Hace unos 10 años realicé un viaje a Cuba para impartir un curso en una escuela internacional de ciencia de materiales que año con año organizan tanto la Universidad de la Habana (UH) como el Instituto de Materiales y Reactivos (IMRE). Me impresionó gratamente descubrir cómo se hace ciencia con mínimos recursos (en la Universidad) y cómo también se hacía la ciencia con muchos recursos (en los enormes e impresionantes Institutos de Biotecnología, Cancerología y otros más). El contraste no debe alarmar a nadie, ya que en nuestro propio país tenemos centros e institutos de investigación que en equipamiento, infraestructura y personal son de primer mundo, mientras que en las aulas de muchas escuelas públicas carecen de pizarrones y bancos en donde sentarse.
Pero lo que más me impresionó fue que, movidos por el bloqueo económico, la investigación alrededor de un recurso natural muy abundante (el azúcar) los había llevado a encontrar nuevos usos y aplicaciones a esa sustancia que en México nos sirve básicamente para endulzar nuestras bebidas. Cerca de 120 distintos compuestos químicos pueden ser obtenidos directa o indirectamente de la caña de azúcar (Saccharum officinarum), no sólo mieles o alcoholes, sino también medicamentos, alimentos para animales, resinas, plásticos, productos para la industria papelera o maderera (por ejemplo, una resina que ellos emplean en la preservación y rescate de vigas en edificios antiguos y en los antiguos suelos de madera de las calles de La Habana), entre muchos otros.
Entre los medicamentos obtenidos de la caña de azúcar se encuentra el PPG (policosanol), un efectivo regulador del metabolismo de las grasas (incluyendo el colesterol) que por cierto debido al bloqueo económico no puede ser comercializado globalmente imposibilitando su uso entre numerosos individuos con niveles altos de colesterol y serios riesgos de infarto; antimicóticos como el G-1, antidiarreicos como el Ligmed-A, etcétera. Si sumáramos el valor agregado de cada uno de los productos obtenidos por kilogramo de caña de azúcar y lo comparáramos con las ganancias que podríamos obtener por un kilogramo de azúcar o un litro de alcohol de caña, veríamos las enormes ganancias que puede generar un poco de ciencia aplicada sobre una planta tan sencilla. Y es que en México la mayoría del bagazo de la caña tiene como final la alimentación del ganado, su uso como combustible o, simplemente, se le abandona en el campo para que al descomponerse fertilice los campos de cultivo. Triste fin para un “desecho” que podría ser convertido en mucho (mucho) dinero.
Lo anterior nos puede hacer pensar en otras cosas que tiramos y que podrían reaprovecharse: hierbas y pasto seco, los desechos de la planta del maíz, las cáscaras y el bagazo de las frutas… casi todo lo que representa porciones de tallo, hojas, ramas y raíces de cualquier planta cultivada. Y no es sólo ahí donde desperdiciamos material que merecería ser investigado. También de los periódicos viejos pueden obtenerse ganancias. En una prueba, un solitario investigador aisló, tras varias etapas de extracción con solventes en varios kilogramos del diario norteamericano The New York Times, algunos miligramos de un compuesto químico con un valor cercano a los 150 dólares por miligramo. Si hubiera vendido en un puesto de reciclaje de papel esa cantidad de periódico, le hubieran pagado tal vez 1 o 2 dólares en total. En algunos países ya existen empresas dedicadas al reciclaje de los metales contenidos en las computadoras y otros aparatos electrónicos que por toneladas van a parar a los basureros. Y qué decir de los plásticos, y las latas, y las botellas de vidrio…
Tal vez ser pepenador (eso sí, elegantemente tecnificado y con un título universitario y aun mejor, con un posgrado) no sea a fin de cuentas, una mala carrera profesional. Al contrario, podría ser muy redituable.
* Profesor e investigador del Departamento de Ciencias Químico-Biológicas de la Universidad de las Américas Puebla. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. [email protected]