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De robots a nanobots

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Aunque en la actualidad estamos rodeados de ellos, no existe un acuerdo que especifique puntualmente cuando podemos hablar de una máquina como un “robot” en el sentido estricto de la palabra.

De hecho, en términos etimológicos, se le atribuye al dramaturgo de origen checoslovaco Karel Čapek (1890-1938) haber ideado el término, cuando en una obra teatral trataba de dar un nombre a unos seres que harían las labores de los hombres. En idioma checo, robota significa trabajo, y de ahí surgió el título R. U. R. (Robots Universales Rossum). En esta representación teatral, un grupo de científicos buscan liberar a los seres humanos del trabajo (que consideran una especie de maldición), creando unos aparatos de características humanoides que llevarán a cabo una mano de obra barata de características esclavizantes, sin emitir quejas, baratos en función de su mantenimiento y en una total sumisión, haciendo puntualmente lo que se les ordenaba. Pero el primer problema surgió cuando muchos seres humanos perdieron sus trabajos al ser sustituidos por estas máquinas, pues sin cansarse lo único que hacían era recibir imposiciones, sin lamentarse. La obra culmina cuando uno de los científicos creadores construye una unidad que es capaz de experimentar dolor, lo que a la larga provocará en mejoras tecnológicas, la posibilidad de gestarles el alma.

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Esta es una ficción; sin embargo, al considerar que cualquier máquina autónoma puede considerarse un robot, existen antecedentes históricos fascinantes. Un ingeniero e inventor francés llamado Jacques de Vaucanson (1709-1782) se ha considerado el inventor del primer robot, aunque constan evidencias de que en Grecia existieron aparatos con movimientos generados por mecanismos hidráulicos. Vale la pena mencionar a Herón de Alejandría (10-70 años de nuestra era), quien con su Eolípila sorprendió a todos, haciendo girar una esfera hueca llena de agua, con dos tubos curvos en polos opuestos y generando vapor al calentarla.

Vaucanson construyó el canard digérateur (pato que digiere), que con más de 400 piezas y, pudiendo observar el interior, aseguraba que lograba demostrar el proceso digestivo por medio de una máquina. En realidad se trataba de una artimaña, pues lo que comía no era lo mismo que defecaba. En el interior había un compartimiento que escondía el grano que entraba por el pico y de otra sección salía por la cola algo parecido al excremento. Ya antes había creado a un “flautista” que ejecutaba 12 melodías por medio de un ingenioso mecanismo neumático; pero estos eran solamente artefactos de entretenimiento. Ante la amenaza industrial que representaban los ingleses en la manufactura de las telas, a Vaucanson le dieron el cargo de inspector de los fabricantes de tejidos, inventando un telar automático y relegando los juguetes en lo más recóndito de los olvidos. Sin embargo, ya había nacido el concepto de automatización para la industria, con todas las ventajas que implicaban en productividad.

Otros inventos podrían mencionarse como generadores de automatismo, aunque la evolución tecnológica dio lugar a la denominada Revolución Industrial, en el que se dio una transición del trabajo rural como la base económica de la sociedad, más eficiente y sobre todo con un incremento en la producción urbana esencialmente comercial, industrializada y optimizada por la mecanización.

Lo que siguió ya es conocido por todos y no hace falta mencionarlo; aunque definitivamente quien marcó un verdadero hito en la robótica fue George Charles Devol (1912-2011). En 1954 creó un aparato para transferir objetos en una forma programada. Dos años después, junto con otro ingeniero llamado Joseph Engelberger (1925), fundaron la Consolidated Controls Corporation, que después se convertiría en “Unimation” (Universal Automation). En 1978 crearon el Programmable Universal Machine for Assembly, mejor conocido como PUMA por sus siglas, que era capaz de mover objetos con suma precisión y colocarlos con una exactitud milimétrica. Es justo decir que ahora la mayor parte de los robots (que nada tienen de parecido a nosotros en el sentido antropomórfico del término) se destinan para la industria en manufactura y producción.

Pero desde el año 1994 se comenzaron a crear robots con aplicaciones específicas en medicina, llegando al sistema “Da Vinci”, que es un equipo de cirugía controlado por computadora que lleva a cabo procedimientos muy complejos en una forma mínimamente invasiva. Otro elemento de robótica que ya se encuentra en una franca evolución médica está enfocado a la generación de prótesis que incluso podrían ser controladas por impulsos nerviosos sujetos a la voluntad del individuo a quien se le implantan. En este sentido, la imaginación llega a ser ilimitada, considerando que los robots en medicina ofrecen una mayor seguridad, alta precisión, rapidez en el logro de los objetivos buscados y literalmente ningún tipo de agotamiento.

Sin embargo, no todo es ideal. Los costos son tan exorbitantes, que definitivamente no están al alcance de cualquiera. Las valoraciones preoperatorias y los protocolos de aceptación para candidatos de prótesis no permiten una generalización a todos quienes los requieren. Demandan espacios con diseños muy especializados, para culminar con el difícil entrenamiento al que deben someterse quienes aplicarán estas tecnologías.

Lo cierto es que el progreso es insospechado. El físico Richard Phillips Feynman (1918-1988) planteó el concepto de computación cuántica y nanotecnología, abriendo todas las posibilidades de crear nanobots, es decir aparatos tan pequeños que solamente se pueden medir en nanómetros (es decir, una mil millonésima de un metro).

Todo esto es apasionante. Sin embargo, hay algo que lastima enormemente mi conciencia y es que la pobre inversión que se hace en México por la falta de recursos que destinan los políticos a este determinante polo de desarrollo no solamente nos aleja de esta maravillosa tecnología, sino que provocará a la larga una peor dependencia que ya en la actualidad es incalificable.

Es vergonzoso decirlo. En nuestro país, hablar de lo infinitamente pequeño (en términos de nanómetros) implica definitivamente referirnos, a la incomparablemente pequeña capacidad pensante de los individuos que nos gobiernan.

 

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