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París, cerca de 1900

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Imaginemos por un momento que estamos a finales del siglo XIX. Las personas no se levantaban y miraban su celular como primera actividad de la mañana, no tenían a Alexa para encender de forma automática las luces, de hecho la electricidad apenas iluminaba las primeras ciudades.

Hoy en día, varias personas se escudan con sus propios sesgos para confirmar sus creencias a través de la ciencia, “está comprobado científicamente”, “lo dice la ciencia”; sin embargo, para la gente común de esa época, la ciencia no se percibía como lo hacemos hoy en un mundo interconectado, más bien era algo que les traía avances tangibles: una nueva máquina en la fábrica o la electricidad en las calles. Para aquellos académicos, pensadores e interesados (con dinero) de la materia, existían varias preguntas que estaban en las fronteras en la ciencia. Una, que sólo unos pocos se atrevían a formular, era ¿de dónde proviene la energía que emiten algunos materiales como el uranio?

Si en la actualidad se encontrara  la respuesta a una de las preguntas en la frontera del conocimiento, lo sabríamos casi inmediatamente porque al mirar el celular la primera noticia en aparecer sería “Se descifra la enigmática naturaleza de la materia oscura”.  Sin embargo, en la época de Curie, respuestas a preguntas como el origen de la energía del uranio, rara vez aparecían en los titulares de los periódicos. No había videos titulados  “El Uranio en 15 seg”; por lo que la mayoría de las personas no habría sabido siquiera lo que es el uranio, ni habría comprendido su importancia, aunque para los físicos y químicos del momento, esta pregunta era inquietante.

Los físicos y químicos del momento, este misterio era realmente inquietante ya que  habían comenzado a observar fenómenos extraños: algunos materiales, como el uranio, emitían una energía invisible, incluso en la oscuridad.

En 1898, en París, entra en acción nuestra protagonista. Entre experimentos y el bullicio de los laboratorios, una mujer de origen polaco llamada Marie Curie estaba a punto de cambiar la historia de la ciencia. Desde luego que el público en general no sabía de su trabajo, quizá los científicos que caminaban por el Jardín de Luxemburgo comentaban sobre ello, o tal vez alguna pequeña reseña aparecía en una sección dedicada a “curiosidades científicas” de un periódico local. Lo cierto es que el nombre de Curie no sería conocido por el público hasta que sus descubrimientos comenzaran a expandir los límites del conocimiento, pero principalmente a tener alguna aplicación.

La pregunta sin respuesta

La ciencia de aquel entonces ya había logrado mucho. Sabíamos sobre la electricidad, sobre el calor, sobre las leyes que gobernaban el movimiento de los cuerpos. Sin embargo, había una interrogante más profunda: ¿qué sucedía dentro de la materia? Elementos que contenían uranio, algo que parecía tan inerte y común, radiaban, como si dentro de ellos existiera una pequeña fuente inagotable de energía, pero no se sabía por qué.

Muchos científicos creían que quizás se trataba de algún tipo de interacción con el entorno, algún tipo de fuerza externa. Marie Curie, de quien se dice que era una mujer tranquila, pero con una mente afilada, decidió enfocar su intelecto, tiempo y recursos a la cuestión. Junto con su esposo, Pierre Curie, se dedicaron a medir la radiación que emitían estos materiales.

El descubrimiento que sorprendió al mundo

Trabajaba día y noche en su laboratorio, obsesionada con resolver el enigma, hasta que encontró su primer gran descubrimiento: la intensidad de la radiación no dependía de la cantidad de luz, el calor o las condiciones externas, sino que esta energía venía del interior del propio material y no dependía del entorno. Esto rompía con todo lo que se sabía sobre la materia.

Entonces, ¿cómo se enteró la gente ajena al mundo científico de este descubrimiento? Para la mayoría, este tipo de información solía llegar tarde, quizás semanas o meses después del suceso, y por medio de artículos en periódicos científicos, por reporteros curiosos o incluso del boca a boca. Este caso no fue la excepción.

Imagina que lees una pequeña nota en el periódico: “La científica polaca, Marie Curie, sugiere que ciertos materiales emiten energía desde su interior”. Seguramente, como lector curioso te habrías detenido en el titulo, pensando: “¿Qué significa eso?”. Pero la verdadera revelación vendría después.

El origen oculto de la energía

Marie Curie descubrió algo mayor: dos nuevos elementos que emitían aún más radiación que el uranio: el polonio y el radio. La Tabla Periódica no estaba completa, ni en su versión final, por lo que el descubrimiento asombró a la comunidad científica, y pronto la noticia comenzó a extenderse. El radio era un elemento que emitía energía de forma continua sin agotarse, algo de lo que las personas escuchaban y se asombraban, auqnue seguramente sin comprender del todo las implicaciones.

¿Qué significaba esto realmente? Por primera vez, se estaba sugiriendo que los átomos, esos bloques fundamentales de la materia que se creían indivisibles, no lo eran, ni tampoco eran estables. Curie había descubierto que los átomos podían descomponerse y, al hacerlo, liberaban enormes cantidades de energía. Esto contradecía lo que la comunidad científica pensaba.

Imaginemos otra vez al lector común, aquel que no es de un bando académico, seguramente la noticia le sonaría como si se hubiera descubierto una fuente de energía infinita dentro de una piedra cualquiera.

La radiactividad, ese término que Marie Curie acuñó, empezaba a resonar en las discusiones científicas y en las clases sociales altas. Imagínate a una familia rica reunida alrededor de la radio, escuchando una noticia extraña sobre una “piedra que brilla en la oscuridad y emite calor sin perder su energía”. Estas sí eran noticias que emocionaban y se pasaban de boca en boca.

La respuesta al enigma

Finalmente, la respuesta a la pregunta que se planteó al inicio, que en su momento muchos científicos se habían hecho, estaba clara. La energía que emitían materiales como el uranio y el radio provenía del interior de los átomos. Hoy sabemos que es un proceso llamado desintegración radiactiva, donde los átomos se rompen y liberan energía. Curie había desvelado un secreto de la naturaleza, algo que antes ni siquiera se imaginaba, la energía nuclear.

Aunque la gente común de la época no comprendía por completo las implicaciones de este descubrimiento, el mundo de la ciencia había cambiado para siempre. Lo que Marie Curie había descubierto no sólo contestaba la pregunta del origen de la energía del uranio, sino que también iniciaba una era completamente nueva en la física, la era atómica.

Las manos de Marie Curie

Actualmente, los descubrimientos de Marie Curie parecen solo una parte más de la historia, algo que aparece en los libros de ciencias naturales en la primaria o secundaria. Sin embargo, si volvemos al París de 1900, podemos imaginar la sorpresa, la emoción y quizás el escepticismo que habría sentido la gente al escuchar que una mujer polaca había descubierto que dentro de los átomos se escondía una nueva fuente de energía.

Los científicos seguirían trabajando para entender mejor lo que Curie había iniciado. La teoría atómica, la física nuclear, la energía radiactiva, todos estos conceptos que ahora nos son familiares, iniciaron en sus manos, en un pequeño laboratorio, entre frascos de minerales y aparatos de medición rudimentarios. Marie Curie nos mostró que incluso las cosas más pequeñas, como los átomos, pueden contener lo necesario para cambiar al mundo.

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