Leer y hacer comunidad en las Salas de Lectura

A Raúl Mújica:

por convidarnos a leer también en su universo.

La utopía está

en el horizonte.

Camino dos pasos,

ella se aleja

dos pasos

y el horizonte

se corre diez pasos

más allá.

¿Entonces

para qué sirve

la utopía?

Para eso,

sirve para caminar.

Eduardo Galeano

 

I. Chiltepín

Laura Hadad, mediadora de lectura encargada de un ParaLibros instalado afuera del mercado municipal en Hermosillo, me contó esta historia: era una mañana como muchas; la vendedora de los chiltepineros pasea por el amplio corredor cantando su canción “chiltepineros a 10, pa´l menudo, pa´l pozole, pa´la barbacoa, pa´comer sabrosos todo el año…”. Los señores llegan muy temprano para desayunar en el mercado un buen menudo (con chiltepín, por supuesto) que ayude a aliviar la resaca; el comercio de enfrente se suma a la algarabía con su bocina musical intentando invitar a los transeúntes a acercarse a la tienda de ropa de moda. Gente que pasa, alguna que se asoma a ver los libros que están ahí, en medio del bullicio.

Ese mismo día el ParaLibros amaneció casi destruido; por la noche había sido víctima de un ataque vandálico. Muy temprano, cuando las primeras “marchantas” llegaban a abrir su puesto, surgió la indignación que pronto se transformó en un acto decidido: debían darse prisa para intentar reparar el daño al ParaLibros para que cuando llegara Laura no quisiera irse, no quisiera renunciar a hacer su labor de mediación. Laura no podía irse con sus libros y su lectura que todos los días comparte ¡afuera de un mercado!

Laura no se fue. Laura agradeció el rescate del ParaLibros y Laura sigue compartiendo con gran entusiasmo historias, diálogos, imágenes y encuentros con la palabra a través de los libros y la lectura.

 

II. Barrio Arriba

La Sala de Lectura y biblioteca infantil “Barrio Arriba” se ubica en Miahuatlán, en la Sierra Sur de Oaxaca. Es el único espacio de su tipo en la comunidad. Como muchos sitios de nuestro país, Miahuatlán es un lugar donde lo único que abunda son las carencias y, ahí donde hay necesidad de tantas cosas, Jaime Hermes piensa que también hace falta un espacio para leer y dialogar. Jaime es docente de profesión, con sus propios recursos y el apoyo de los vecinos del barrio construyó dos cabañas rústicas de madera que tres días de la semana, durante dos horas, se convierten en un espacio al que gustosas acuden personas de todas las edades y principalmente niños que en este sitio encuentran muchas posibilidades de acercamiento a los libros y a la lectura.

Jaime tiene muy claro lo que significa ser mediador y está muy interesado en no ser él el único responsable de coordinar las actividades; poco a poco ha ido involucrando a todos los asistentes, y ahora los padres ya leen en voz alta a sus hijos. En este lugar Jaime y su comunidad de lectores han ideado un mecanismo para el préstamo de libros a domicilio con sus “morralitos de la sala de lectura”, unas bolsitas especiales que a la vez que anuncian la pertenencia de los libros a la Sala, sirven para procurar su cuidado.

 

III. La tamalera

En pleno centro de la ciudad de Puebla existe un “barrio bravo” en cuyas vecindades viven familias enteras hacinadas en reducidos espacios, compartiendo un patio común. Como única decoración: unas paredes cuarteadas y descoloridas, un tendedero con ropa colgando y charcos de agua sucia.

Con la complicidad de Miguel Díaz, habitante del barrio, gestor cultural, mediador de lectura y líder de la asociación civil “la Banda Urbana”, desde hace unos meses, junto con el equipo del Consejo Puebla de Lectura A.C., acudimos a las viejas vecindades a compartir la lectura con los niños. El triciclo tamalero, que en lugar de tamales transporta libros, nos anuncia en el camino: “Libros calientitos… de cuentos, de poesía, de adivinanzas…”.

Sentados en el piso, en tapetes de foami, leemos en voz alta en pequeños grupos o de uno a uno, según el interés de los niños. En ocasiones alguno de ellos quiere leer por sí mismo, pero muchos prefieren que les leamos porque, con sus 10 o más años, no van a la escuela y no saben  hacerlo. Cuando concluimos nuestra actividad no falta que algún vecino se acerque a agradecernos la visita. Mientras los niños preguntan insistentemente: “¿Cuándo vuelven a venir?”

