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La obscenidad

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Detalle de la serie “The prelude to desire”, 1799, por Utamaro, tomada

de http://www.pasunautre.com/2011/05/19/shunga-erotic-art-in-a-comparative-context/

Discutir sobre la naturaleza y el significado de la obscenidad es casi tan difícil como hablar de Dios. Hasta que comencé a hurgar en la literatura acumulada sobre el tema, nunca me di cuenta del cenegal que debía atravesar. Si se comienza por la etimología salta a la vista que los lexicógrafos no son menos embaucadores que los juristas, moralistas y políticos. Aquellos que han intentado seriamente rastrear el significado del término se han visto forzados a confesar que no habían llegado a ninguna conclusión. En su libro To the pure (Hacia lo puro) Ernst y Seagle afirman que “no hay dos personas acordes en la definición de los seis temibles adjetivos siguientes: obsceno, libidinoso, lascivo, puerco, indecente, inmundo”. Probable-mente D. H. Lawrence tuvo razón al asegurar que “nadie sabe lo que significa el término obsceno”. Para Theodore Schroeder, que consagró toda su vida a la lucha por la libertad de expresión, “la obscenidad no existe en ningún libro o cuadro, es tan sólo una propiedad de la mente del que lee o contempla”… En la Epístola a los romanos (xiv; 14) lo mismo está dicho de modo axiomático: “Yo bien sé, y estoy seguro, según la doctrina de Nuestro Señor Jesús, que ninguna cosa es de suyo impura, sino que viene a ser impura para aquél que por tal la tiene”… Tengo la impresión de que nada sería considerado obsceno si los hombres lograran llevar a la vida sus más íntimos deseos.

D.H. Lawrence, Henry Miller, Pornografía y obscenidad, Argonauta, Barcelona, 1981.

 

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