De caminata a éxodo centroamericano

Foto: EsImagen / Jafet Moz

Foto: EsImagen / Jafet Moz

El viernes 12 de octubre de 2018 inició la “Caminata del Migrante”. Días previos una convocatoria estuvo circulando en redes sociales, la información se difundió demasiado rápido, se pasó de boca en boca y también por medios de comunicación locales. El punto de encuentro fue la Gran Terminal de San Pedro Sula, Honduras, donde más de 300 personas —incluidas mujeres, niñas, niños y familias completas— se congregaron para iniciar su caminata. En palabras de Sandro Mezzadra, podría decir que estas personas iniciaron sus fugas, su movimiento migratorio entrecruzado por “condiciones de coacción y con una búsqueda de libertad” (2005:17). Es decir, esta condición de migrar, de fugarse, conlleva un sentido de ambivalencia entre la opresión, control y la búsqueda de la libertad, de la movilidad.

El andar de esta caminata estuvo marcado por la acción de adhesión de miles de personas quienes huyen de violencias, hambre, muerte y precariedad, llegó a estar conformada por más de 7 mil personas quienes lograron irrumpir fronteras, andar en grupo porque eso garantizaba su seguridad y posibilidades. Eso a través de los años ha quedado claro, sobre todo por las Caravanas/ Viacrucis de migrantes que han atravesado México acompañados de defensores de derechos humanos. La diferencia en esta ocasión fue que esta Caminata no se organizó en el sur de México, sino que venía relativamente organizada desde mismo Honduras y que el número de personas que se unieron, que se vieron forzadas o decidieron salir de sus lugares de origen, es sin precedentes al grado de ser nombrada y autonombrada un éxodo, y no solo un éxodo hondureño, sino uno centroamericano.

Muchos y muchas se preguntan: ¿por qué las y los migrantes viajan juntos? ¿Por qué no continuar migrando de forma casi invisible como en las últimas décadas? La respuesta es clara; migrar por México implica atravesar rutas de la muerte (aunque también de posibilidades), es un gran riesgo no solo a manos de autoridades que se regocijan con la condición de deportabilidad, con el abuso de poder, con la desechabilidad de esas vidas irregularizadas, también representa un peligro latente a manos de delincuentes en solitario y del crimen organizado por la posibilidad de ser desde asaltados, violentados, extorsionados, secuestrados, desaparecidos y/o hasta asesinados. Por lo tanto, viajan en grupo por una táctica de seguridad, por una necesidad de visibilizar las causas de sus fugas y el contexto al que se enfrentan en su caminar. Se tiene claro que la unión hace la fuerza, que juntas y juntos muy difícilmente podrían ser vencidos, que ya no quieren ser invisibles, que necesitan que sus voces se escuchen y resuenen.

Como parte de la organización Pueblo Sin Fronteras, comencé a dar acompañamiento directo en terreno al éxodo centroamericano desde Pijijiapan, Chiapas, un jueves 25 de octubre, y justo al llegar mi pregunta sobre por qué salir en medio de dos procesos político electorales complejos —las intermedias en los Estados Unidos y el momento de transición en México. La respuesta me impactó de frente: ni la muerte ni el hambre conocen de procesos electorales.

El objetivo, al principio, era lograr salir del sur de México. El sábado 27 de octubre, en la travesía de Arriaga, Chiapas, a Tapanatepec, Oaxaca, durante la madrugada la fuerza del gobierno mexicano se hizo presente al desplegar a elementos de la policía federal con su equipo antimotines en un puente, en medio de la nada, sin señal de celulares. En ese momento, también se pudo ver reunidas a las más de 7 mil personas miembros del éxodo sentadas en la carretera y el acompañamiento por distintas organizaciones de derechos humanos de la zona, así como de la Comisión de los Derechos Humanos de Chiapas, la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Según un oficial de la Gendarmería la intención del operativo en la zona era solo dar a conocer el “Plan estás en tu casa” lanzado un día antes por el entonces presidente Enrique Peña.