 

Lo que significa leer en las Salas de Lectura

Además de que estas tres historias son experiencias que forman parte del catálogo de los muchos encuentros que suceden en los distintos espacios de mediación del Programa Nacional Salas de Lectura, hay algo más que tienen en común: son historias que dan cuenta de la trascendencia y del significado de leer en comunidad. Para quienes formamos parte de este programa está claro que promover los libros y la lectura no es un fin en sí mismo, sino un recurso (uno muy valioso) que abre puertas y ventanas a muchas otras posibilidades. En las Salas de Lectura, en los ParaLibros o en los Centros de Lectura la gente se reúne a leer (de manera individual o grupal), y leer ahí significa también dialogar con otros, expresar libremente puntos de vista y experiencias con los libros, realizar actividades plásticas y lúdicas, escribir las propias historias a través de creaciones derivadas o textos originales que surgen de la imaginación, debatir ideas, escuchar narraciones o lecturas en voz alta, conocer otras experiencias, visiones de mundo… hacer comunidad.

Dice Lucina Jiménez que promover las prácticas lectoras (yo añadiría: y participar de ellas) “es un ejercicio ciudadano que nace del deseo de contribuir a la convivencia, a la cohesión social, a la afirmación del sentido de pertenencia y al compromiso social”. ¿Y qué otra cosa si no es lo que sucede en los encuentros que promueven las Salas de Lectura? Justo ahí, donde comúnmente se piensa que la lectura no tiene sitio (afuera de un mercado, una vecindad, la Sierra…), aparecen estos mediadores, con sus ganas de acercar los libros y la lectura a los vecinos de su barrio y crear de esa forma una guarida, de puertas abiertas, que ofrece refugio y múltiples posibilidades para la interacción y el encuentro con los otros en una misma página.

Creo que si algo caracteriza a las sociedades actuales es el sentido de la inmediatez y de lo práctico, la perspectiva de que toda actividad debe ser vista desde la dicotomía costo–beneficio o, en el extremo, desde una perspectiva donde todo carece de sentido. Pero no sólo eso: vivimos también un momento (ya muy largo y que a ratos se antoja inacabable) en el que son muchas otras cosas las que la violencia, la falta de empleo, de espacios educativos, la crisis económica y política, se erigen como apremiantes en medio del caos y la incertidumbre.

En este entorno no puede menos que sorprender que exista un grupo de ciudadanos (profesionistas de distintas áreas; obreros, amas de casa, estudiantes, maestros jubilados, posgraduados, oficinistas, campesinos, los mal llamados “ninis”, entre otros) que, de manera voluntaria y sin remuneración alguna, estén dispuestos a ofrecer su tiempo y espacio para compartir la lectura en su comunidad. Porque, además de todo, las Salas de Lectura sesionan en espacios dispuestos por los propios mediadores: como lo sugiere el nombre del Programa, la sala de su casa, su cochera o jardín, y si no disponen de estos sitios, el grupo de lectores se hace cada vez más grande y ya no caben o si se prefiere una Sala de Lectura itinerante; el parque de la colonia, la parroquia, la casa de cultura o algún salón de clases de una escuela que solo tiene turno por la mañana pueden ser una buena opción. Ya bien entrados en el terreno de lo poco creíble, ¿qué tal si el encuentro con la lectura es en una estación de trenes abandonada,  en el patio de una vecindad o en un panteón?

Más parecido a una utopía, esa, la que anima a caminar, hace poco más de 18 años nació este programa que muy pronto tomó una dirección y una definición: se trata de un programa ciudadano en el marco de una institución federal, la Dirección General de Publicaciones del Conaculta. Actualmente existen casi 5 mil salas activas a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Con un acervo inicial de 100 libros y un proceso de profesionalización permanente que ofrece la coordinación nacional del Programa, los mediadores de Salas de Lectura ofrecen un tiempo y espacio para la voz y la escucha, en compañía de los libros. Adecuándose a las nuevas prácticas lectoras, el programa, además, tiene ahora sus ParaLibros, Centros de Lectura y Librobicis.

18 años persiguiendo la utopía, en el horizonte se asoma todavía un feliz y largo camino que seguir andando.

 

*[email protected]