Tanatología

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La tanatología es el arte de acompañar emocionalmente a una persona en los momentos de dolor del alma, a causa de un duelo y ante las pérdidas significativas de la vida, cualesquiera que éstas sean. Dra. Martha Palencia Ávila.

La tanatología consiste en dar apoyo emocional a enfermos terminales y/o a sus familiares, así como a personas que están atravesando por un período de pérdidas emocionalmente impactantes en su vida, como un divorcio, el llamado “síndrome del nido vacío” (cuando los hijos han tomado su camino, y la pareja vuelve a estar sola), o la pérdida de la libertad en la cárcel…

El sentido humanitario de la tanatología se sustenta en el principio de acompañar y cuidar al enfermo que se encuentra en una situación irreversible, al borde de la muerte, para procurarle una mejor calidad de vida hasta el desenlace final. Su objetivo consiste, entonces, para la familia y los amigos, en aceptar el dolor que causa la pérdida. Este periodo es considerado como un “duelo”, el cual consta de cuatro etapas: Las dos primeras consisten en la negación de lo que sucede y en la reafirmación constante de esa negación; la tercera etapa será la del perdón, y finalmente la cuarta etapa es la de la aceptación de lo que está ocurriendo. Para el moribundo el objetivo consiste en enfrentarlo a su realidad y a partir de ahí sensibilizarlo con el momento tan importante que está viviendo para que pueda, serenamente, identificar sus asuntos pendientes, resolver sus conflictos emocionales, perdonarse a sí mismo y a los demás con el propósito de encontrar la paz interna y morir en el mejor estado de armonía posible con su entorno.

La doctora Elizabeth Kubler Ross fue la pionera en este tema al advertir que los enfermos, en general, pueden tener una excelente atención médica y no obstante carecer de los cuidados elementales respecto a su estado emocional. Elizabeth Kubler estudio medicina en Zúrich. En 1959 se trasladó a Estados Unidos, donde ejerció como profesora de psiquiatría en la universidad de Chicago y es autora, entre otras obras, de La rueda de la vida; Sobre la muerte; Los Moribundos y Vivir hasta despedirnos.

Los enfermos que se encuentran en fase terminal, en particular, difícilmente encuentran con quién compartir su experiencia, incluyendo a sus familiares y amigos, pues generalmente todos están esperando que algo extraordinario suceda, que ocurra una especie de milagro, y eso les impide ver la situación con más objetividad. En esas lamentables circunstancias, el tema de la muerte deja de ser considerado y su aceptación se pospone sin aceptar que ahí está, presente como una realidad inevitable.

En mi experiencia personal he percibido que las personas que están, digamos así, condenadas a muerte por un diagnóstico médico (atinado o no), con una enfermedad incurable, de alguna manera se prohíben a sí mismas hablar de la muerte, como si tan sólo al nombrarla fueran a invocarla. La mayoría de las veces ni ellos mismos se atreven a pensar que la vida, ese carrete de hilo que nos dieron al nacer, con una longitud, exacta y precisa, está por terminarse. Aunque también está el otro lado de la moneda, y encuentras muchas personas que han contenido sus sentimientos acerca de su proximidad con la muerte y, cuando te presentas como un servidor de apoyo emocional, es como si se derrumbara un dique y comienzan a expresarte lo que sienten en lo más profundo de su corazón.

Acercarse a una persona en estas circunstancias es una intensa experiencia para los que practicamos este singular ejercicio de la sensibilidad. Sin embargo, hay una línea muy sutil que uno nunca debe cruzar, pues estaríamos invadiendo el espacio más íntimo que tenemos en la vida, ese espacio donde estás contigo mismo, sin mentiras ni disfraces, donde haces un recuento y pones en la balanza tus errores y aciertos, donde aparecen los fantasmas de la culpa, las envidias y las venganzas, pero también tus amores y tus lealtades, las manos que estrechaste y los corazones que tocaste y, sin duda, muchos harán también en esos momentos de profunda reflexión un balance de sus propiedades y cuentas bancarias.

Una de las cosas más importantes para irnos en paz es, justamente, analizar a tiempo las cuentas pendientes y tratar de cerrarlas, pedir perdón y perdonar, reconciliarte contigo y con los otros.

Para el tanatólogo es muy importante, antes de acercarse a los pacientes y sus familiares, tener un espacio de silencio y recogimiento para hacer contacto consigo mismo, para tranquilizar sus propias emociones y así poder estar con el otro enteramente. De esta manera también contactamos con nuestra propia sensibilidad y abrimos la capacidad de escuchar, de compadecer y empatizar con el otro, todo esto tratando de no juzgar en ningún momento ni actitudes, ni creencias religiosas, ni costumbres o hábitos que pudieran presentarse y a los que, en otras circunstancias, tal vez nos opondríamos. Un paciente en estado terminal abre su corazón y nos confía un tesoro, su tesoro emocional y espiritual: sus miedos, enojos, amores, secretos, delitos, sueños, deseos… Parte de nuestro trabajo consiste en procurar que la persona que está en esa circunstancia tenga una vida lo más agradable posible hasta sus últimos momentos. Debemos estar pendientes, por ejemplo, de que no tengan dolor (aunque eso depende de los médicos, hay ocasiones en que se rehúsan a dar medicamentos fuertes como la morfina o los opiáceos a una persona que está por morir y con dolores horribles). En realidad nosotros cuidaremos de acompañar y calmar los dolores emocionales, que estén cómodos, que sean tratados con dignidad y delicadeza por la gente que los rodea y de ser posible que estén o se sientan acompañados por las personas que ellos decidan y, sobre todo, que sean respetadas en sus peticiones. Darles el tiempo suficiente a los familiares que así lo deseen para despedirse y decirles todas las cosas que necesiten decir en esos momentos tan significativos, de acercarse, abrazarlo, besarlo, si es que sienten esa necesidad. Para llevar a cabo esta actividad el tanatólogo debe tener una buena disposición anímica y una gran capacidad de entrega hacia el enfermo terminal.

Es muy lamentable que actualmente el personal médico esté perdiendo esta sensibilidad hacia los enfermos en general. Empezando por la manera como les comunican a los pacientes diagnósticos de enfermedades terminales, así como a sus familiares, sin el menor tacto y respeto a los momentos difíciles en los que se encuentran. Y si es el caso que estén hospitalizados, muchas veces los familiares no se encuentran bien informados o se les da la información de mal modo, como si solicitarla fuera una exigencia sin sentido, o simplemente se les ignora, sobre todo cuando las personas no tienen cierto nivel de escolaridad o vienen de un pueblo y son pobres; entonces, a su juicio, no merecen ni respeto, y los tratan con indiferencia.

Cuando se ha llevado a cabo un apoyo emocional es necesario hacer contacto nuevamente con el propio interior y ahí despedirse del paciente y agradecerle la oportunidad de haberle servido; también darle las gracias por la confianza que depositó en ti y por haber abierto su corazón contigo, después de esto te despides de él dándole gracias por lo que te dio. Pues siempre me quedo con la sensación de que yo soy la afortunada que me llevo mucho más de lo que doy; siempre me quedo con una sensación de gratitud.

La tanatología es un puente que todos sabemos que tenemos que cruzar desde que nacemos, sólo que no sabemos cuándo. Esta disciplina te ayuda a cruzarlo de un modo más ligero, con aceptación y asumiendo que lo que se queda fue lo mejor que tú pudiste dar, ni más ni menos.

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