Aldebarán

La Luna, Aldebarán, Marte y las Pléyades, tomada de http://misfotosdecantabria.blogspot.com/2017/05/la-luna-aldebaran-marte-y-las-pleya- des.html, http://www.fotografianocturna.net José Miguel Martínez

La Luna, Aldebarán, Marte y las Pléyades, tomada de http://misfotosdecantabria.blogspot.com/2017/05/la-luna-aldebaran-marte-y-las-pleya- des.html, http://www.fotografianocturna.net José Miguel Martínez

Aldebarán es el nombre de una estrella. No recuerdo cuando fue que, durante una noche invernal, la busqué en el cielo nocturno. Tampoco puedo precisar la fecha en la que leí con un asombro inconmensurable, el poema de Miguel de Unamuno y Jugo (1864 – 1936) llamado así: Aldebarán. En esta obra maestra pueden caber todos los calificativos, en términos de la potencia verbal hasta la ternura idílica. Este sentimiento procede de la misma belleza de la estrella, hasta la gallardía del nombre mismo de este astro que ha sido admirado desde el inicio del ser humano como especie.

Soy un ignorante de la astronomía, pero esta condición no me limita para dirigir la vista al cielo, prácticamente en cualquier momento del día o la noche. Tampoco representa un impedimento para poder descubrir con admiración, lo que el universo me muestra, revisando documentos que tratan de explicar la naturaleza del cosmos por medio de la investigación científica que desgrana secretos sorprendentes y particularmente deslumbrantes, como las mismas estrellas.

Imagino a Don Miguel de Unamuno, a principios del siglo pasado, mirando al cielo nocturno, identificando maravillado a esta luminaria que, de un color rojo, se muestra famosa, por su belleza excepcional. Debido a esto, el filósofo y poeta escribe: Rubí encendido en la divina frene, Aldebarán, lumbrera de misterio, perla de luz en sangre.

En ese entonces, aún no se conocía que el universo se encuentra en expansión partiendo de la “Gran Explosión o Big Bang” ni tampoco existían los impresionantes telescopios con los que contamos ahora; sin embargo, esta no fue una limitación para que este personaje se adelantara a nuestro tiempo, deduciendo el origen del sistema solar expresando, con una interrogante pletórica de una belleza indescriptible, conceptos extraordinarios… ¿Viste brotar al sol recién nacido? ¿Le viste acaso cual diamante en fuego soltarse del anillo que fue este nuestro coro de planetas que hoy rondan en su torno, de su lumbre al abrigo, como a la vista de su madre juegan, pendientes de sus ojos, confiados los hijos?

Estas palabras no surgen de breves momentos en los que se puede mirar el cielo nocturno, sino de una meticulosa observación llena de mística y atestada de horas y horas de escrupulosa vigilancia en obscuridad serena y apasionada.

Unamuno continúa con una serie de preguntas conmovedoras: ¿Y más allá de todo lo visible, qué es lo que hay del otro lado del espacio? Allende el infinito, di, Aldebarán, ¿Qué resta? ¿Dónde acaban los mundos? ¿Todos van en silencio, solitarios, sin una vez juntarse; todos se miran a través del cielo y siguen, siguen, cada cual solitario en su sendero?

Estas interrogantes no plantean ni sugieren una respuesta, sino que dejan a la imaginación, la pregunta que nunca es contestada. Una pregunta callada, que no solamente es inquietante y turbadora sino también, esperanzadora y anhelante de paz. Gradualmente, en una melodiosa combinación de metáforas, lleva a un ritmo que contrasta con poderosas palabras: ¿Qué amores imposibles guarda el abismo?¿Qué mensajes de anhelos seculares trasmiten los cometas?¿Sois hermandad?¿Te duele, dime, el dolor de Sirio, Aldebarán? ¿Marcháis todos a un punto? ¿Oyes al sol? ¿Me oyes a mí? ¿Sabes que aliento y sufro en esta tierra, mota de polvo, rubí encendido en la divina frente, Aldebarán? ¿Si es tu alma lo que irradia con tu lumbre, lo que irradia, es amor?

Fraccionar este poema me parece un pecado, pues su valor se muestra cuando se lee completo, de corrido la primera vez y después, poco a poco, gradualmente en las siguientes lecturas para volver a hacerlo de corrido, infinidad de veces, de la misma forma en la que uno debería ver el cielo cotidianamente, en un momento en el que ahora, casi nadie se ocupa de esta experiencia para identificar nubes y constelaciones. Yo también me hago muchos cuestionamientos en este momento tan difícil de entender; y si comprender es algo distinto al simple entendimiento, ambos vocablos me aturden obligándome a refugiarme en los perfiles inmateriales del arte, adentrándome en la atenta lectura de poemas como este. Y me identifico en otro fragmento: Siempre solo, perdido en lo infinito, Aldebarán, perdido en la infinita muchedumbre de solitarios… ¿Sin hermandad? ¿O sois una familia que se entiende, que se mira los ojos, que se cambia pesares y sentires en lo infinito? ¿Os une acaso algún común deseo? ¿Como tu luz nos llega, dulce estrella, dulce y terrible, no nos llega de tu alma el soplo acaso, Aldebarán?

La ubicación de estrellas y constelaciones cada vez es algo extraño para las nuevas generaciones y pareciera que entre más viejos nos vamos convirtiendo, disfrutamos de los estados de contemplación, como los niños gozan comiendo caramelos y nosotros uvas dulces o también fermentadas. Así, encontramos placeres en elementos que en el pasado no nos conmovían y podemos valorar con más puntualidad, la calma, que el ajetreo o la agitación. Encontramos conexiones en el tiempo y valoramos los sucesos históricos, con sorpresa y pasión. De vosotros, celestes jeroglíficos en que el enigma universal se encierra, cuelgan por siglos los sueños seculares; de vosotros descienden las leyendas brumosas, estelares, que, cual ocultas hebras, al hombre cavernario nos enlazan.

Gradualmente le he perdido el miedo a la muerte y en un estado de análisis constante, veo que en efecto nos encontramos en un mundo donde nuestra inteligencia, no avanza a la misma velocidad con lo que se nos van presentando los complejos problemas que debemos resolver; pero también puedo sentir que la vida no se crea ni se destruye sino que se transforma. Es como experimentar que el átomo de Hidrógeno que forma parte de una molécula en la uña de mi ortejo (dedo gordo) derecho, formó parte de un dinosaurio hace millones de años. Así me llega a la mente, la forma en la que Miguel de Unamuno termina su poema: Sobre mi tumba, Aldebarán, derrama tu luz de sangre, y si un día volvemos a la Tierra, te encuentre inmoble, ¡Aldebarán, callando del eterno misterio la palabra! ¡Si la Verdad Suprema nos ciñese volveríamos todos a la nada! ¡De eternidad es tu silencio prenda, Aldebarán!

El 23 de noviembre vamos a poder observar la conjunción de la Luna con la estrella Aldebarán, visibles poco después de que anochezca; y a medida que avance la noche, se desplazarán hacia el oeste, hasta que amanezca.

Va a valer la pena ponernos en la misma situación que Unamuno y repasar su poema en medio de la nada y del todo, percibiendo lo que este gran poeta y pensador nos legó en un generoso obsequio en el que unió arte, ciencia, belleza e invitación a sumergirnos en un estado de verdadera comunión con la vida y la materia.

 

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