La masacre de San Fernando, de resonancia mundial, en donde fueron encontrados 72 migrantes centroamericanos asesinados en agosto de 20101 no fue un hecho aislado en la vida cotidiana del México de la primera década del siglo XXI. Después de esta masacre, los cuerpos de migrantes indocumentados han seguido brotando de la tierra. Las organizaciones de Derechos Humanos en México orientados a los migrantes denuncian constantemente el fenómeno del secuestro y la desaparición de hombres, mujeres, jóvenes y niños en tránsito por el territorio mexicano, como una tragedia que ocurre ante los ojos de autoridades estatales y ciudadanos mexicanos sin que sea un tema relevante y urgente en la agenda política. En el Informe Especial sobre Migrantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (2011) se reportó que “la violencia en perjuicio de este grupo en especial situació́n de vulnerabilidad no presenta una disminució́n, y los grupos que cometen violaciones en su perjuicio se han especializado y diversificado sus estrategias” (CNDH 2011, s/n).
La violencia ejercida sobre los migrantes de tránsito por el territorio mexicano, con paralelismos en otras regiones del mundo que fungen como zonas de expulsión, tránsito y recepción de migrantes, es la continuidad de la violencia estructural llevada a su máxima expresión en el modelo de acumulación flexible, pero que ya era significativa en la etapa fordista o keynesiana de acumulación (Harvey, 1989). Este tipo de violencia entendida en una acepción amplia del término, es diferente de la violencia en su sentido estricto. No tiene un sujeto preciso animado de una voluntad destructiva (por ejemplo el Estado, una etnia, raza, clase o género dominante y sus contrapartes) sino es el resultado de una determinada manera de articulación de las relaciones sociales (Figueroa, 2001): Oferta limitada de empleo, una creciente superpoblación relativa, disminución de los precios salariales como desfalcos a la fuerza de trabajo y disminución de la seguridad social, así como cancelación de toda clase de derechos de ciudadanía.
Los cientos de miles de migrantes indocumentados que atraviesan por México son literalmente cazados por una amplia variedad de depredadores que forman parte de la corrupción oficial o bien del crimen organizado o privado. Todos los migrantes, en medida en que portan dinero o que pueden generarlo, se convierten en objetivo de lucro y por ello en víctimas de violencia. La matanza de San Fernando nos indica que el ser conducidos los migrantes por las bandas de polleros, desde la frontera sur hasta algún lugar al otro lado de la frontera norte, no significa ninguna garantía. Las organizaciones de polleros no tienen ningún escrúpulo con respecto a los migrantes. Utilizan medios inseguros de transporte y son frecuentes los accidentes de trailers, autobuses o vehículos más pequeños en los cuales los indocumentados pierden la vida (Morales, 2005; Gutiérrez, 2006a y b; Mariscal y Balboa, 2006). Los viajes en el lomo de La Bestia o El Tren de la muerte, como suelen decirle los migrantes al tren que los conduce de Chiapas al centro del país y de allí hacia el norte, son altamente peligrosos. Para empezar el trayecto lo tienen que hacer asidos de alguna parte cuando van en el techo o pescantes de los vagones.
Los trenes son escenario de atracos hechos por las diversas policías, las maras, y hasta los empleados ferroviarios los cuales cobran cuotas a los migrantes por dejarlos seguir viajando en el tren. Las maras son especialmente desalmadas, con facilidad matan al migrante que no puede darles dinero o los tiran de los vagones. En ocasiones, policías y Ejército han parado trenes y realizado capturas masivas de migrantes disparando sobre ellos o hacia los vagones en los cuales se encuentran. A los riesgos anteriormente mencionados hay que agregar uno más: el secuestro que practican las maras y los sicarios del cártel de los Zetas. Junto a los albergues de migrantes, el Tren de la muerte se ha convertido en lugar predilecto para la práctica de secuestros masivos de migrantes por parte de los grupos criminales ya mencionados, en complicidad con las policías, los agentes de migración y los propios ferrocarrileros. Éstos son llevados a casas de seguridad en donde testimonios de sobrevivientes nos indican que son hacinados hasta más de 200 personas en condiciones infrahumanas. Los secuestrados son torturados y golpeados hasta que dan números telefónicos de familiares en Estados Unidos de América o en sus países de origen a través de los cuales los secuestradores se comunican y exigen el pago de rescate. El cuerpo femenino se convierte en una mercancía apetecible y en una fuente más de ganancia para las redes de proxenetas de mediano y alto nivel. De igual manera se puede hablar de los menores de edad, cuyo número entre los indocumentados se ha ido incrementando. En muchas ocasiones los menores viajan acompañando a sus padres y sufren todos los peligros que ya se han mencionado. Diversas noticias también dan cuenta de menores viajando con adultos que no son sus padres porque estos últimos se han ofrecido para llevarlos a Estados Unidos de América a reunirse con sus progenitores. Pero también hay noticias desgarradoras de niños de 10, 11 y 12 años viajando solos para reunirse con sus familiares en el norte. Muchos de estos niños no llegan a su destino porque mueren en el camino o porque desvalidos simplemente ya no pueden continuar y quedan en situación de calle o haciendo los trabajos más modestos. Peor aún, su vulnerabilidad los vuelve delincuentes o sexoservidores en manos de narcos, polleros y proxenetas los cuales les pagan con droga o con dinero (Heras, 2006; Martínez, 2007b). Cálculos hechos por organizaciones no gubernamentales y entregados en 2009 a la Organización de Naciones Unidas (ONU) calculaban en 3 mil el número de niños guatemaltecos, salvadoreños y hondureños que sobrevivían en la frontera sur como vendedores callejeros y trabajadoras domésticas.
Lamentablemente esta descripción de la violencia cotidiana de la que son sujetos los migrantes centroamericanos, representa sólo un acercamiento a un fenómeno con tintes de holocausto. Cientos de humanos cruzando un territorio minado y la única certeza que llevan es el enorme peligro que cierne su camino y la posibilidad de no llegar vivos a su destino.
- Como es de suponer las fuentes hemerográficas para documentar este terrible suceso son numerosísimas. Citamos algunas: El Universal 2010a; Excélsior, 2010; García, 2010; Gómez y Mejía, 2010; Milenio, 2010
corderoblanca.hotmail.com