La enseñanza de las matemáticas siempre ha sido un campo complejo y desafiante, donde la comprensión profunda de los conceptos es fundamental para transmitir el conocimiento de manera efectiva acompañado de una preparación y práctica pedagógica. Como docente, mi historia comenzó con una debilidad personal: mi incapacidad para comprender y amar las matemáticas en mi formación como estudiante. Sin embargo, a lo largo de mi viaje como docente, he experimentado una transformación profunda que me ha permitido no solo comprender todos los factores involucrados en el proceso del aprendizaje de las matemáticas, sino también cómo la enseñanza y el docente son un agente crucial en este proceso.
Una visión limitada
Antes de estudiar la maestría en educación matemática, mi enfoque pedagógico se centraba en la transmisión de conocimientos sin cuestionarme ni analizar todos los factores que involucran la enzeñanza de la misma. Mi visión de la educación se centraba en el docente como la fuente principal de conocimiento y en los estudiantes como receptores pasivos. Además, mi comprensión de las necesidades individuales de mis estudiantes y las estrategias de enseñanza diferenciada era limitada. Las matemáticas eran vistas como una materia abstracta y desafiante que requería memorización y práctica repetitiva, y no se fomentaba el pensamiento crítico ni la resolución de problemas auténticos. Los estudiantes a menudo sentían ansiedad frente a las matemáticas, lo que afectaba su motivación y rendimiento, pero jamás pensé que eso era algo que podría cambiar.
Ampliando horizontes
Mi experiencia en la maestría en educación matemática fue una revelación. A través de las clases con catedráticos expertos e investigadores del área de educación matemática, la lectura de libros de diversos autores y enfoques, de los intercambios de experiencias con colegas, de las investigaciones y colaboración con otros docentes de diferentes niveles y contextos comencé a ver la enseñanza de las matemáticas desde una perspectiva mucho más amplia de la que hubiera imaginado. Aprendí sobre teorías de aprendizaje que ni sabía que existían, áreas de investigación que eran un completo enigma para mí, conocí propuestas de estrategias de enseñanza enfocadas en aspectos que consideraba generales, y fue ahí cuando comencé a cuestionarme toda mi formación desde estudiante hasta el momento del posgrado.
Una de las cosas que más me sorprendía en los congresos era que cuando llegaba el momento de intercambiar experiencias con docentes de distintos estados y países notábamos que adolecíamos de los mismas problemáticas de enseñanza con nuestros alumnos, y fue entonces cuando entendí que hay miles de variables que pueden intervenir en el proceso de enseñanza aprendizaje y vale la pena adentrarse al estudio de ellos.
Caí en cuenta que la razón de mi rechazo y bajo desempeño a la materia en mi tiempo de estudiante, fue precisamente que siempre se enfocaron en mí como la culpable por no ser el típico molde de alumno en la clase de matemáticas, pero si hubieran cambiado el lente de aquel docente, y notado que mi hiperactividad era un área de oportunidad, las cosas hubieran sido distintas.
Uno de los aspectos más transformadores de mi maestría fue la comprensión de las diversas formas en que los estudiantes abordan y comprenden las matemáticas. Aprendí a reconocer las diferencias individuales y a diseñar experiencias de aprendizaje que se adapten a las necesidades de cada estudiante.
Podría decir que algo que realmente cambió para siempre mi forma de enseñar fue conocer cómo las creencias de la materia, el vínculo con el docente y aspectos emocionales de los alumnos, pueden definir por completo el desempeño de un alumno en la materia. Desde ese momento entendí que la enseñanza de la matemática no es como la “matemática confusa y escueta” que toda la gente imagina. Desde entonces es uno de los elementos que más cuido en mi práctica docente.
Transformando mi práctica docente
Tras completar mi maestría en educación matemática, cada que estoy frente a grupo veo todo desde una perspectiva renovada y un conjunto de habilidades ampliado. Mi enfoque cambió de ser un “transmisor de conocimiento” a ser un “facilitador del aprendizaje como agente activo para guiar a mis alumnos”. Ahora considero a mis estudiantes como activos participantes en su proceso de aprendizaje y busco crear ambientes en el que se sientan seguros para explorar y cometer errores. Además, comencé a validar todo tipo de proceso de mis alumnos, logrando transmitir a ellos el darse la oportunidad para analizar cada falla, ya que este “error” nos brinda herramientas para lograr aprendizaje. Dejé de ver problemas y comencé a ver oportunidades.
Desde mi egreso de la maestría en 2017, me he mantenido vigente en la investigación sobre diferentes temas que aprendí. Cada que tengo la oportunidad tomo evidencias y analizo datos y cuestionarios sobre la forma de aprender de mis alumnos. Realmente me volví una investigadora que busca apoyar a mis alumnos a mejorar su aprendizaje de la matemática.
La maestría en educación matemática ha sido un parteaguas en mi carrera docente. Ha ampliado mi visión de la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, transformando mi práctica docente de una transmisión de conocimientos estáticos a un proceso dinámico de exploración y descubrimiento tanto de mis alumnos como para mí. Esta transformación no solo ha mejorado el rendimiento de mis estudiantes, sino que también ha contribuido a su confianza y amor por las matemáticas. Ahora la educación matemática es una herramienta poderosa con la que puedo cambiar el lente de mi enseñanza.