Ante una serie de negociaciones vergonzosas, una política de transacciones que abrían la puerta del poder por enésima vez a Santa Anna; Melchor Ocampo contestó molesto a su amigo Juan Bautista Ceballos, ante la invitación de sumarse a su mandato “Mi carácter es tal, que prefiero quebrarme a doblarme”. De manera más detallada y magistral lo plasma Orlando Ortiz en su novela publicada por el Fondo de Cultura Económica “Me quiebro, pero no me doblo”. Y que antes de que estas líneas pasen como segundos en un reloj, te invitamos a leer y a conocer más sobre la vida del que fuera una de las mentes maestras de las “Leyes de Reforma” de nuestro país.
Regularmente cuando pensamos en personalidades que fueron parte de la historia de un país, nos vienen a la mente tan solo sus hazañas, el lugar de origen y su muerte, pero pocas veces se nos enseña a la persona como tal, sus gustos, sus anhelos, su forma de sentir y de pensar, y la verdad es que son escasas las ocasiones en las que nos detenemos a pensar sobre ellos como niños, como jóvenes y en qué fue lo que los motivó para obtener ese pase a la historia de una población y que ciudades, municipios y calles lleven sus nombres. Seguramente Melchor Ocampo es una de estas personalidades, o ¿usted qué dice, querido lector?; será Ocampo un personaje tan solo vinculado a las Leyes de Reforma y al presidente Juárez. Posiblemente.
Cuando nos atrevemos a decir que la Biodiversidad moldea la cultura es porque no cabe la menor duda de que somos del lugar en donde crecemos, ya que la gastronomía depende directamente de los bienes naturales disponibles; las fiestas en donde se incluyen danzas, adornos y bebidas; el arte, ya sea que esté plasmado en la arquitectura, por ejemplo, en las iglesias y conventos, o las mismas artes plásticas. Si esto es cierto el personaje que visita en esta ocasión esta columna fue moldeado en las hermosas y fértiles tierras michoacanas, ya que dicho territorio lo vio nacer y crecer en una hacienda de la que era dueña doña Francisca Xaviera de Tapia y Balbuena y de la que él siempre se preguntó si era su madre biológica; si bien doña Francisca dio cobijo a un puñado de niños y niñas que durante la guerra de Independencia quedaron huérfanos, para Ocampo fue muy difícil entender su cariño, ya que para él fue imprescindible así como el de su nana y su hermana, todas mujeres indispensables en su desarrollo para llegar a ser ese personaje del que hoy los libros de historia hablan.
El paisaje es otro de los servicios ambientales que brindan los ecosistemas, así que pensemos en aquellas postales que tanto le encantaban al niño y al joven, esas que circundaban las tierras de aquella hacienda de Pateo y que si gran parte del territorio de México son matorrales y zonas semidesérticas habitadas por un gran número de especies de cactáceas, más de 675 especies de las cuales 518, aproximadamente, son endémicas para nuestro territorio; entonces no es para nada descabellado que ante tal escenario natural el joven Ocampo se interesara en los cactus para estudiarlos, incluso podríamos aventurarnos a decir que antes que la política, su interés estuvo alrededor de concretar una listado de especies de cactus de la región y que más de una vez, a su regreso a la hacienda, retomaría sus estudios botánicos para olvidar el tedio que la política convulsa de un México que veía sus primeros pasos como nación independiente le provocaba.
El joven Ocampo ingresó en el Seminario Tridentino de Morelia y después estudió leyes en el seminario de México y finalmente en la universidad de México, en donde se especializó. Este joven que siempre destacó por su forma tan avivada de pensamiento e interés por casi cualquier tema, vio en la política una cosa complicada, por ello siempre prefería las matemáticas, la historia natural, la botánica, la física, la química, la astronomía, la filosofía, la vida en el campo en aquella hacienda en la que tenía aquellos huertos en donde tenía a resguardo plantas que en ocasiones recolectaba del campo y de las que tenía la esperanza de encontrar alguna que no hubiera sido descrita, hasta entonces por Linneo. No hay que olvidar su especial interés por las plantas medicinales, de las cuales había leído mucho y que también lo acercaron a la gente que trabajaba para la hacienda y de quienes se granjeó su amistad desde muy pequeño. Quizá dicha amistad le hizo darse cuenta de lo abandonada que estaba la población y de las desigualdades, así como de los horrores que el poder ejercía sobre ellos, tal vez y solo tal vez ahí fue donde entendió la frase: “México tiene los sesos en el ombligo, por eso no se da cuenta si tiene piojos en la cabeza o niguas (Tunga penetrans, insecto que ataca los pies), en los pies”; esto lo puso a pensar mucho y seguramente sería, entre tantas cosas, el detonante para involucrarse de manera activa en la política de México y ser, junto a Benito Juárez y muchos más de esos hombres que le dieron rumbo a esta gran nación.
Melchor Ocampo fue considerado un liberal peligroso, por ello estuvo preso en San Juan de Ulúa. Su hija nunca lo dejó solo. Firmó el tratado Ocampo-Mc-Lane (tratado que lo puso en el ojo del huracán). Redactó y fue autor de las Leyes de Reforma. Ocampo murió fusilado en Tepeji del Río, Hidalgo, el 3 de junio de 1861 a manos de Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya.
Reflexión final. Sin duda, la obra de Orlando Ortiz nos abre una ventana a la vida de Melchor Ocampo haciéndonos ver que, sin su interés por la naturaleza, difícilmente se hubiera acercado a las necesidades de la gente, o tal vez sí, pero hubiera sido de una manera completamente distinta. Hoy la frase “Me quiebro, pero no me doblo” cobra una dimensión diferente que nos invita a luchar por la Tierra y por la conservación de cada una de las especies que en esta habitan, sin importar qué tan difícil sea.
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