El cuerpo humano funciona con energía. Esta afirmación puede parecer muy obvia; sin embargo, existen aspectos sutiles que hacen de la aseveración algo verdaderamente extraordinario. Los experimentos de Luigi Galvani (1737-1789) y de Alessandro Giuseppe Antonio Anastasio Volta (1745-1827) mostraron que mínimas corrientes eléctricas podían inducir el movimiento de los músculos.
El corazón está formado esencialmente por fibras musculares que evidentemente tienen una función eléctrica y motora. Es posible hacer mediciones de estos fenómenos físicos, gracias al invento del médico holandés Willem Einthoven (1860-1927), quien a principios del siglo pasado publicó un artículo titulado “Le Telecardiogramme”, que podría traducirse más o menos como registro gráfico a distancia del corazón, teniendo tal trascendencia que condicionó el mérito de recibir un Premio Nobel de Medicina en 1924, por el invento del electrocardiograma.
Esto es posible colocando en la piel detectores de electricidad (electrodos), que pueden analizar sin que exista una intervención invasiva y en una forma totalmente benigna, la función del corazón, consiguiendo en muchos casos encontrar anormalidades que pueden poner en riesgo la vida.
Pero si imaginamos que el corazón no debe detenerse a menos que uno fallezca, esta función continua puede tener alteraciones en periodos aislados. Podríamos decir que un electrocardiograma mide en un momento determinado, la forma en la que funciona el corazón como si fuese una fotografía; pero si existen irregularidades aisladas, se necesitan hacer mediciones constantes y por periodos prolongados, como si requiriésemos observar una película. Esto solamente se podía alcanzar en personas que se encontraban hospitalizadas y bajo una vigilancia estrecha, lo que no solamente es poco práctico sino extremadamente costoso y por lo mismo, inaccesible.
Imprimiendo un giro de 180 grados a la historia de la medicina, existe una placa de bronce en un gran arco de granito que se alza en la ciudad de Helena, capital del estado de Montana, Estados Unidos, y en la que se puede leer: “En memoria cariñosa hacia Norman Jefferis Holter, 1914-1983 por sus muchas contribuciones a la Ciencia, la Medicina, los Negocios, la Comunidad, las Artes y el Aprendizaje”.
Si hay algún científico que pudiese ostentar el calificativo de polifacético es precisamente “Jeff” Holter, quien no habiendo estudiado medicina, llevó a cabo contribuciones para la cardiología literalmente extraordinarias. Apasionado de las artes, incomparablemente curioso y particularmente generoso, consideraba como virtudes máximas la educación, el trabajo constante y el crecimiento intelectual firme. Planteó que la investigación no debía dirigirse con una meta invariablemente definida, sino con una mentalidad abierta a lo que se fuese descubriendo.
Sus primeras investigaciones se orientaron al efecto de la Vitamina C en el músculo de las ranas y posteriormente en el proceso de cicatrización de heridas musculares en ratas. Para esto, construyó aparatos de registro en la actividad eléctrica, primero en una forma directa, pero posteriormente en una forma inalámbrica.
También trabajó intensamente en la propuesta de estimular el cerebro a través de ondas de radiofrecuencia; sin embargo, se intercaló la etapa de la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue requerido en la Armada de los Estados Unidos, trabajando en algunos desarrollos tecnológicos orientados precisamente a la guerra. Esta circunstancia podría criticarse, pero esencialmente existen evidencias de que sus intenciones no giraban en torno al proceso de destrucción y muerte que surgen de cualquier acción bélica. De hecho, estuvo muy involucrado en la investigación de las repercusiones en explosiones nucleares que se hicieron en el atolón de Bikini, que es una pequeña isla de coral deshabitada, más o menos circular, que se encuentra incluida en las Islas Marshall, en el Océano Pacífico.
Después de esta actividad, regresó a su ciudad natal y fundó la Holter Research Foundation (Fundación de Investigación Holter) para investigar todo lo referente a la detección de fenómenos fisiológicos que pudiesen captarse a distancia. Poco a poco, los aparatos de medición redujeron su tamaño, lo que permitió hacer mediciones en distintas extensiones, con aparatos más livianos y prácticos. A través de muchas pruebas, pudo deducir que era más útil grabar señales directamente en un equipo portátil, que estar enviándolas a distancia, dando lugar a lo que se conoce actualmente como electrocardiografía ambulatoria.
El método es maravilloso. Un aparato muy pequeño es adherido a la piel, con la colocación de electrodos en el pecho. Se lleva a cabo un proceso de grabación de un día completo, sin que la persona que lo porta, altere sus actividades normales. Una vez que se lleva a cabo la grabación, los datos son recogidos en una computadora y se comprimen para analizarlos bajo un método que ha sido llamado AVSEP (Audio-Visual Superimposed ECG Presentation), que no es otra cosa más que comprimir el registro obtenido, haciendo que se detecten algunas alteraciones que no se encuentren dentro de lo normal. Como se recomienda que todas las actividades cotidianas sean llevadas a cabo, pareciera que con este pequeño dispositivo, se tiene una vigilancia constante, como si se tuviese a un médico especialista en cardiología, 24 otras atrás de un paciente.
Ahora los cardiólogos no pueden prescindir de este método diagnóstico, que nació de una mente inquieta, pero bajo una disciplina férrea, rigorista, con estudio constante, investigación infatigable, seriedad determinante y, sobre todo, una visión amplia sin límites.
Nos enfrentamos a una cantidad infinita de problemas que nos agobian; pero abordar esta situación con miedo, no sirve para algo concreto. Constituye un motivo de responsabilidad ejercer nuestro derecho a recibir lo más selecto de la tecnología actual, pero también esto implica el compromiso contundente de aportar, en la medida de las posibilidades personales, un elemento de apoyo social que pueda tener una repercusión en lo individual, en lo familiar, en lo colectivo, en la sociedad y finalmente, en toda la humanidad.