Del 2 al 15 de diciembre de 2018, se celebró en Katowice, Polonia, la reunión 24 de la llamada Conferencia de las Partes (COP24). Es paradójico que esa reunión se efectuara justo a unos kilómetros de distancia de la gran central térmica de Belchatow, que genera electricidad a partir de la quema de carbón, y que encabeza la lista en la Unión Europea de fábricas emisoras de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global. (https://elpais.com/sociedad/2018/12/01/actualidad/1543686099_558961.html?rel=mas).
Precisamente, el uso de carbón para producir energía es una de las prácticas que deben reducirse drásticamente para combatir el cambio climático, y al que Donald Trump prometió impulsar desde el inicio de su administración como parte de las modificaciones al Plan de Energía Limpia de los Estados Unidos.
En la COP24, representantes de casi 200 países debatieron qué pasos y acuerdos debían tomar para acelerar la aplicación del denominado Acuerdo de París de 2015 (https://unfccc.int/sites/default/files/spanish_paris_agreement.pdf).
Después de esas dos semanas de intensas negociaciones, el logro más relevante que se obtuvo —si no es que el único— fue el llamado “libro de reglas” (rulebook) para que los países reporten rigurosamente sus reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero, emisiones que son producto de la quema de combustibles fósiles, y, muy importante, de los procesos de destrucción de la vegetación en el planeta. Destaca que tanto China como los Estados Unidos, los mayores emisores de esos gases, también se ajustarán a esas reglas.
Esas emisiones están cambiando la composición de la atmósfera terrestre, lo que a su vez causa un aumento de la temperatura global (el planeta tiene actualmente 0.85 grados centígrados por encima de su temperatura media normal). Con ello, se altera el sistema climático, al grado que provoca cambios en los patrones de lluvia, en los eventos extremos de temperatura, en la pérdida de hielo y nieve, y en el aumento de nivel del mar.
Lo anterior fue documentado en gran detalle en un reporte especial del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés; http://report.ipcc.ch/sr15/pdf/sr15_spm_final.pdf). Este Panel elaboró ese reporte describiendo qué le sucedería al planeta si su temperatura aumentara en 1.5 grados centígrados, y cómo los efectos serían más graves si el aumento fuera de 2°C.
Para explicarnos por qué se analizaron los impactos de 1.5°C y 2.0°C, tenemos que referirnos al Acuerdo de París.
Este acuerdo entró en vigor en 2016 con la ratificación de más de 100 países. En él se estableció que los países se comprometían a reducir sus emisiones tal que el aumento de la temperatura global fuera “muy por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, y de seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1.5ºC”.
Así, el reporte del IPCC (entregado en octubre de 2018) documentó que es muy probable que esas temperaturas se alcancen entre 2030 y 2052, dependiendo de que los países, además de cumplir con sus compromisos, aumenten significativamente sus esfuerzos por reducir sus emisiones (Compromisos Nacionalmente Determinados, para el caso de México ver: https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/162974/2015_indc_esp.pdf), de tal manera que las emisiones totales se reduzcan a la mitad para el 2030.
Lo anterior significa que se tendrían entre 10 y 30 años para evitar las peores proyecciones que se describen en el Reporte Especial en Calentamiento Global de 1.5°C.
Entre esas proyecciones se encuentran: fuertes impactos en los ecosistemas terrestres, costeros y marinos, incluyendo la pérdida y extinción de especies. También se proyectan impactos severos en la salud, la seguridad alimentaria y el crecimiento económico.
El endoso de ese reporte especial del IPCC fue bloqueado por países como Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita y Kuwait. Recordemos que Trump anunció en junio de 2017 que Estados Unidos se salía del Acuerdo de París, pero esto ocurrirá oficialmente hasta 2020. Así, la delegación estadounidense pudo participar en ese bloqueo.
Cabe aclarar que en la Conferencia de las Partes los acuerdos para ser considerados se deben tomar sin la oposición de algún país. Así, el reporte especial no pudo ser incluido en los acuerdos de Katowice explícitamente. Eso fue frustrante para muchos países y organizaciones de la sociedad civil, y representa una gran decepción para los científicos que lo elaboraron (https://www.apnews.com/92da6d165f6c4addbbbb82ac7a3eed84).
Un tema clave, cuya discusión se pospuso para finales de 2019, es crear algún sistema de comercio (créditos de carbono), que permita tener soporte económico para la reducción de emisiones. No está de más aclarar que las acciones de reducción de emisiones requieren fuertes inversiones, por lo que el tema de financiamiento es uno de los puntos más álgidos de las negociaciones.
