La palabra dietética proviene de la palabra griega diaita, que significa modo de vida. Hablamos entonces de algo que va mucho más allá de lo que generalmente se piensa y que se enfoca nada más al proceso de alimentarse. Es una manera de vivir.
Su base debe estar constituida por el equilibrio y la armonía de las actividades, además de la conducta en la que nos vemos inmersos cotidianamente. Tiene como primer objetivo el prevenir enfermedades intensificando a plenitud, las fuerzas vitales.
A medida que la humanidad ha evolucionado, la dietética se ha ido transformando, dentro de las distintas sociedades, en una verdadera doctrina que además de ser sostén de la medicina, es generadora de placeres inefables y encantos sublimes. Dependiendo del arte culinario, regionalmente hace del mundo un verdadero universo infinito de goces ilimitados.
Desde la etapa del hombre en que la necesidad de alimentarse obligaba a los grupos a ser nómadas, debió haberse rendido un culto sagrado al proceso de comer, inicialmente como una necesidad básica de supervivencia, para después ir evolucionando gradualmente no solamente pensando en hallar los alimentos que no hicieran daño sino aquellos que paralelamente ofrecieran un particular gusto a los sentidos.
Tal vez las primeras menciones escritas que tienen una orientación al comer y a la salud, provienen de los griegos. Ellos abordaban las enfermedades a través de una tríada constituida por la administración de medicamentos, los procedimientos quirúrgicos y la forma de alimentarse. Hipócrates de Cos (460 a. C.- 370 a. C.), médico de la antigua Grecia, señalaba como máxima principal, llevar una vida sana para evitar padecer enfermedades. Esto se orientaba a la moderación en las comidas, dormir lo suficiente para estar alertas, hacer del baño terapéutico y los masajes una verdadera sapiencia. Sobre estos principios buscaba satisfacer los ideales de la filosofía natural como la suprema idea de aspirar a ser del hombre, un individuo culto.
Después de Hipócrates surgió un médico cuyas fechas de nacimiento y muerte no se conocen, aunque se sabe que vivió alrededor del año 300 a. C. Se trata de Diocles de Caristo. Su obra más importante giró en torno precisamente a la dietética y nutrición. Propuso un programa escrupuloso orientado al cuidado de la salud. Un fragmento en uno de sus textos expresa que: “la jornada comienza al levantarse. Hay que despertarse temprano, pero no has-ta que hayan desparecido la pesadez y el sopor de la noche. Quien sea joven y vigoroso, debería dar un paseo antes de la salida del sol. Después de levantarse es menester darse un masaje en la nuca y la cabeza y friccionar todo el cuerpo con aceite. El aseo matutino incluye, además del vaciado del intestino, lavarse el rostro con agua fría y pura”.
Posteriormente el médico griego Galeno de Pérgamo (130 – c. 200/216), quien tuvo una influencia de más de mil años en la medicina, en su libro De sanitate tuenda (sobre la protección de la salud) estableció las primeras reglas clásicas de la dietética, sugiriendo que la mejor forma de curar giraba en torno a la recuperación del orden en el régimen de vida.
Esta tradición fue continuada por los médicos de la Edad Media. Sobresale el obispo Isidoro de Sevilla (c. 556 – 636), quien en su libro Etimologías (Origines sive etymologiae) se ocupó de escribir una obra verdaderamente enciclopédica, tratando de poner un orden a todo el conocimiento de la naciente ciencia, que se encontraba llena de lagunas y además estaba dispersa. Dedicó el cuarto libro, de medicina, al proceso de intervenir en el curso de la enfermedad y planteó como base la observatio legis et vitae, que no es otra cosa que el cumplir las leyes de la vida y las costumbres, priorizando la buena alimentación.
Esto se reflejó en estrictas medidas cotidianas de moderación en todos los monasterios, haciendo de la medicina monacal, una actividad a la que muchos recurrieron para buscar la curación. El Regimen Sa-nitatis Salernitanum (Regla Sanitaria Salernitana) es un poema didáctico que en versos latinos se enfocaba a establecer consejos dietéticos y prescripciones higiénicas que llegó a ser particularmente popular.
Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, también conocido como Paracelso o Teofrasto Paracelso (1493 – 1541), fue un alquimista, médico y astrólogo suizo.
El nombre Paracelso (Paracelsus, en latín), fue escogido por sí mismo y significa “igual o mejor que Celso”, que fue un médico romano del siglo I. Planteó que el modo de vida sano debe enfocarse a sacar adelante a una familia, recayendo sobre el padre toda la responsabilidad. Adquiere un valor especial la macrobiótica (arte de vivir mucho), ortobiótica (arte de vivir correctamente), calobiótica (arte de vivir en una forma bella) o eubiótica (arte de vivir bien).
Christoph Wilhelm Friedrich Hufeland (1762 – 1836) fue un médico alemán que inició el movimiento naturista del siglo XIX; sus máximas dietéticas prevalecen aún en nuestros tiempos y son tomadas por los movimientos ecologistas. Las doctrinas de una vida equilibrada cada día atraen a más seguidores en el mundo ante el incremento de los problemas crónicos y degenerativos que son consecuencia de una sociedad de consumo en la que se ha perdido la orientación hacia lo natural.
Los mexicanos ocupamos el primer lugar en el mundo en obesidad de niños, adolescentes y adultos. Hemos perdido la suficiencia alimentaria. El consumo cotidiano de frutas y verduras es casi nulo y predominan como alimentos las frituras, los refrescos, dulces y pastas previamente cocidas. Obviamente el panorama que se muestra a futuro es desolador y así será muy complicado salir adelante superando nuestro subdesarrollo.
Es verdaderamente vergonzoso que si las bases de la buena alimentación se establecieron hace miles de años, vayamos en contra de la corriente vital, en un sedentarismo injustificable y una alimentación pésima que es inaceptable. Urge un cambio de conciencia a través de la educación y bajo esta premisa, podremos aspirar a una forma y calidad de vida mucho mejor.