La población norteamericana se ha reproducido a una tasa media anual del uno por ciento en los últimos 50 años; 62 por ciento del incremento poblacional es por natalidad, 38 por ciento por la llegada de extranjeros a ese país: la sociedad norteamericana requiere fuerza de trabajo de otros países para reproducirse socialmente y satisfacer los requerimientos laborales.
En 1960 los nacidos fuera de Estados Unidos eran 4.8 por ciento del total de residentes, en 2014 era ya 13.2 por ciento, es decir, en 54 años la población residente creció 77 por ciento y los inmigrantes en Estados Unidos lo hicieron en 335 por ciento. Además, hubo cambio étnico en los flujos migratorios: en 1960 los latinos representaron 9.5 por ciento del total de extranjeros residentes en Estados Unidos; los asiáticos 3.8 por ciento y los europeos y canadienses eran 84 por ciento; en 2014 los latinos eran 51.6 por ciento, los asiáticos, 26.4 por ciento y los europeos y canadienses eran 13.6 por ciento del total de inmigrantes radicados en Estados Unidos. La composición étnica de los inmigrantes en Estados Unidos cambió drásticamente: los europeos y canadienses son la mitad de los asiáticos y éstos son la mitad de los latinos.
La tolerancia y permisividad de los republicanos hacia los latinos es diferente a la ofrecida a los inmigrantes europeos y canadienses: los primeros son, en el mejor de los casos, trabajadores no cualificados sin derechos laborales, humanos ni migratorios, no son dignos de ser sus vecinos y muchos menos, sus connacionales; los segundos, sus pares, pueden optar por la ciudadanía e integrarse sin objeciones a la sociedad norteamericana. La discriminación a los inmigrantes indocumentados expresa el odio y racismo que prevalece en la sociedad norteamericana contra grupos raciales no blancos, procedan del Medio Oriente, de Asia o América Latina y el Caribe.
Dos de cada tres extranjeros en Estados Unidos forma parte de la fuerza laboral; del total de personas que trabajan en Estados Unidos, 17 por ciento son extranjeros. En 2014 el Pew Hispanic Center estimó que los extranjeros ocupados en Estados Unidos eran 27.5 millones, de éstos, 71 por ciento son inmigrantes documentados y 29 por ciento son inmigrantes sin una estancia documentada. Del total de inmigrantes no documentos en Estados Unidos, 72 por ciento estaba laborando en 2014, su deportación no podría ser cubierta con los desempleados en ese país y generaría un incremento en el costo salarial, ya que a los inmigrantes no documentados se les otorga una remuneración menor a la oficialmente estipulada para el tipo de ocupación realizada.
La economía estadounidense creció a una tasa media anual de 2.9 por ciento entre 1990 y 2007 y la oferta de trabajo no se solventó con la población nativa, dado el crecimiento menor al uno por ciento de la fuerza laboral autóctona; además del retiro laboral de la generación de posguerra y de la disminución de la tasa de participación femenina. Los inmigrantes fueron convocados a llenar ese vacío y la población ocupada nacida en México creció a una tasa media anual de 5.7 por ciento durante esos años. Las visas 2Ha y 2Hb (trabajos no calificados) que otorga el gobierno de Estados Unidos no se correspondieron con la demanda laboral y los inmigrantes no documentados pasaron de 3.5 millones en 1990 a 12.2 millones en 2007, los inmigrantes no documentados nacidos en México han sido un poco más de la mitad de ese total de indocumentados.
La crisis económica de los años 2008-2008 abatió los niveles de ocupación y se ajustó a la baja el mercado laboral expulsando a 1.1 millones de inmigrantes indocumentados entre los años 2007 y 2014, los villanos del ajuste fueron los mexicanos: en 2007 había 6.95 millones de indocumentados y en 2014 fueron 5.85 millones (Pew Research Center, Unauthorized inmigrant population trends for states, birth countries and regions. 3/11/16). A pesar de la limpieza étnica, los mexicanos son el 52 por ciento del total de indocumentados y blanco favoritos de las redadas, criminalización y deportación. Los de la tierra de Aztlán son la primera mayoría de inmigrantes indocumentados en 38 estados del vecino país del norte; son la segunda mayoría en dos entidades; la tercera minoría de inmigrantes indocumentados en un estado de la Unión Americana y en otros cinco estados (Columbia, Hawai, Massachusetts, New Hampshire y Rhode Island) su presencia es menor.
Del total de indocumentados residentes en Estados Unidos (11.1 millones) en 2014, estaban trabajando ocho millones; los principales sectores donde se ocupaban eran la agricultura, la construcción y los servicios, y las principales ocupaciones desarrolladas eran las de jornalero agrícola, albañil y empleado no calificados. Los inmigrantes indocumentados son el 3.5 por ciento de la población total residente en Estados Unidos y las entidades donde su presencia supera esta media son Nevada, Texas, California, New Jersey, Arizona, Florida y New York. La presencia de inmigrantes (documentados o no) genera posiciones encontradas entre la ciudadanía norteamericana: de tolerancia en estados como California, New York, New Jersey, donde los inmigrantes son más del 22 por ciento de la población total; y de rechazo y confrontación en los sureños estados de Arizona y Texas, donde los extranjeros son menos del 18 por ciento de su población,
Los inmigrantes (con o sin documentos migratorios) en Estados Unidos representan 13 por ciento de la población residente, si a esa población extranjera le agregamos la primera generación (sus hijos que nacieron en Estados Unidos y por esa razón son norteamericanos), se duplica la población de origen extranjero, por lo que el conflicto étnico, racista y religioso no es sólo contra los nacidos fuera de Estados Unidos, sino también contra ciudadanos de nacimiento, lo que afecta sus derechos. Deportar 11.1 millones de inmigrantes indocumentados requiere de recursos financieros más elevados que los proyectados para construir el muro y significarían una incremento sustantivo del costo laboral de por lo menos 40 por ciento para los empleadores y limitaría el sueño americano de los nativos de ese país: ya no tendrían quién les auxiliara por un estipendio simbólico en las tareas domésticas de reproducción, ni en los cuidados de la salud de ancianos y/o de personas de capacidades diferentes, ni en el cuidado de niños; además tendrían que cambiar de villano favorito: los mexicanos ya no serían responsables del fracaso del neoliberalismo, de la precarización laboral, de la privatización de los bienes comunes, de la degradación del ambiente, de la pérdida de biodiversidad, de la pérdida de identidad y de la violencia estructural del sistema capitalista.