México tiene suscrito 53 tratados comerciales y de inversión con un centenar de países, el más importante por el valor y volumen es el signado con Estados Unidos y Canadá, vigente desde el primer día de enero de 1994: el Tratado de Libre Comercio (TLC). Entre los diferenciados productos comercializados destacan los estacionales agropecuarios: entre enero y junio, el valor de las exportaciones superan al de las importaciones; de julio a diciembre, el valor de lo importado es superior a lo exportado, y el saldo anual de la balanza agropecuaria suele ser negativo para México.
Cuando inició el TLC la superficie sembrada con granos básicos en México (maíz, frijol, trigo y arroz) fue de 11.1 millones de hectáreas (ha), en 2015 fue de 10.05 millones ha: en 22 años de vigencia del TLC dejamos de cultivar un millón 53 mil 428 ha (Sagarpa, SIAP). El abandono del cultivo de granos básicos no menguó la producción, la cual creció a una tasa media anual de 1.3 por ciento entre 1993 y 2015, inferior a la tasa de crecimiento poblacional y del consumo per cápita, dicho déficit de granos básicos se cubrió con importaciones, lo cual aumentó la dependencia alimentaria de 20 por ciento en 1990 a 38 por ciento en 2015; es decir, en 1990 el déficit de granos básicos por persona fue de 59.5 kilos y de 130.9 kilos en 2015. El valor de las importaciones de maíz y frijol excedieron en 39 mil 238 millones de dólares a las exportaciones de esos productos entre los años 1994-2015 (Grupo de Trabajo de Estadísticas de Comercio Exterior, integrado por el Banco de México, INEGI, Servicio de Administración Tributaria y la Secretaría de Economía), tal saqueo de divisas hace inviable cualquiera modalidad de crecimiento económico para México y amerita la revisión de los términos del TLC y de la estrategia y política económica sustentada en el libre mercado.
México es centro de origen y diversificación del maíz, nuestro cereal principal: su milenaria domesticación ha generado más de medio centenar de razas nativas y millares de variantes aptas a la heterogeneidad de climas, suelos, humedad atmosférica, topografías, vientos y precipitaciones pluviales. Su cultivo ocupa a millones de agricultores quienes por varias centenas de generaciones se trasmiten prácticas agroecológicas sustentables y tienen en el territorio el centro de sus cosmovisiones. Hay un acervo ancestral de conocimientos que permiten la multifuncionalidad de prácticas agroecológicas en condiciones que son adversas para una actividad mercantil; esos productores disponen de limitados recursos productivos y generalmente lo generado es autoconsumido; elevar los rendimientos por unidad de superficie es posible con una política ad hoc que tenga como prioridad mejorar las condiciones de vida de esos sujetos. Además existen maíces certificados de alto rendimiento y una agricultura intensiva muy desarrollada en el centro y norte del país que pueden generar el autoabasto de maíz, incluso un saldo positivo en balanza comercial, como lo hiciera la agricultura en los años de posguerra, durante el llamado milagro mexicano.
La agricultura en los países desarrollados es fuertemente subsidiada y la reproducción social de los productores agrícolas es prioritaria: los subsidios al valor agregado agrícola en Estados Unidos es tres veces más alta que la de nosotros, independientemente que los rendimientos físicos entre ambas agriculturas es de cuatro a uno favorable a los vecinos. En México hay opciones fundamentadas para una agricultura autosuficiente en la producción de granos básicos, generadora de empleos y menos depredadora de los recursos ambientales (Científicos Comprometidos con el Cambio Social). La indiscriminada apertura comercial, los términos convenidos en el TLC, las políticas neoliberales, y el abandono de políticas públicas de fomento agropecuario sustentables han generado, además de descampesinización, expoliación de territorios y precarización laboral, un desabasto permanente de alimentos y materias primas, migraciones rurales más intensas y deterioro en la calidad de vida de los productores agrícolas y de la población rural. El entorno macroeconómico es recesivo y hay hartazgo social ante los magros resultados neoliberales, tanto en términos económicos como en lo social y político; la necesidad del cambio de estrategia y de políticas públicas apremia revisar el TLC desde una óptica de soberanía y autosuficiencia alimentaria.