Desde Oaxaca, específicamente, desde Juchitán se hizo presente el Puente Humanitario resultado del gobierno de transición en la Ciudad de México y el actual gobierno, así como organizaciones de la sociedad civil, para garantizar un recibimiento en dicha ciudad. Ese puente fue difícil de recorrer porque la única forma de avanzar que hasta ese momento el éxodo estuvo teniendo era por medio de aventones pedidos en las carreteras. Todo parecía indicar que en Sayula, la suerte del éxodo cambiaría porque que el entonces gobernador, Miguel Ángel Yunes, ofreció transporte para todos los integrantes del éxodo hasta Ciudad de México. La buena voluntad terminó con una llamada del gobierno federal y miles de personas fueron obligadas a recorrer Veracruz sin ninguna garantía, sin apoyo por parte del gobierno del estado aunque sí por algunos gobierno municipales pero sobre todo por ciudadanía mexicana. Fue claro que la disposición del gobierno federal era obstaculizar el avanzar del éxodo aunque evitando una clara confrontación violenta ante medios de información.

A la llegada al Deportivo Magdalena Mixhuca en Ciudad de México fue antes de lo previsto por el andar despavorido de miles de personas. Muchas y muchos comenzamos compartir información sobre los complejos procesos de solicitud de asilo en los Estados Unidos y sobre la entonces Acción Ejecutiva que el presidente Donald Trump había dispuesto. No obstante, miles de personas decidieron continuar y algunas organizaciones decidimos continuar acompañando.

El resto del camino también fue complicado, se tuvo acceso a autobuses pero no de una forma solidaria sino con la urgencia de mover a esa “masa” de municipio en municipio lo antes posible. El ataque mediático fue sin precedentes. México parecía ser el sector xenófobo y racista de los Estados Unidos. El recibimiento de los migrantes en Tijuana, Baja California, no fue el esperado. Se presentaron discursos y acciones xenófobas y discriminatorias de parte del gobierno municipal y estatal y por una parte de la sociedad tijuanense que se agudizó más ante el cierre de la garita de San Isidro por algunas horas después que el domingo 25 de noviembre, una marcha pacífica se salió de control y algunos integrantes del éxodo intentaron cruzar por cualquier medio, siendo atacados con una desmedida violencia por parte de la autoridad migratoria estadounidense con gas lacrimógeno y balas de goma.

Es necesario que el nuevo gobierno mexicano no apueste por la desesperación que está imperando y solo aliente la devolución y deportación sin posibilitar las demás alternativas forzadas, por ejemplo: 1) agilizar la lista de espera de los solicitantes de asilo a Estados Unidos; 2) apresurar los procesos de la solicitud de la condición de refugiado en México; 3) agilizar los trámites de Visas Humanitarias en México y 4) reconocer esta crisis humanitaria no solo en Tijuana sino en Honduras mismo para que este tema sea tratado como una verdadera crisis, donde no se enfoquen particularmente en la visión securitaria sino, y sobre todo, en la humanitaria, garantizando la presencia de organismos internacionales que puedan gestionar de una forma ética y digna este complejo fenómeno.

Este éxodo sin duda ha puesto en jaque las fronteras y resalta la responsabilidad estadounidense en la crisis en Centroamérica y sobre todo en Honduras, pero en ningún momento representa una fractura al sistema capitalista, es sin duda uno más de sus síntomas.

 

 

Fuentes

Bartolo, Fuente (2018, oct., 12). Más de 300 personas reunidas en la terminal de buses de SPS. [Actualización Facebook]. Recuperado de: https://www.facebook.com/bartoloFuen#

 

Mezzadra, Sandro (2005) Derecho de Fuga. Migraciones, ciudadanía y migración. Tinta Limón-Traficantes de Sueños: España.

 

 

 

* [email protected]