El cambio verdadero también se construye desde lo local

El régimen político (conjunto de normas e instituciones que rigen la vida en una sociedad determinada) que se construyó durante el siglo XX en el estado mexicano estuvo fuertemente marcado por el centralismo y el verticalismo emanados del centro de poder político en el país. Esto es que los territorios y espacios periféricos (estados y poderes locales) estuvieron en los hechos fuertemente supeditados al control y designios que provenían básicamente del poder ejecutivo federal. Un poder que se extendía a la cámara de diputados (que debía representar directamente los intereses de los ciudadanos) y a la cámara de senadores (representación de los intereses de los estados supuestamente soberanos e independientes de la República). Así tenemos que en el régimen político del siglo XX mexicano el centro de poder real era la presidencia de la República, y la correa de transmisión de poder al resto de las instituciones federales y estatales era el Partido Revolucionario Institucional, en el que se elegían y designaban candidatos con la venia directa y el beneplácito del primer hombre de la República y del partido, el presidente de la República.

El régimen comenzó a transformarse al final del siglo XX con la llegada de la alternancia política a nivel local a finales de los años ochenta, este cambio fue permitido de manera controlada desde el poder central de la República buscando preservar la estabilidad del régimen. A lo largo de la década de los noventa vimos proliferar en diversos territorios de la República gobiernos a nivel estatal y municipal de diferentes orígenes partidistas. En un primer momento esta transformación fue celebrada como signo de la madurez democrática alcanzada en el país, como síntoma de verdadera competencia política y de diversidad; sin embargo, en muchos de los casos se construyeron poderes locales en los que el Ejecutivo local, el gobernador en turno, se erigió como un poder autoritario y dominante a imagen y semejanza del Poder Ejecutivo federal.

Los resultados electorales del pasado 1 de julio resultaron en una aplastante victoria de Morena que representa una oportunidad para avanzar en el verdadero cambio político en el país. Morena ganó la presidencia de la República con un 52.96 por ciento de los votos, la coalición Juntos Haremos Historia obtuvo 218 de las 300 diputaciones federales de elección directa y considerando los curules de representación proporcional llegaría hasta 312 del total de 500 diputados, en el Senado de igual manera la coalición tendrá al menos 70 senadores de los 128 lugares disponibles. En cuanto al alcance del partido a nivel local se lograron victorias en las gubernaturas de Chiapas con Rutilio Escandón, Morelos con Cuauhtémoc Blanco, Tabasco con Adán Augusto López, Veracruz con Cuitláhuac García, además de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México con Claudia Sheimbaum (esto sin considerar el litigio actual debido a la irregularidad que se presentó en la elección de gobernador en Puebla). A nivel de los congresos locales Morena gozará de mayoría en los lugares en donde ganó la gubernatura y en 17 de los estados en donde se renovaron congresos también tendrá mayoría. En el caso de la Ciudad de México la victoria no sólo fue en la Jefatura de Gobierno sino que se ganaron las alcaldías de Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Iztacalco, Iztapalapa, Magdalena Contreras, Miguel Hidalgo, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco. En cuanto presidencias municipales Morena triunfó en capitales como La Paz, en Baja California Sur; Morelia, en Michoacán; Othón P. Blanco, en Quintana Roo; Hermosillo, en Sonora; Culiacán, en Sinaloa; Toluca, en el estado de México; Oaxaca, Puebla y Zacatecas. En el estado de México ganó 48 de 125 municipios, en Guanajuato cinco de 46 municipios; en Guerrero 13 de 81 alcaldías, en Jalisco siete de 125, en Michoacán 20 de 112, en Oaxaca 43 de 153, en Puebla 47 de 213, en Quintana Roo 3 de 11, en San Luis Potosí cinco de 58, en Sinaloa 7 de 18 alcaldías en disputa, en Sonora 19 de 72, en Tamaulipas cinco de 43 y en Zacatecas 10 de 58. En términos globales Morena gobernará, más allá de la presidencia de la República, a 56 millones de mexicanos que representa a un 47 por ciento de la población nacional, según cifras de la Conapo.

Si bien una de las propuestas fundamentales de campaña de López Obrador fue la de “acabar con la corrupción” a través de “barrer la escalera de arriba para abajo”, además de encabezar la llamada cuarta gran transformación en el país, habrá que prestar atención a que esa intención del nuevo ejecutivo federal no se convierta en una tendencia a aplastar la independencia y autonomía que deben tener los gobiernos locales en aras de mantener el orden en las gubernaturas y presidencias municipales. Con los resultados obtenidos Morena se convierte en el nuevo partido hegemónico mexicano, una fuerza que deberá comprometerse con cambiar las lógicas verticales y centralistas que han marcado nuestra historia a pesar de su innegable preeminencia política. Esto es debido a que una parte fundamental del llamado cambio verdadero pasará indudablemente por respetar la autonomía y la soberanía de los gobiernos locales en el país, para crear gobiernos verdaderamente cercanos a la gente y sus necesidades. Esta será una parte fundamental para cumplir con la histórica demanda de soberanía popular, para permitir que la mayoría de la población deje de entender la política como un espacio cerrado a la participación popular y propio de élites políticas y económicas anquilosadas en el país. Morena y sus gobiernos tendrán que echar mano de prácticas locales de democracia participativa a través de foros abiertos a la población y a expertos temáticos, consultas populares, presupuestos participativos, consultas ciudadanas, plebiscitos revocatorios y mandatorios, etcétera. El cambio verdadero también se construye desde lo local.

 

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