“En un principio fue el verbo”, dice el texto bíblico. Para la religión la palabra es el principio de todo, al menos como revelación, como rezo, que es conexión de lo carnal y lo divino. Para la ciencia, la palabra común y corriente es un obstáculo para la exactitud deseada; sin embargo, el científico, pescando en la cotidianidad, le pone cuerno a la palabrota y se vuelve unicornio en su modelo. Para el literato, es animal salvaje que debe dominarse sin perder su salvajismo. Para el filosofo Heráclito, la palabra es la conexión del universo.
Así, nos encontramos con organismos vivos, las palabras, que tienen la osadía de agruparse moverse y sonar, hasta hacer hablar a distintos modelos de la realidad; cómo logran esto, no lo sé; sólo tengo la certeza de que lo hacen. El trabajo que presento es una colección de sorpresas y preguntas, sin ninguna respuesta; tal vez sólo tenga la intención de crear un estado de ánimo, y me sorprendo al descubrirme ofreciendo palabras que hablan de las palabras.
En el periodo de la escolástica, periodo que tan bien describe Umberto Eco, existieron dos escuelas enfrentadas: los nominalistas y los realistas. Para los nominalistas los sustantivos se creaban de manera totalmente artificial, pero para los realistas cada nominación de la realidad a través de una palabra expresaba características materiales de la cosa. Debo confesar que en un principio fueron de mis simpatías los nominalistas, pensando que crear lenguajes naturales es prerrogativa de los seres humanos agrupados en sociedades, y que por tanto las palabras eran construcciones artificiales de los hombres para los hombres. Además, que por ningún lugar de la palabra encontraba las características de las cosas que atrapaban las palabras.
Narraré dos experiencias que me hicieron dudar de mis primigenias convicciones. Según algunos científicos japoneses, al crear cristales de agua “oyendo el agua” a Mozart o Bethoven, estos cristales resultan de diferentes maneras y de formas bellas, y lo más importante: si el agua se exponía a una palabra violenta o pesimista, el cristal resultante resultaba incompleto y sin armonía. La otra experiencia viene de la práctica del biomagnetismo, el cual interroga al cuerpo acerca de sus “pares magnéticos” activados, a través de los “nombres” de éstos, no solo presentados al cuerpo en forma oral, sino incluso en ¡en forma escrita!
Tal vez estas experiencias a algunos no les parezcan “serias”, así que apelo a la antisolemnidad de sus espíritus creativos para tomarlos como una simple motivación para rediscutir la vieja polémica de los nominalistas y realistas. Propongo la siguiente hipótesis de trabajo: los lenguajes naturales captan la realidad con tal profundidad que podemos sentir la armonía del universo ante secuencias de palabras de un idioma que no conocemos. Al mismo tiempo el lenguaje natural, creación del hombre, que es parte del universo, permite a éste dialogar consigo mismo a través de esta creación humana.
Es con Hegel, filósofo alemán, en donde el concepto de totalidad presenta una lucidez impresionante. Él propone que el espíritu universal, la filosofía, creada por la conciencia del ser, el hombre, se eleva para romper el cerco del espíritu enajenado, el ser que no se sabe espíritu. En Hegel, el papel del ser humano sólo se entiende dentro de la epopeya del ser en saberse y hacerse espíritu universal. Curioso es que las ciencias exactas son clasificadas por Hegel como parte del espíritu particular, ya que según ellas no atrapan al ser en su devenir, en sus contradicciones, que es la única forma de describir un mundo cambiante.
Por otro lado, ignoro si los japoneses han creado cristales con agua expuesta a la declamación de un teorema, o si el biomagnetismo ha obtenido respuestas claras de un cuerpo interrogado acerca de conjeturas matemáticas, pero creo que la matemática como sublimación de los lenguajes naturales debe mantener en sus entrañas esa capacidad de diálogo del universo con el universo mediando este lenguaje. Así que puedo decir, igual que Hegel, que las matemáticas no modelan a la realidad cambiante, pero sí la llevan en sus entrañas.
Recuerdo que hace unos años a un productor de radio, persona que creaba discursos sonoros, le interesó “oír” a un Teorema; me pidió que le reescribiera un teorema y su demostración en palabrotas, es decir en símbolos leíbles, para grabar la lectura de tal discurso. El resultado sonoro de tal experimento me resultó sorprenderte; al oír este teorema gocé la cadencia de los “existe” y los “para todo” como notas de un concierto, sin importarme los significados ni la validez de la demostración, ya que esta última no importaba.
Los matemáticos estamos tan concentrados en las secuencias lógicas de una demostración que lo que menos nos importa son los sonidos y cadencias que acompañan a tal discurso, pero creo que tampoco ponemos atención en todo el proceso de creación de conjeturas, en la nostalgia, pasión y coraje que anteceden a una demostración. El hecho de que en una demostración no se declaren todos estos hechos humanos, no implica que no existan y que además marquen de manera profunda a la misma demostración. El problema es cómo están presentes y cómo nos los hacemos presentes.
Se dice que Lebesgue se inspiró en cómo pegaban ladrillos unos albañiles para la creación de su integral; Córdoba Barba, matemático español, cuenta que una pintura de Malevich y el baile de dragones chinos en Chinatown lo inspiraron para sendas demostraciones de teoremas.
Así que las fuentes del discurso matemático son varias e imperceptibles; será esta razón por la cual el teorema guarda tanta vida.
El teorema, con un cuerpo de palabrotas, palabras comunes, es creado como un discurso de síntesis de actos deseos con el que se atrapa a una realidad cambiante con la poderosa red del sistema formal, guarda tanta vida, y tal vez de ahí su gran capacidad camaleonica, de ser universal fuente de modelos de la realidad.
Termino exhortando a la concurrencia a ver a la matemática, ya sea la que aprenden en el aula, la que se inventa en los institutos, siempre como un acto humano, cuyo cuerpo de signos le puede susurrar algo al universo.