El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra agenda como un vocablo que deriva del latín agenda como “lo que ha de hacerse” y en nuestro contexto actual, como un libro, cuaderno o dispositivo en el que se apunta, para no olvidarlo, aquello que se ha de hacer. La dinámica en la que nos desenvolvemos ahora nos obliga a depender de esta herramienta en una forma cotidiana, ordenando prioritariamente nuestros quehaceres en un periodo determinado.
Esto se aplica literalmente en todo y si bien he conocido a muchas personas que no lo necesitan, en política es fundamental. Si nos referimos al tema de salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en nuestro continente la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han propuesto el desarrollo de la Agenda de Salud de las Américas 2008-2017 para fortalecer las capacidades de los países de esta región, para comprender, actuar e influir en los aspectos determinantes de la salud, promoviendo y concertando acciones buscando la mayor equidad global desde el punto de vista sanitario.
Los desafíos son de una magnitud inimaginable, pues si bien tenemos una percepción de lo que significa estar enfermos, hablar de bienestar en todas las esferas es adentrarse en un ámbito complejo en el que interviene una cantidad innumerable de variables, que son distintas de persona a persona y de tiempo en tiempo, en la misma persona; es decir, lo que nos afecta en un momento determinado, puede sufrir cambios radicales en un periodo posterior indeterminado.
Establecer prioridades y compromisos es particularmente difícil en la actualidad, sobre todo en países como el nuestro en el que la brecha que marca diferencias entre pobres y ricos señala desigualdades inequitativas y nada recíprocas.
Debemos partir de que la salud es un derecho fundamental de la vida y aunque los políticos lo expresan así, poco se hace para brindar seguridad, acceso a nuevas tecnologías, integración social y equidad. Deben ser formuladas acciones puntuales que permitan tomar medidas locales, acuerdos bilaterales, regionales y globales que se reflejen en un equilibrio de bienestar, considerando el crecimiento económico y el desarrollo social.
Entonces se concluye que la buena salud no debe basarse solamente en las intervenciones médicas sino también en las condiciones de vida, opciones personales y oportunidades. Resumiendo lo que es el estilo de vida, podemos deducir que una gran cantidad de factores lo afectan y poseen una importante fuerza de asociación en lo social y económico. La educación, el empleo digno, nivel de ingreso, distribución económica, seguridad alimentaria, vivienda adecuada, equidad de género y nivel de tensión o estrés, son apenas unos de los determinantes que deben de ser considerados precisamente en una forma ordenada y sobre todo, prioritaria de acuerdo a la importancia que revierten y que se deben de reflejar en lo individual y colectivo, asociando los diferentes factores de riesgo en padecer enfermedades determinadas, buscando mejorar la esperanza y la calidad de vida.
Esta tarea no es fácil. Las disparidades entre la salud de países ricos y pobres no son circunscritas a una esfera concreta, pues las migraciones desordenadas condicionan un intercambio de enfermedades que tienen un impacto global. Esto no se resuelve con declaraciones violentas o agresivas ni con muros de contención humana. El reto consiste en diseñar e implementar planes, programas y proyectos que sean lo suficientemente amplios y profundos como para poder abordar en una forma eficiente, las relaciones causales y complejas con una visión a corto, mediano y largo plazo en enfermedades específicas. Para lograrlo, es determinante el desarrollo de la investigación y adecuados métodos de intervención, que en el caso de México, constituyen un punto particularmente débil y políticamente descuidado.
Fortalecer las capacidades de respuesta ante el panorama de la salud implica una profunda comprensión de los determinantes en la enfermedad y así, poder actuar e influir en una manera eficiente que promueva acciones que tengan como guía el acceso general a una buena medicina preventiva. Esto implica el análisis de riesgos, la formulación de adecuadas tomas de decisiones, gestión de proyectos y acciones de cooperación colectiva, difundir conocimientos orientados a la salud preventiva y sobre todo, impulsar a que la población se convierta en una sociedad informada y proactiva, es decir, actuante. Esto no solamente debe ser a través del aprendizaje sino también en la operatividad, aprovechando herramientas básicas y de alta tecnología.
Constituyen fenómenos conmovedores y estremecedores las frecuencias con la que se están presentando enfermedades como el cáncer y diabetes, pero perturba y desconcierta cómo los individuos afectados por estos padecimientos poseen menos posibilidades de ocuparse y asumir los costos de la correspondiente atención médica que requieren. Es como ver a muertos en vida. Pero una visión alrededor muestra el panorama aterrador de obesidad, malnutrición, mortalidad infantil por padecimientos potencialmente prevenibles y pobreza.
La agenda en salud debe implicar un compromiso genuino en prevenir estas enfermedades y condicionantes para poder, posteriormente, generar la infraestructura sanitaria que permita el acceso a los distintos servicios terapéuticos con una orientación curativa. Si no se hace de esta forma, las implicaciones tendrán un costo enorme para las instituciones, las comunidades y las personas, condición que es contradictoria a la lógica social que implica el compromiso mundial de buscar un desarrollo sostenible que tenga como meta el bienestar global.
La promoción de la salud incumbe a cada individuo y al gobierno. Debe plantearse una mejor vinculación entre las secretarías del Estado mexicano, incluyendo la educación, la correcta aplicación de las finanzas públicas, el buen desarrollo social, cuidado del ambiente y recursos naturales, aprovechamiento eficiente de la energía, el mejoramiento de las comunicaciones y el transporte, el acceso a trabajos dignos y bien remunerados, un urbanismo convenientemente planeado, el fortalecimiento de la cultura y hasta el fomento del turismo nacional.
El desafío es enorme y hasta intimidante, pero el panorama no debe ser paralizante, sino motivador para que, ante este clima de complejidad extrema, todos y cada uno de nosotros saquemos lo mejor de nosotros mismos con el genuino compromiso de cuidar de la salud.