Cuando se habla de droga, la mayor parte de las personas asocia inmediatamente esta palabra con el “problema droga”. Esto lleva a la visión común de ver “droga” y “problema droga” como sinónimos. La connotación negativa del concepto droga se vuelve aun más exacerbada en un ambiente cultural que niega cualquier utilidad al acto de drogarse.
La droga hace daño, la droga es un vicio, la droga es síntoma de desasosiego y sufrimiento individual y social. Tales juicios a menudo implican que el uso de la droga es un comportamiento humano aberrante, peculiar de la especie humana.
En contradicción con este paradigma del pensamiento occidental moderno, encontramos un conjunto de datos, cada vez más considerable e indiscutible pero que continúa siendo poco valorado, que demuestra que el comportamiento de drogarse está extendido en el mundo animal. Algunos casos de “adicción animal” ya eran conocidos desde hace tiempo, pero no se les hacía caso alguno siguiendo la regla de la que el hombre occidental hace un abuso continuo: no interesarse por los datos inexplicables o en fuerte contradicción con los modelos de interpretación escogidos de antemano. A lo sumo, algún etólogo más escrupuloso interpretaba estos extraños comportamientos animales en términos psicológicos, como síntoma del malestar del animal, proyectando, por lo tanto, la interpretación patológica atribuida a la especie humana, al mundo animal.
En las últimas décadas, los datos recogidos por etólogos en todas las regiones del globo son tan abundantes que ya no pueden ser subestimadas. Lo que parecía una excepción aparece ahora como una regla de conducta en todos los niveles del mundo animal, desde los mamíferos y los pájaros hasta los insectos, y la interpretación de este comportamiento como un “malestar” ya no es aceptable. Se tendrá entonces que sospechar que en el comportamiento animal –y por lo tanto humano– de usar drogas hay un componente natural; en otras palabras, la droga desarrolla en los animales alguna función natural todavía por comprender.
Uno de los ejemplos más sobresalientes de adicción animal es el de cierto tipo de leguminosas (por lo menos cuarenta) que son psicoactivas para diferentes animales como mulos, caballos, vacas, ovejas, antílopes, cerdos, conejos y gallinas. En México, la hierba conocida como “garbancillo” (Astragalus amphyoxis) hace que los animales que la han comido se aíslen de los demás y eviten su compañía. No comen casi nada, adelgazan rápidamente y se vuelven irascibles. Si se intenta reducirlos a la manada se entumecen y se mueven de mala gana, se bloquean y se alejan de nuevo.
En África los paquidermos han mostrado verdadera pasión por ciertas palmas cuyos frutos fermentados caen al suelo, con ellos los elefantes se embriagan y golpean las palmeras una y otra vez para que caigan al piso más frutos. La concentración de alcohol etílico de estos frutos es del 7%. Los elefantes borrachos se excitan muchísimo, se asustan ante sonidos insólitos y esto los vuelve agresivos como reacción defensiva. Una manada de elefantes borrachos se considera un serio peligro para el hombre.
Varias especies de felinos, desde tigres a gatos, se embriagan después de masticar determinadas hierbas. El caso más conocido es la nébada (Nepta cataria). Se ha observado que el contacto con esta planta se da en cuatro fases: el gato olisquea la planta, en seguida lame las hojas o las mastica y agita la cabeza de un lado a otro, luego frota el hocico y las mejillas contra la planta y gira la cabeza restregando su cuerpo contra la planta y algunos don ligeros golpes a la planta con sus lomos. Al ofrecerles extracto de esta planta hay una verdadera excitación del sistema nervioso central con síntomas de excitación sexual: el macho tiene una erección espontánea y la hembra adopta la pose del apareamiento dando golpecitos con el cuerpo a cualquier objeto que encuentra.
Otro caso sorprendente es el de los renos de Siberia, que durante siglos han comido el hongo “matamoscas” (Amanita muscaria) que también ingieren ritualmente los chamanes siberianos para propiciar el vuelo mágico que les permita encontrar la causa de la enfermedad de algún paciente y aplicar la terapéutica adecuada. Las moscas “víctimas” del contacto con el hongo (hongo rojo con motas blancas que aparece en los cuentos de duendes) dan la impresión de estar muertas, con las patas hacia arriba, pero en realidad no lo están. Si las observa detenidamente, después de un lapso se recuperan del letargo en el que entraron y vuelven a volar.
Texto tomado del libro con el mismo título, publicado en Madrid por Ediciones Cáñamo el año 2000.