Hace justamente veinticinco años comenzó a difundirse el testimonio de la palabra indígena acerca del enfrentamiento con los hombres de Castilla. A partir de entonces fue ya posible contemplar y valorar en espejos diferentes —la conciencia de vencedores y vencidos— el drama de la Conquista. Se había disipado el humo y acallado el estrépito de cañones y arcabuces. Descansaban flechas y escudos. Por motivos muy distintos, Hernán Cortés y otros soldados cronistas, al igual que algunos de los sobrevivientes en la defensa de México-Tenochtitlan, quisieron poner en orden sus vivencias y reconstruir su propia imagen de los hechos. Unos y otros, atisbando en el espejo de sus conciencias, dejaron su testimonio, con letras o con glifos y figuras, en castellano y en náhuatl.
La existencia de un importante conjunto de testimonios indígenas contradice la repetida afirmación de que la historia la escriben tan sólo los vencedores. Hubo tlahcuilos, pintores y escribanos, tlamatinime, “sabios”, que en sus códices y textos hicieron entrega de un legado: “Todo esto pasó con nosotros, nosotros lo vimos, nosotros la contemplamos; con estas lamentosas y triste suerte nos vimos angustiados…” En sus palabras quedó expresado su propio testimonio: la visión de los vencidos.
En la historia de México la Conquista marca el momento en que se enfrentaron pueblos muy diferentes entre sí. De ese encuentro que, para los vencidos fue trauma, se derivó el rostro mestizo que el país y su cultura adquirieron para siempre. La Conquista dejó así huella no suprimible en lo que somos y en lo que con nosotros mismo llevamos.
Catarsis es valorar, más allá de filias y fobias, las palabras de vencidos y vencedores. Querámoslo o no, en la doble herencia, indígena e hispánica, están las raíces más profundas de la realidad histórica de México. Sólo en función del propio ser con cultura mestiza, y no de algo hipotético o imaginario, se torna significativo el presente y se abre la atalaya para avizorar los tiempos por venir.
Fuera de nuestro medio los testimonios de los vencidos han tenido asimismo resonancia considerable. Las palabras de los sabios indígenas están ya en los idiomas de no pocos pueblos. El antiguo testimonio, con satisfacción podemos decirlo a veinticinco años de distancia, ha pasado al francés, inglés, alemán italiano, sueco, polaco, hebreo, japonés, catalán y portugués.
Al parecer, esta décima edición en castellano, más que justo es hacer recordación del doctor Ángel María Garibay K. A él debemos el estudio de buena parte de los textos que aquí se incluyen. Entre sus muchos méritos de humanista, que hizo el rescate de las creaciones literarias del mundo náhuatl, lugar especial ocupan sus trabajos acerca de estas crónicas, conciencia de los ancestros, fin de una edad y espera angustiosa de lo que habría de suceder.
XV
Cantos tristes de la Conquista
Introducción
Tal vez el mejor final que puede darse a la Visión de los vencidos sea la transcripción de unos cuantos icnocuícatl, cantares tristes, verdaderas elegías obra de los cuicapicque o poetas nahuas postcortesianos.
El primer icnocuícatl acerca de la Conquista que a continuación se transcribe proviene de la colección de “Cantares Mexicanos” y probablemente fue compuesto hacia el año de 1523. En él se recuerda con tristeza la forma como se perdió para siempre el pueblo mexícatl. El siguiente poema es todavía más expresivo. Tomado del manuscrito indígena de 1528, describe con un dramatismo extraordinario cuál era la situación de los sitiados durante el asedio de México-Tenochtitlan. Finalmente el tercer poema, que forma parte del grupo de poemas melodramáticos que servían para ser representados. Comprende desde la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan, hasta la derrota final de los mexicas. Estos poemas son uno de los primeros indicios del trauma de la conquista.
Se ha perdido el pueblo mexícatl
El llano se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos;
Semejan mujeres; la huida es general.
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonaron la ciudad México:
El humo se está levantando; la niebla se está extendiendo…
Con llanto se saludan el Huiznahuácatl Motelhuihtzin
el Tlailotlácatl Tlacotzin,
el Tlacatecuhtli Oquihtzin
Llorad, amigos míos
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana.
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco
Sin recato son llevados Motelhuihtzin y Tlacotzin.
Con cantos se animaban unos a otros en Acachinanco,
ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacan…
Los últimos días del sitio de Tenochtitlan
Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros los admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
Los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
Enrojecidos tiene sus muros.
Gusanos pululan por las calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín
hemos masticado grama salitrosa
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos…
Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne, de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían.
Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.
Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo dos tortas de mosco; sólo era nuestro precio
veinte tortas de grama salitrosa.
Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado…
** León Portilla, Miguel (1984). Visión de los vencidos. México: UNAM. Décima edición.