Más de 30 millones de ciudadanos sufragaron por Andrés Manuel López Obrador, quien ya es presidente electo. En menos de un lustro, el partido fundado por ese dirigente es ya la primera fuerza electoral en el país y, junto con sus coaligados Partido del Trabajo y Partido Encuentro Social, son mayoría absoluta en el Congreso de la Unión. La ascendencia electoral del líder de Morena permeó tanto las elecciones federales como las locales y la coalición Juntos Haremos Historia ganó la mayor parte de gubernaturas disputadas así como las presidencias municipales y los Congresos locales. Muchos de los funcionarios y legisladores electos tienen una identidad política frágil con sus partidos y una inexistente lealtad con sus electores, puede cambiar de partido y de bancada fácilmente por un plato de lentejas o por expectativas de realización personal: la mayoría absoluta de Morena puede convertirse en mayoría calificada o en primera minoría.
No es la primera vez que un candidato presidencial opuesto a los partidos Acción Nacional o Revolucionario Institucional gana una elección presidencial, pero sí es la primera que se le reconoce el triunfo. En 1988 estaban presentes los demoledores efectos socioeconómicos de una prolongada e intensa crisis económica, esa vez el voto de castigo se orientó hacia el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, candidato presidencial del Frente Democrático Nacional; los resultados conocidos el día de la elección le dieron una amplia ventaja a Cárdenas sobre el candidato presidencial del PRI, el sistema de cómputo enmudeció y cuando fue restaurado el registro de votación era distinto al observado en urnas. En 2006 el candidato presidencial con mayor número de sufragios fue López Obrador; una quirúrgica alteración de actas cambió el resultado. En el reciente proceso electoral fue obvia la preferencia hacia López Obrador, quien se ubicó siempre por encima de las intenciones sumadas de todos sus contrincantes, ante esta evidencia, los partidos gobernantes —que controlan los órganos electorales— se obcecaron en retener candidaturas locales a través del fraude electoral, como fue evidente en la elección de gobernador en Puebla.
La corrupción y la impunidad fueron causales importantes de la confianza depositada en López Obrador. Él fue dirigente del PRD y posteriormente de Morena, Jefe de gobierno de la actual Ciudad de México, y en su desempeño en esos cargos fue congruente, probo, trabajador y leal con sus electores. El desprestigio de los partidos y gobiernos neoliberales y los magros resultados de sus estrategias y políticas se capitalizó hacia López Obrador y la propuesta electoral de Morena; los sufragantes del tabasqueño esperan una reorientación de las políticas públicas y un manejo honesto y eficiente del gasto público. Reestabecer la confianza en las instituciones, mejorar la seguridad pública, elevar la calidad de vida de la mayoría y garantizar honestidad en el manejo del erario son principios alentadores para emprender una transformación profunda de las instituciones y establecer las autonomías no sólo de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, sino también de los organismos gremiales, sociales y políticos con el Poder Ejecutivo.
La austeridad presupuestal aunada al manejo probo y eficiente del erario podrán liberar recursos públicos para inversión u otros gastos sociales equivalentes a un tercio de los ingresos presupuestarios del año en curso, lo que será un apreciado fondeo para iniciar la gestión presidencial sin aumentar la contratación de deuda pública ni la tributación fiscal. Pero es necesario que la productividad laboral y los flujos de inversión aumenten y disminuya la dependencia de las importaciones, y que el producto generado no sólo sea verde, sino demandante de fuerza de trabajo y en esa dirección esperamos que se diseñen y ejecuten las estrategias y políticas públicas de la próxima gestión presidencial.