El desgaste del suelo es múltiple: erosiones (eólica, hídrica, glaciar, mecánica), topografía, clima y la acción humana (deforestación, sobrepastoreo, prácticas agrícolas inapropiadas, uso intensivo de los recursos naturales). Del suelo proceden alimentos e insumos agropecuarios y silvícolas, y es el sostén de variados y complejos equilibrios ecosistémicos necesarios para la conservación y reproducción de la flora y fauna; una cuarta parte de la biodiversidad mundial tiene su habitat en los suelos. La degradación y su pérdida afecta no solo la producción primaria y las fuentes de empleo, sino la viabilidad de la reproducción humana, animal y vegetal: estamos destruyendo en decenios recursos que requieren miles de años en formarse.
La degradación de suelos afecta a 30 por ciento de la superficie mundial y a la cuarta parte de tierras dedicadas a las actividades primarias. En México hay al menos dos estimaciones oficiales en el transcurso de este siglo: en 2003 se consideró que 45 por ciento del territorio nacional presentaba algún tipo de deterioro (Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales y Colegio de Pos-graduados); en 2013 la estimación fue de 55.4 por ciento (Comisión Nacional Forestal y Universidad Autónoma de Chapingo), según esta última fuente, 4 por ciento de los suelos agrícolas de México tenían algún grado de deterioro, como se menciona en este suplemento. Los suelos son un recurso finito y no renovable en el curso de una generación; su desgaste y pérdida está asociado al monocultivo, al uso intenso de agroquímicos y de agua, a prácticas agrícolas no sustentables y a una sobreexplotación de dicho recurso, favorecido por las estrategias y políticas públicas que privilegian ese tipo de apropiación de la naturaleza.
Los impactos ambientales de estas formas de explotación intensiva son múltiples y hacen insostenible su permanencia. El costo estimado por degradación de suelos en el mundo se estima en 4 por ciento del PIB mundial, y en los casos de degradación extrema la pérdida es irreparable; el costo ambiental no forma parte del costo de producción de los bienes primarios ni se fondea con las ganancias empresariales; no hay renta ni obligación fiscal para reparar el daño o la pérdida de servicios ambientales, además de que se intensifican las alteraciones de los procesos ecológicos, biogeoquímicos e hidrológicos.
Regular el uso del suelo para la producción de bienes y servicios primarios desde una perspectiva ambientalmente sustentable es necesario para conservar las funciones derivadas del uso del suelo. A pesar de la megadiversidad biótica de que disponemos, cada vez más amenazada por la extracción de minerales y producción de energéticos, somos una país alimentariamente dependiente que no podemos autoabastecernos del cereal básico que ha sido nuestro sustento milenario. Las estrategias y políticas de crecimiento requieren ser sustentables no solo enunciativamente, sino en los contenidos y prioridades; otras formas de producir y consumir son posibles; tenemos saberes ancestrales, semillas nativas y acriolladas y las técnicas necesarias para lograrlo.