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No es ser descortés, solo es una mirada distinta: el descortezador

Desde hace algunos años hemos escuchado en las noticias, lugares de trabajo e incluso en las escuelas ha sido tema de relevancia y debate, ¡bueno! hasta ha sido tema importante en las pláticas de sobremesa de algunas familias o con amigos, el sujeto de tal intercambio de ideas es el escarabajo descortezador, bien, se puede decir que después de los mosquitos como vectores de enfermedades, las moscas y alguno que otro personaje no grato, este insecto quizá sea el más comentado, ¡ah, bueno! en estas fechas también se habla mucho de las luciérnagas. Sin duda todos los insectos son muy importantes; algunos, los primeros, y cuando hablamos de ellos nos expresamos y referimos a sus especies como si fueran los enemigos públicos número uno, y es que no es para menos, ya que son vectores de enfermedades que han puesto a temblar a la humanidad; pero también hay insectos, como  las luciérnagas, de las cuales siempre hablamos como si estuviéramos hablando de alguien de nuestra familia y hasta les hacemos santuarios.

El caso es que un insecto ha llegado al imaginario colectivo y al parecer por el momento se ha empezado a poner bastante cómodo, ya que no es para menos que hablemos de los escarabajos descortezadores cuando se han perdido miles de hectáreas de bosques por culpa de estos organismos, pero antes de mencionar a este “satanás de seis patas”, hagamos memoria: ¿cuándo fue la última vez que vimos un ecosistema en el que la mano del hombre no haya intervenido? Pensemos ¿a caso en los ecosistemas no hay mosquitos, escarabajos descortezadores o luciérnagas? Si en la última pregunta su respuesta fue “sí”, entonces hagámonos la siguiente pregunta: ¿por qué nos preocupa tanto?, Al grado de que las instancias gubernamentales federales como la Comisión Nacional Forestal (Conafor), la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat), en conjunto con instancias estatales y municipales estén tomando cartas en el asunto. Esperen, ¿están tomando cartas en el asunto?, ¿será esto cierto?

Antes de abordar temas un poco menos gratos, regresemos a los ecosistemas. Definitivamente nuestra visión de un ecosistema en ocasiones está un poco distorsionada, pues si bien llegamos a clasificar a las ciudades como ecosistemas urbanos, en estos ¡claro! que hay actividades y dinamismo entre las especies y ¡claro! que existen organismos a los que llamamos plagas, como son: roedores, el diablo con alas, los mosquitos, entre muchos más, pero hagamos una pausa, si ya tenemos claro lo anterior; ahora pensemos en un bosque templado en el que no hay intervención de la mano del hombre, ¿qué? acaso no hay plagas como los mosquitos o no hay  escarabajos descortezadores, la respuesta es sí, sí lo hay, entonces cómo es que durante miles de años se han desarrollado estos y cuál ha sido la relación con los árboles y con el resto de las especies, bueno, si en este  momento nuestra visión ya no es la del humano que pide a Dios evitar las plagas, seguramente ya estamos pensando. ¡Claro, hablamos de plagas cuando hay organismos que afectan nuestros intereses productivos y económicos! Estas especies han llegado a ser plagas porque nosotros y nuestras poblaciones brindan las condiciones adecuadas para que estos organismos se instalen, se reproduzcan e incrementen sus poblaciones, y por qué; porque ahuyentamos a los depredadores, brindamos condiciones óptimas, impulsamos cultivos con poca o nula diversidad de especies y al paso de las generaciones también la diversidad genética se va perdiendo.

Para México se tiene un registro de unas 70 especies de escarabajos descortezadores y muchos de ellos presentan una asombrosa coevolución, pues logran identificar a los árboles más débiles o generalmente enfermos (por lo regular los más viejos), y los colonizan; esto se genera debido a una señal química que atrae a individuos de ambos sexos hacia el árbol y es una hembra la primera en llegar al árbol, barrenar y al salir la resina del árbol se genera algo que los expertos han llamado feromona de agregación, hay que tomar en cuenta dos cosas; la primera, que sin la resina no se genera dicha feromona y que este proceso evolutivo ha llevado miles de años. Esto definitivamente nos invita al análisis, ya que si tomamos en cuenta ejemplos de manejo forestal en bosques de Canadá y algunos de Estados Unidos y observamos cómo se han ido regenerado solos. Ante esto, saltan algunas disertaciones, por qué no se realiza este tipo de manejo en los bosques mexicanos, por qué si hay estudios en los que se ha observado que los árboles muertos que se encuentran de pie mantienen a estos insectos y el avance de sus poblaciones es más lento, quizás la respuesta sea: por qué si sabemos todo esto, seguimos haciendo todo lo contrario. ¿No será que nuestro interés es la extracción? ¿No será que hace falta una revisadita a las leyes mexicanas en esta materia? Ya que en muchos casos la aplicación de estas generan la expansión de las poblaciones.

Podríamos extender esta explicación tanto como los vastos artículos sobre el tema, pero ha llegado el momento de despedirnos de ustedes, no sin antes invitarlos a conocer proyectos como los del Nevado de Colima, en donde sí se está realizando un manejo como el que aquí se propone.

 Quizá cuando nos demos cuenta de que la respuesta está ahí, en entender la relación del árbol con las demás especies, y olvidemos la necedad que nos hace explotar a la tierra y a sus especies, entonces comprenderemos que las respuestas están ahí en las más pequeñas de las interacciones. Por ahora, hay que ayudar a los bosques y la mejor forma es la diversidad de especies.

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