Una herpetohistoria que deja huella

· Ilustración: Diego Tomasini “El Dibrujo”

· Ilustración: Diego Tomasini “El Dibrujo”

Era la primavera de 2003 cuando por primera vez nos dijeron que si nos interesaba ir al campo a estudiar anfibios y reptiles, nosotros, emocionados, dijimos que sí, y es que no era para menos, ya que tenía unos cuantos meses que habíamos ingresado al Laboratorio de Herpetología (Coat-calli) y nuestro interés por conocer más sobre estos bichos era el pretexto perfecto para irnos de viaje.

Empezamos a preguntar a la maestra y a los compañeros sobre las cosas que teníamos que llevar, nada se nos tenía que escapar, no íbamos a permitir que por un descuido nuestra primera salida de herpetología nos saliera mal.

Después de varios días de organizar y preparar los materiales de campo, llegó el día de emprender el viaje. La maestra Lupita nos citó a todos a las ocho de la mañana afuera de la escuela, si no nos falla la memoria, ese día llegamos 15 minutos antes de la hora citada, teníamos miedo de que por algún descuido nos fueran a dejar y nos quedáramos sin ir a ese viaje que tanto se había planeado.

Estábamos un poco nerviosos cuando don Max (chofer de la escuela) llegó manejando la camioneta que nos habían prestado para el viaje. Se detuvo, nos saludó a todos, al mismo tiempo que nos preguntó si ya estábamos listos, por lo que todos dijimos que sí, empezamos a subir las cosas a la camioneta, percatándonos de que no fuéramos a olvidar nada.

Ocho con 15 marcaba el reloj, salíamos de Ciudad Universitaria rumbo a uno de los lugares más fantásticos que hayamos conocido en nuestra vida como biólogos, la Reserva de la Biósfera de Tehuacán – Cuicatlán.

Todo marchaba sobre ruedas, hasta que don Max nos preguntó que si traíamos música, en ese momento todos nos quedamos viendo, ¡oh, no!, era la primera cosa del viaje que habíamos olvidado, al ver nuestras caras don Max respondió: “No se preocupen, yo vengo preparado”, la verdad es que no venía tan preparado, ya que sólo llevaba un casete de la Sonora Santanera, el cual escuchamos al derecho y al revés durante todo el viaje.

Después de cuatro horas de viaje, por fin llegamos a nuestro destino, Santiago Quiotepec, Oaxaca, fue como amor a primera vista, desde ese entonces quedamos enamorados de aquel lugar.

Quiote, como le decimos de cariño, es una comunidad que se encuentra localizada al noreste del estado de Oaxaca, en donde el clima predominante es semiárido, con una temperatura cálida y lluvias en verano. Presenta una vegetación muy particular, en donde las cactáceas y los mezquites son las plantas típicas del lugar, ah, pero eso no es todo, un majestuoso río atraviesa el lugar, el río Santo Domingo.

Una vez instalados en el lugar, la maestra nos pidió que nos fuéramos alistando para salir a dar un recorrido por la zona, sin pensarlo, todos tomamos nuestras cosas y comenzamos a caminar.

Algunas aves fueron las primeras que llamaron nuestra atención; sin embargo, los anfibios y reptiles eran el objetivo de esa ocasión. Seguimos caminando, todos íbamos callados, mientras escuchábamos lo que Lupita nos iba explicando del lugar. Después de unos minutos, las primeras lagartijas se atravesaron en nuestro camino, todos corrimos tras ellas, eso solo hizo que las espantáramos. Lupita se quedó quieta observando cómo corríamos (no nos dijo nada, pero por la cara que puso, seguramente dijo: ¡Ay, estos muchachos!), eso bastó para que ella tomara una liga, y con una excelente puntería, la lanzara, logrando darle a una lagartija, con toda la calma, Lupita caminó hacia donde se encontraba la lagartija, la tomó con la mano y nos empezó a explicar de qué especie se trataba: Aspidoscelis parvisocia es el nombre científico de esta lagartija, la cual, debido a las características de su cuerpo, es predominantemente terrestre, de hábitos diurnos y tiende a un forrajeo activo, es decir, que está activa durante el día y la mayor parte de su periodo de actividad lo ocupa para la búsqueda y obtención de alimento, además, resulta que es una lagartija que sólo se distribuye dentro de la Reserva y en ninguna otra parte de México se le encuentra, pero, volviendo un poco a la alimentación, resulta que esta especie se alimenta en un 80 por ciento de insectos, siendo los escarabajos para los adultos y jóvenes y larvas de mariposa para las crías, sus presas preferidas.

A lo largo de cuatro días, tiempo que duró aquella salida de campo, también logramos ver a otras especies de lagartijas, como iguanas negras, otra especie de Aspidoscelis y anolis, serpientes de variados tamaños y colores y del lado de los anfibios, cerca del río, algunos sapos.

Desde entonces, desde hace 16 años nuestro corazón se quedó en Quiote. Aquella salida de campo la recordamos como si hubiera sido ayer, esa misma salida fue la que hizo que este par de biólogos que escriben mes con mes en este suplemento, decidiera dedicarse al estudio de los anfibios y reptiles, y fue en ese laboratorio de herpetología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la BUAP en donde el colectivo Callicoatl/Tras las huellas de la naturaleza tuvieron su origen, con el objetivo de divulgar con más personas lo aprendido en la carrera y que en nuestro andar, en cada paso que damos, vayamos dejando huella al natural.

 

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