organización económica existentes y a las que surjan en el futuro. Las posibilidades de constituir un sistema armónico, solidario y social son enormes dado el ánimo de la población, como pocas veces, dispuesta al cambio. Sin duda, la transformación económica, cruza por superar el divorcio entre “lo económico” y “lo social”, entre “lo productivo” y “lo solidario” y, a diferencia de las visiones tradicionales del desarrollo y del fundamentalismo neoliberal, el valor básico de la economía tendrá que ser la solidaridad.

Que la economía sea social podría ser visto incluso como una cuestión innecesaria, pues toda organización económica es social, pero en el tránsito hacia una fase postneoliberal cobra sentido recuperar la preocupación por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. En esta línea y con el fin de fortalecer el proyecto económico, es posible recuperar el concepto del Buen Vivir que no es una propuesta de desarrollo alternativo, sino una alternativa al desarrollo cuya visión tradicional se basa en el crecimiento, la productividad y el trabajo alienante. El Buen Vivir, entonces, puede ser una oportunidad para construir otra sociedad sustentada en la convivencia del ser humano en diversidad y en armonía con la Naturaleza, a partir del reconocimiento de los diversos valores culturales existentes en cada una de las regiones que integran el país. Por supuesto, no se trata de proponer el “paraíso en la Tierra”, sino de considerar una alternativa posible y viable.

Con estos principios, teniendo como propósito fundamental crear empleo, apoyar al campo y a las pequeñas y medianas empresas, conviene recuperar la política de desarrollo regional, cuyo objetivo sea disminuir las desigualdades y la pobreza prevaleciente en las regiones del país, impulsando el desarrollo de las fuerzas productivas regionales en un proceso endógeno.

Finalmente, el campo debe ser prioritario en la nueva política económica, saldar la deuda social con las mujeres y los hombres del campo es un compromiso ineludible.

Las condiciones objetivas y subjetivas para la Cuarta Transformación están dadas, la población adquiere madurez y está dispuesta a participar en el cambio, cuya radicalidad e intensidad dependerá de la movilización social que provoque la dirección que adquiera el proceso de cambio. Hay liderazgo y voluntad política para avanzar. La suerte está echada.

 

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