Nadie duda de la importancia de los hidrocarburos y de Pemex en el crecimiento económico del país ni de la necesidad de eficientar la producción, transformación y distribución de petróleo y gas. Las diferencias se enfatizan en los cómos, para qué, cuándos y por qué. Si la opción es acatar incondicionalmente las disposiciones de los organismos multinacionales, del imperio estadounidense o de las empresas transnacionales, la solución es enajenarles el patrimonio de la nación sin ninguna regulación ambiental, fiscal o social. Si hay considerandos otros como la contaminación ambiental, la sustentabilidad del desarrollo, la pérdida de flora y fauna, la destrucción de territorios y culturas, el agotamiento de recursos no renovables, la pérdida de soberanía y de rectoría del estado, y la necesidad de garantizar mínimos de equidad y de justicia, surgen muchos peros a la privatización de Pemex y también propuestas otras desde lo que somos y de lo que queremos ser.
La energía primaria no se agota en los hidrocarburos, ni el consumo energético está desligado de la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto ni de su propósito. La reforma energética genera polémicas diversas, no sólo desde perspectivas ideológicas, políticas y sociales vinculadas a organismos y movimientos, sino también en la academia y cotidianidad de la vida familiar. La defensa de la expropiación petrolera no es sólo racional sino emocional; cualquier intento por privatizar Pemex requiere legitimidad y no sólo de un acuerdo cupular bipartidista. En esta edición de Saberes y Ciencias presentamos las opiniones de académicos especializados y/o interesados en la generación de fuentes primarias de energía con el objetivo explícito de iniciar una discusión pública y respetuosa sobre dicho tema.