En el otro extremo del espectro político, varias de las organizaciones de la sociedad civil y científicos comprometidos con el combate al cambio climático, han criticado fuertemente algunas de las opciones propuestas en el reporte especial del IPCC. Silvia Ribeiro (http://www.jornada.com.mx/2018/10/13/opinion/023a1eco) señala que “el informe falla en las propuestas sobre los caminos a tomar, ya que no cuestiona el statu quo económico ni la inequidad global sobre quienes han provocado y deben hacer inmediatamente una fuerte reducción de emisiones. Por evitar cuestionar los temas de fondo, incluye en sus propuestas tecnologías de alto riesgo, como las de geoingeniería, que no son ninguna solución e incluso podrían empeorar el desequilibrio climático”.
Efectivamente, en el reporte especial se plantean diferentes trayectorias de desarrollo para limitar el aumento de temperatura global. Estas trayectorias requerirán de una rápida y ambiciosa transición en energía, y fuertes cambios en el uso de la tierra, en la urbanización, y en la infraestructura (incluyendo transporte y construcción), y en general en los procesos industriales.
Sería necesario que las emisiones netas globales de dióxido de carbono (CO2) de origen humano disminuyeran cerca de la mitad en 2030 con respecto a los niveles de 2010, y siguieran disminuyendo hasta alcanzar el “cero neto” aproximadamente en 2050. Según el Panel, eso significaría que se necesitaría compensar cualquier emisión remanente por medio de remover bióxido de carbono (CO2) de la atmósfera.
Justo es en esa remoción de CO2 donde se centran la aplicación de esas geoingenierías. Básicamente, las geoingenierías están relacionadas con las tecnologías asociadas a la eliminación de dióxido de carbono (CDR, por sus siglas en inglés), y con las de Bioenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono (BECCS, por sus siglas en inglés). En ambos casos, dichas tecnologías son fuertemente impulsadas por diversas compañías e industrias, pero aún se encuentran mayormente en una fase teórica y experimental. Mediante estas técnicas, se pretende, por ejemplo, disminuir la entrada de radiación solar entrante en el planeta (lo que en principio bajaría la temperatura global), lanzando al espacio cuerpos reflejantes o por generación de nubes que jueguen ese papel. Otro método sería el enterrar los excedentes de bióxido de carbono (donde se supone que el suelo es tierra es inerte, y no un ecosistema), o bien multiplicar las algas verdes en los océanos, a fin de que absorban el exceso de CO2, mediante el proceso de fotosíntesis. Estas opciones pueden desatar procesos en esos sistemas complejos (suelos, océanos) para los que aún no conocemos sus consecuencias.
Por lo anterior, y como respuesta al reporte especial del IPCC, se publicó un manifiesto elaborado por 110 organizaciones sociales, científicos y activistas ambientales, señalando los peligros de aplicar geoingenierías en la solución del problema ambiental que supone el cambio climático1. (https://tinyurl.com/yakb6ghb).
En el manifiesto se propone emplear alternativas ya existentes, probadas, y que antepongan las necesidades de las personas y del planeta mismo. Las respuestas se deben dar en un marco de equidad, siguiendo lo planteado en el Acuerdo de París, esto es, que preserven la justicia climática.
En los estudios que emplea el manifiesto para sustentar su visión (https://www.cidse.org/publications/climate-justice/food-and-climate/report-missing-pathways-to-1-5-c-2.html.), se describen los procesos de transformación desde ahora hasta 2040, para hacer que los suelos y los bosques sean un sumidero neto de carbono, en lugar de una fuente de emisiones antropogénicas, como ocurre por su exacerbada explotación actual.
El informe completo tiene tres secciones principales. Una sección sobre “fortalecimiento de los derechos territoriales de pueblos indígenas y comunidades locales.” Una segunda sobre “restauración de bosques y otros ecosistemas”. Ambas secciones demuestran cómo la mejora de los derechos y la integridad del ecosistema contribuyen a resolver el cambio climático. La sección 3, “transformando la agricultura”, deja en claro las profundas transformaciones requeridas tanto en el modelo de agricultura industrial como en el comportamiento sobre la dieta y el consumo. El sector agropecuario es un gran contribuyente de gases de efecto invernadero, tiene un gran consumo del agua disponible, y es fuente de cambios de uso del suelo con gran pérdida de su fertilidad asociada. Sin embargo, es también uno de los sectores más vulnerables a los cambios climáticos globales.
Los estudios señalan cuántas toneladas de CO2 se podrían retirar de la atmósfera mediante las técnicas descritas, y que serían consistentes con la preservación de los derechos de las comunidades y en la reducción del calentamiento global, pero también con la preservación de los ecosistemas y tierras fértiles.
Así pues, no sólo se agota el tiempo para hacer los cambios que reduzcan el proceso de cambio climático, también se abre la oportunidad de hacer esos esfuerzos consistentes con procesos de equidad y reducción de desigualdades, que son finalmente la raíz del cambio climático global.
1 http://www.geoengineeringmonitor.org/wp-content/uploads/2018/10/HOME_manifesto-ES.pdf