Hace poco más de un año que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México. Si bien no tiene mucho sentido hacer un análisis de las cifras económicas obtenidas luego de poco más de un año de gestión, sí es pertinente mencionar que con la llegada de la izquierda al gobierno de la República se esperaba un cambio en materia de política económica.
Luego de más de 30 años de llevar a cabo una política económica neoliberal que no dio los resultados esperados en materia de crecimiento económico y bienestar para la población sería erróneo pensar que una política económica diferente podría revertir los resultados adversos luego de poco más de un año. No obstante, el escenario de análisis se torna distinto cuando en su primer informe de gobierno, el presidente de la República afirma que “…el crecimiento moderado que se registró en las últimas décadas en México, se sustentó en gran parte por un sólido marco macroeconómico”; es decir, se acepta la premisa de que la política económica llevada a cabo en los últimos años es la adecuada.
Pero, ¿cómo entender que la actual administración aceptó la premisa de que la política económica de los últimos años es la adecuada? La respuesta puede establecerse en tres niveles: En un primer nivel, debemos entender que la ciencia económica siempre ha estado impregnada por las relaciones de poder existentes en el sistema económico, sostener una premisa económica no es un acto puro, sino que conlleva una carga ideológica. En ese sentido, es interesante notar que el escaparate académico de las políticas económicas no tradicionales es sumamente reducido con respecto al de la política económica tradicional, aquella que recomienda concentrarse en los fundamentales de la economía, en fortalecer el marco macroeconómico, a fin de coadyuvar a generar crecimiento económico. Podríamos decir que, casi a nivel mundial, se ha observado un desmantelamiento en mayor o menor medida de los programas académicos que pugnan por una política económica alternativa a la tradicional. Lo paradójico es que el escaparate de la vida real nos mostró cómo las economías del Este Asiático crecieron a ritmos extraordinarios mediante políticas no tradicionales, que se enfocaron en la consecución del crecimiento económico per se. Es como si la academia pusiera un velo en la mente de los economistas, un velo que valora más la elegancia de los modelos económicos que el desempeño real de las economías. Así entonces, no es extraño que los economistas de la administración actual, acaso seducidos por la idea de pertenecer al mainstream del mundo de la economía, acaso forzados por las relaciones de poder que persisten en México, han decidido sostener aquella política económica que tanto se criticó desde la izquierda durante tantos y tantos años.
En un segundo nivel se sigue sosteniendo que el entorno externo ha afectado el desempeño de la economía mexicana. En especial se mantiene que la sincronización del ciclo económico de México con el de Estados Unidos, aunado al magro desempeño de la tasa de crecimiento de nuestro vecino del norte, la cual registró un promedio anual de 1.95 por ciento entre 2001 y 2018, ha coadyuvado a contrarrestar las bondades, con respecto a sus efectos en la tasa de crecimiento, de la política económica seguida durante los últimos años. Quizá aquí cabe recordar la célebre frase de Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos”, y es que, mientras que el promedio de la tasa de crecimiento de México, entre 2001 y 2018, casi fue el mismo que el de Estados Unidos, 2.04 por ciento, los países del Este Asiático registraron un promedio de 8.13 por ciento durante el mismo periodo. No obstante, es relevante mencionar que mientras que, en el periodo antes indicado, el promedio de la tasa de crecimiento anual de las exportaciones de México fue de 4.41 por ciento, el correspondiente a la demanda doméstica de bienes domésticos fue de 1.24 por ciento, con lo cual, el problema no parece ser el sector externo sino el desempeño del mercado doméstico.
En un tercer nivel se ha dado una enorme importancia a la corrupción como un factor fundamental en la explicación de la magra tasa de crecimiento económico. Sin querer soslayar el hecho concreto de que el combate a la corrupción es una medida adecuada del gobierno actual, es importante reconocer que existen ejemplos nítidos de que lo importante en la determinación del crecimiento económico es el tipo de política económica y no si existe o no corrupción. Es indudable que la corrupción existió durante la época del desarrollo estabilizador, no obstante, el promedio de la tasa de crecimiento fue mucho más elevado. Asimismo, identificar a la corrupción como el problema central ha dado lugar a cortar la cabeza del enfermo cuando lo que se necesitaba era una medicina para el paciente. La reducción del gasto de gobierno, tanto en cuanto al consumo como en cuanto a la inversión, -0.22 por ciento y -3.01 por ciento de forma respectiva, durante el primer semestre de 2019, contribuyó a la caída de la demanda agregada que a su vez afectó de forma negativa el crecimiento de la economía, el cual fue igual a -0.24 por ciento a pesar de que las exportaciones crecieron 3.86 por ciento.
Así entonces, si bien es cierto que no podíamos esperar un incremento sustancial de la tasa de crecimiento de la economía, sí es necesario que la actual administración se replantee la política económica que llevará a cabo en los próximos años. Retomando los tres niveles que se utilizaron para responder a la persistencia del uso de la política económica tradicional, una alternativa a la política económica actual requiere una combinación de ajustes en los tres niveles antes mencionados. Es necesario que los economistas del país ofrezcan alternativas viables de política económica, que se correspondan con la realidad de una economía como la mexicana; es necesario reconsiderar las ideas de los economistas clásicos del desarrollo, según los cuales, las economías como la mexicana son economías duales en las que coexisten el sector capitalista y el sector tradicional y, en las cuales, el problema principal es la escases de capital. Es ahí donde se deberían concentrar los esfuerzos de la actual administración, no solo a través de programas de infraestructura sino a través de programas de industrialización que permitan la generación de un mercado interno dinámico. La historia económica nos enseña que las economías desarrolladas no llegaron a tal estatus a través del cuidado de los fundamentales de la economía, sino a través de la intervención del estado como un ente que dirigió los procesos de industrialización. Asimismo, el problema de la corrupción no se puede resolver recortando el gasto de gobierno, un gobierno austero no es lo mismo que un gobierno que gasta poco, o por lo menos no necesariamente, un gobierno austero gasta en lo necesario para que la economía funcione de manera adecuada y para contener los desequilibrios que genera una economía capitalista, tales como la desigualdad y la pobreza que es lo que tanto preocupa al gobierno.
Después de todo, los países con menores índices de pobreza son aquellos que exhiben un mayor ingreso per cápita, mientras que en los últimos años el país que más ha logrado disminuir la pobreza es China, el cual aumentó de forma sustancial su ingreso per cápita gracias a las elevadas tasas de crecimiento que ha exhibido desde hace décadas. Por otro lado, los países que exhiben menos desigualdad utilizan un elevado monto de recursos públicos a fin de ofrecer a su población el acceso a servicios públicos que de otra forma sería imposible que pudieran acceder.
Así entonces, un primer paso necesario para llevar a cabo una política económica no tradicional es una reforma tributaria que permita una mayor recaudación que elimine la dependencia del gobierno de los recursos petroleros para su funcionamiento.