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Dependencia alimentaria

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La producción agrícola nacional posterior al Tratado de Libre Comercio (TLC) no creció en la intensidad demandada por el aumento de población nativa y el incremento per cápita del consumo; el déficit se cubrió con importaciones, los que profundizó la dependencia alimentaria del país y aumentó el saldo negativo de la balanza agrícola.

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En el decenio anterior a la entrada en vigor del TLC, las importaciones de los diez principales productos agrícolas (maíz, frijol, arroz, trigo, ajonjolí, cártamo, algodón semilla, soya, cebada y sorgo) equivalió a 24 por ciento del volumen total del consumo   (Dependencia alimentaria), en la gestión de Ernesto Zedillo subió a 32 por ciento, con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, aumentó a 36 por ciento, y en el primer bienio de la administración de Enrique Peña Nieto fue de 32 por ciento. Durante los 21 años de vigencia del TLC, la dependencia alimentaria ha sido del 35 por ciento y la salida de divisas para importar productos agropecuarios de 155 mil millones de dólares (mmd), la entrada de divisas por exportación de estos bienes fue de 137 mmd, el saldo es obviamente negativo y de 18 mmd.

Durante la vigencia del TLC, la dependencia alimentaria en granos básicos (maíz, frijol, arroz y trigo) fue de 31 por ciento; la de oleaginosas (ajonjolí, cártamo, algodón semilla y soya) de 86 por ciento y la de cebada y sorgo de 29 por ciento. Comparada con la dependencia alimentaria registrada en el decenio anterior a 1994, la cebada y el sorgo decrecieron en 9 por ciento; los granos básicos aumentaron 69 por ciento y las oleaginosas 89 por ciento. La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recomienda que las importaciones no excedan a la cuarta parta del consumo y, en nuestro caso, tenemos un porcentaje mayor en los 10 principales cultivos.

El lento y errático crecimiento de los productos agropecuarios es explicable por la ausencia de políticas públicas para estimular esas actividades y por la indiscriminada apertura a la importación de bienes distribuidos por las grandes empresas transnacionales; las mismas que comercializan los insumos agropecuarios y controlan la agroindustria. Las consecuencias de esas políticas son evidentes: se deterioró la calidad de los suelos agropecuarios; se intensificó el desempleo en el sector primario; los precios de los alimentos aumentaron; hay pérdida de poder de compra de la población rural; la pobreza se incrementó y el saldo de la balanza agropecuaria es negativamente creciente.

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De los granos básicos, la producción de maíz es la que más creció entre 1995-2014 y lo hizo a una tasa media anual de 1.2 por ciento, sin embargo, dicha tasa fue menor a la de la población (1.4 por ciento) e insuficiente para satisfacer el incremento del consumo per cápita de ese bien (0.3 por ciento); el déficit se importó. En los inicios del TLC se argumentó que sí el precio internacional de un bien era menor al del mercado local, se fortalecía el poder de compra del consumidor al importarlo; esa condición fue efímera y desde 2005 los precios internacionales han aumentado por distintas causas, entre otras, por el monopolio y monopsonio de las empresas transnacionales y la destrucción de las capacidades nativas para generar autosuficiencia. La tasa de crecimiento de la producción de oleaginosas fue más alta que la de población y la dependencia alimentaria de esos bienes ha disminuido, aun así, en la gestión de Enrique Peña Nieto fue de 80 por ciento cuando antes de 1994 era de 46 por ciento. También la producción de cebada y sorgo crecieron a tasas superiores a la de la población, pero no lo suficiente para garantizar la autosuficiencia; pero si para abatir la dependencia alimentaria y ubicarla en 29 por ciento en el periodo 1995-2014.

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Se denomina consumo aparente a la suma de la producción nacional y las importaciones; a la cual debe restársele las exportaciones. El consumo per cápita será igual al consumo aparente entre la población del año correspondiente, y la producción per cápita es igual al total de la producción nacional dividida entre la población; la diferencia entre ambos per cápita será el saldo, si tiene signo negativo significa que la producción por persona es menor al consumo aparente por persona. Un decenio antes de 1994 el saldo entre producto y consumo aparente por persona era menor a -120 kilos; durante los años 2013-2014 era superior a -131 kilos. El saldo de los granos básicos antes del TLC fue de -60 kilos, el de oleaginosas de -20 kilos, con Peña Nieto fueron de -90 kilos y de -30 kilos respectivamente. El saldo de cebada y sorgo fue el único que disminuyó: pasó de -40 kilos un decenio antes de 1994 a -11 kilos en 2013-2014.

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Las exportaciones de productos agropecuarios crecieron durante los 21 años de vigencia del TLC, pero lo hicieron a tasas menores a la de las importaciones. En todos esos años, solo en dos hubo saldo positivo en la balanza agropecuaria (1995 y 1997), en los restantes, fue negativo. En invierno el saldo de la balanza agropecuaria es positivo pero en verano es negativo y de magnitudes muy superiores que determinan que el saldo anual sea negativo. Del total de bienes importados, el maíz registra un lugar importante y aunque somos autosuficientes en maíz blanco, hay un consumo creciente de ese grano para usos diferentes al consumo humano directo, entre otros, alimento para ganado, harinas y aceites. La tardía temporada de lluvias o una generosa y puntual temporada hacen también diferencia en el saldo de la balanza agropecuaria: positiva en 1995 y negativa en 2011. Sin embargo, la causal más importante de nuestro desabasto y pobreza alimentaria habría que ubicarla en la eutanasia decretada a la soberanía y autosuficiencia alimentaria; al desprecio a prácticas culturales de agricultura orgánica y a la distribución regresiva del ingreso.

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