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El analfabetismo funcional como enfermedad

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Hace tiempo tuve la oportunidad de conocer a un alfabetizador y le pregunté si, con base en su experiencia, podría afirmar que el analfabetismo pudiese considerarse como una enfermedad. Sorprendentemente, en una forma rápida, me respondió que no. De acuerdo con su vivencia y después de haber conocido a muchos individuos que no sabían leer ni escribir, había percibido que podían vivir, desenvolviéndose en el medio en una forma totalmente satisfactoria.

Imagen tomada de http://caricaturaspoliticasweb.blogspot.mx/2011/12/enrique-pena- nieto-caricatura-la-silla.html
Imagen tomada de http://caricaturaspoliticasweb.blogspot.mx/2011/12/enrique-pena- nieto-caricatura-la-silla.html

Cada persona va acumulando a lo largo de su vida una sabiduría empírica que además de valiosa, puede ser más clara, original, lúcida y evidente, que aquel conocimiento que nosotros, individuos urbanos y contaminados, buscamos insaciablemente descubrir a través de la lectura.

Sin embargo, la plática dio un giro cuando me hizo comprender que el verdadero peligro y la verdadera enfermedad estaban constituidos por el “analfabetismo funcional”, es decir, aquel que hace referencia a individuos que, a pesar de tener estudios, no leen.

Entonces, como un relámpago, nos vino a la mente la imagen del señor Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún, quienes en innumerables ocasiones nos demostraron que en su vida no han leído un libro completo. Fue risible y vergonzoso, en su momento, el día en que nuestro presidente de la República confundiera a Jorge Luis Borges, nada más y nada menos que en la inauguración del Segundo Congreso Internacional de la Lengua Española en Valladolid, el 16 de octubre de 2001, y su esposa a Rabindranath Tagore, cuando el 25 de agosto de 2005, entregando el premio a La Mujer del Año, no solamente le cambió el nombre sino también el sexo a este extraordinario poeta hindú, llamándolo “Rabinagrand Tagora”.

Pero el por qué se debe considerar como enfermedad a este fenómeno, es algo digno de ser tomado en cuenta, porque la ignorancia vinculada al poder genera invariablemente ambiciones materiales. Insensibiliza y deshumaniza, formando una deplorable concepción de la igualdad biológica y social.

Un buen número de empresarios y políticos son así. Ignorantes, insensibles, arrogantes y soberbios. Lejos de buscar el bienestar de los subordinados, en una perversa y cruel visión de lo que es un negocio, se dedican a la explotación en una dinámica absurda, que busca riqueza en el mínimo tiempo, a un costo social de consecuencias inimaginables.

En su momento fue gracioso el actuar de la entonces pareja presidencial; sin embargo, se torna preocupante, sobre todo en un país como el nuestro, donde el bajo índice de lectura provoca que se acepte la condición de ignorancia en función de la imagen política enmascarada por un supuesto equilibrio económico que la mayoría, no percibimos en lo absoluto.

Felipe de Jesús Calderón Hinojosa no cometió los dislates de su predecesor, aunque su gestión se inició con una frase de menosprecio que enmarcó el estreno de su periodo presidencial, con un principio autoritario, en referencia a una elección fraudulenta que obtuvo y se debía aceptar “haiga sido como haiga sido” (sic).

Por su parte, por todos es conocido que Enrique Peña Nieto, en el año 2011, durante la Feria Internacional del Libro (FIL) llevada a cabo en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, que fue incapaz de responder a una sencilla pregunta que se orientaba a divulgar tres libros que hubiesen marcado su vida, evidenciando una pobre costumbre de lectura. Pero el problema no debe circunscribirse al número o calidad de libros que el entonces candidato hubiese leído, sino que el asunto de fondo debe ubicarse a que fue un invitado especial como ponente principal para presentar un libro escrito por él (México, la gran esperanza: Un estado eficaz para una democracia de resultados) en el Encuentro Internacional sobre Cultura Democrática.

Este es un asunto añejo que, atendiendo a la amnesia histórica de los mexicanos, dentro de los que por supuesto no puedo soslayarme, no vale la pena profundizar. Tenemos un gobernante que no lee y que tampoco escribe ni sus discursos, pero este no es un fenómeno aislado. De hecho constituye casi la regla más que la excepción en los políticos y empresarios mexicanos, que iletrados y sin escrúpulos efectivamente busquen la generación de empleos, pero bajo un régimen de abuso y bajos sueldos que se percibe con claridad. Hay trabajo, pero mal pagado.

Exigirle a un político altos niveles de lectura o grado de estudios superiores no es el caso. En este sentido, Luiz Inácio “Lula” da Silva (27 de octubre de 1945) fue presidente de la República de Brasil desde el 1 de enero de 2003 al 31 de diciembre de 2010. Desde pequeño trabajó como bolero de zapatos, ayudante de tintorería, vendedor ambulante y aunque se distinguió como buen estudiante, por la situación familiar de pobreza, tuvo que trabajar como obrero. Huella de esos tiempos fue la pérdida de casi todo el dedo meñique izquierdo, por un accidente en la fábrica. A la larga formó parte activa del movimiento sindical, alcanzando un reconocimiento y respeto por su actuar ante los derechos de los trabajadores.

Al tomar posesión, en su discurso expresó: E eu, que durante tantas vezes fui acusado de não ter um diploma superior, ganho o meu primeiro diploma, o diploma de presidente da República do meu país (Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mí país).

Habrá quienes consideren su gestión como buena y otros como mala. Lo cierto es que llegó a alcanzar altos índices de popularidad (de 76.2 por ciento en marzo de 2009 hasta 81.5 por ciento en mayo, con una evaluación positiva de su gobierno que se elevó de 62.4 por ciento a 69.8 por ciento en ese mismo lapso), condición totalmente contraria a lo que actualmente se percibe en México.

Las comparaciones son malas y no se trata de establecer descalificativos orientados a desaprobar nuestras instituciones; sin embargo, es evidente que nuestros políticos lo último en lo que piensan es en el beneficio mayoritario y apoyan principalmente proyectos de beneficio personal. La desigualdad social crece bajo el neoliberalismo y entonces ya no podemos hablar de la explotación del hombre por el hombre sino de la explotación del hombre… por el hambre.

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