A las próximas elecciones presidenciales, la derecha mexicana neoliberal llega dividida y con dos candidatos bastante mediocres. Uno de ellos es Anaya, que va por el PAN y los restos que van quedando del PRD o “grupo de los chuchos”.
Anaya, siendo del PAN, se inscribe en la extrema derecha mexicana. Con una diferencia nada menor. Es un panista de nueva generación, ya muy alejado de los fundadores, de Gómez Morín y otros que lo siguieron. Este grupo era de derecha y bastante clerical. Con un rasgo que importa subrayar: se movían en política con un halo de idealismo y hasta de “decencia” que no era menor. Por el tremendo peso del PRI en los antiguos tiempos y por el real ostracismo en que se movían, necesitaban —para subsistir— de una componente espiritual y ética que no era despreciable. Todas las distancias guardadas eran algo parecido a los viejos cristianos, los de las catacumbas. También estaban influenciados por las encíclicas papales con contenido social, como la Rerum Novarum y siguientes. Además, en un porcentaje no menor, sus mejores dirigentes no aspiraban a la política para acumular un buen capital. Por lo demás, para nada eran “curas descalzos”: manejaban grandes haciendas, empresas y bancos. En su estilo, usar la política para engordar el bolsillo, no era propio de caballeros.
Con un más o con un menos, el viejo PAN operaba con esos ingredientes. El nuevo, es uno que se desarrolló con especial fuerza a partir del gobierno de Fox y del despliegue del modelo económico neoliberal. En este caso, el dinero y el poder, logrados a cualquier precio, incluso el de la decencia, se transforman en la primera finalidad de la vida. Aquí, el fin justifica los medios y si es necesario mentir, traicionar, robar y hasta asesinar, se sigue adelante con una impresionante “fuerza de voluntad”. Y se comprende el impacto que esta actitud moral tienen en el ejercicio de la política.
Anaya pertenece a esta nueva generación de políticos panistas. Son como “hijos naturales” de Fox. Entienden la política como un negocio, y los negocios como actividad política. Para ser políticos creen firmemente que también deben ser capitalistas. Aunque capitalistas un tanto especiales: la mayoría de sus negocios están localizados en sectores improductivos y en la gestión de sus empresas suelen practicar el ausentismo casi absoluto. Delegan la gestión y se limitan a cobrar sus ganancias. En breve, como clase empresarial son un verdadero himno a la inutilidad. Por lo mismo, se pueden calificar como segmento social del todo superfluo.
En este marco, se entiende que en nada contribuyen al crecimiento económico del país. Amén de que, como políticos, son evidentes agentes impulsores de la corrupción. Si alguien quisiera buscar en estos nuevos políticos (“pirruris”, “juniors”, “hijos del Itam”, etcétera) una clara concepción del país, una buena comprensión de su historia y un real proyecto de nación a futuro, perderá completamente su tiempo. No están para estudiar y pensar con seriedad: éstas son actividades que, para ellos, no rinden dividendos.
Anaya es parte de esta nueva generación panista neoliberal, superficial, vanidosa, mediática y muy ajena a los ideales caballerescos de ética y decencia. Tiene algunos negocios que, se dice, son muy turbios y que, en todo caso, le parecen rendir elevadísimos beneficios. Los escrúpulos y el respeto a sus semejantes no son su fuerte. Es de los “políticos pirruris”, audaces y trepadores, de los que a sus rivales le meten el codo hasta el fondo de la garganta. Su ascenso en el PAN, hasta llegar a ser su dirigente nacional parece marcado por tal estilo.
Anaya es de los que cultivan lo que parece nuevo, en el mejor estilo mercantil, mediático y publicitario. El ideal aquí es vivir a la moda, usando a lo aparentemente nuevo como factor de prestigio social. Y cambiar de “ideas” y valores como quien se cambia los calcetines. Lo curioso es que, ante lo verdaderamente nuevo, manifiestan un terror metafísico. En materias de economía, por ejemplo, hacen abluciones infinitas: nos hablan de lo “bueno que es el libre mercado” y defienden a rajatabla a economías (como las neoliberales) del todo dominadas por estructuras monopólicas. También señalan que la intervención estatal es dañina y atentatoria a la libertad de los humanos. Confunden estadista con estatista y, sin saberlo, son seguidores de Adam Smith y de los que inauguraron la escuela neoclásica (los “marginalistas”) allá por 1870 o antes. También de Milton Friedman (el que fuera asesor de Pinochet, el dictador sudamericano), en sus versiones más populacheras. Pero se creen libertarios y novedosos.
Este político maneja una oratoria que recuerda a los leguleyos litigantes. O lo que la jerga popular denomina “pica-pleitos”: hablan hasta por los codos y se creen infalibles. Para lo cual, si es necesario decir que el sol es de color negro, no vacilan en hacerlo. Su falta de ideas sólidas tiene expresiones múltiples. Podemos elegir dos: frente a la extrema pobreza, termina por copiar al “populista” AMLO: si éste ofrece 20, Anaya cree ser realista y ofrece 80. Igual que Meade quiere preservar el modelo neoliberal y rechaza volver al pasado. Es curioso, entre 1940 y 1982 (fase “populista”), el PIB crecía entre 6-7 por ciento promedio anual. Luego, durante la época neoliberal (de 1982 a la fecha), el PIB crece en el orden del 2.0 por ciento. ¿Por qué esta extraña preferencia? ¿Será porque hay un delgado 1 por ciento que sí obtiene ganancias espectaculares y no desean soltar el cuerno de oro?
En las últimas semanas, para darle “contenido” a su campaña, Anaya recurre a la “poesía”. Nos habla de niños que ríen, de jóvenes que bailan, de adultos etcétera. Si Villaurrutia o López Velarde escucharan, se suicidan. En verdad, si como poeta es degradado, como político es de una vaciedad total. Un filósofo alemán de seguro lo tomaría para ejemplificar la noción de vacío absoluto.