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Rostro y corazón de Anahuac **

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** Miguel León-Portilla. (2001), Rostro y corazón de Anahuac. México: SEP, Cámara Nacional de la Industria Editorial, Asociación Nacional del Libro, A.C.
** Miguel León-Portilla. (2001), Rostro y corazón de Anahuac. México: SEP, Cámara Nacional de la Industria Editorial, Asociación Nacional del Libro, A.C.

Escuelas del mundo Náhuatl

Ciertamente son abundantes las fuentes de primera mano que nos hablan acerca de la tlacahuapahualiztli o “arte de criar y educar a los hombres” en el mundo náhuatl prehispánico. Tanto es así que pudiera escribirse un libro aparte, en el que con auténtico sentido humanista podría reconstruirse —como lo hizo Jaeger respecto de la Paideia griega— la rica y profunda concepción del hombre implicada por la tlacahuapahualiztli.

Mas ahora nuestro fin es sólo analizar algunos de los principales aspectos de este arte náhuatl de educar seres humanos para descubrir así uno de los más elevados objetivos del hombre náhuatl.

Es cierto que en todos los pueblos cultos la educación es el medio de comunicar a los nuevos seres humanos la experiencia y la herencia intelectual de las generaciones anteriores, con el doble fin de capacitarlos y formarlos en el plano personal e incorporarlos eficazmente a la vida de la comunidad. Pues bien, así como en el Paideia de los griegos se acentuaba probablemente más el carácter personalista, así entre los nahuas, especialmente en el imperio azteca, se atendía de preferencia al segundo aspecto de la educación: la incorporación de los nuevos seres humanos a la vida y objetivos supremos de la comunidad. Esta idea, que pone de relieve el carácter comunitario de la tlacahuapahualiztli, no debe, sin embargo hacernos pensar en una absorción de la personalidad: rostro y corazón, por parte del grupo. Porque en contra de esto encontraremos el testimonio de los textos que vamos a estudiar y que expresamente hablan de una cabal formación del rostro y el corazón.

Lo único que debe destacarse para comprender desde un principio los móviles nahuas en la educación es el interés demostrado por los dirigentes de la comunidad en incorporar desde luego al ser humano a la vida del grupo, en la que en adelante siempre tendrá que desempeñar un papel especial. Acertadamente expresa esta misma idea el padre José Acosta:

Ninguna cosa me he admirado más ni parecido más digna de alabanza y memoria que el cuidado y orden que en criar a sus hijos tenían los mexicanos. En efecto, difícilmente se hallará nación que en tiempo de su gentilidad haya puesto mayor diligencia en este artículo de la mayor importancia para el Estado.

La primera educación dada a los niños era dada en la casa paterna. Giraba esta, ya desde sus comienzos, alrededor de la idea de fortaleza y control de sí mismos, que de manera práctica y por vía de consejos se inculcaba en los niños. Así el Códice Mendocino nos ilustra acerca de lo reducido de la ración alimenticia que se les daba, para enseñarles a controlar su apetito, al igual que sobre los primeros quehaceres de tipo doméstico, como los de acarrear agua o leña, en que eran ejercitados. Por lo que toca a los consejos paternos, es elocuente el siguiente texto de los informantes indígenas de Sahagún, en el que se describe la primera misión educadora del padre:

 

  1. Es padre de gentes: raíz y principio de linaje de hombres.
  2. Bueno es su corazón, recibe las cosas, compasivo, se preocupa, de él es su previsión, es su apoyo, con sus manos protege.
  3. Cría, educa a los niños, los enseña, los amonesta, les enseña a vivir.
  4. Les pone delante un gran espejo, un espejo agujereado por ambos lados, una gruesa tea que no ahuma …

Una segunda etapa en el proceso de la tlacahuapahualiztli (“arte de criar y educar a los hombres”) se abría con la entrada del niño a los centros de educación que hoy llamaríamos públicos.

De acuerdo con el Códice Mendocino, a los quince años ingresaban los jóvenes nahuas, bien sea al telpochcalli (casa de jóvenes) o al calmécac, escuela de tipo superior en donde se educaban los nobles y los futuros sacerdotes. Sin embargo, acorde al Códice Florentino, parece que la educación familiar cesaba mucho antes, los niños ingresaban a la escuela entre los seis y nueve años.

Contrariamente a lo que muchos han creído, los dos tipos de escuela entre los nahuas no implicaban un criterio discriminatorio desde el punto de vista de lo que llamaríamos clases sociales. O sea, que no es exacto que por ser hijo de macehuales (gente del pueblo) tenía necesariamente que ingresar un niño al telpochcalli, o por descender de nobles, al calmécac. Claramente habla de este aspecto el Códice Florentino, según el cual la entrada a uno u otro de los centros educativos dependía originalmente de la elección y consagración de los padres del niño a la divinidad protectora del telpochcalli o del calmécac. “Los jefes, los nobles y además otros buenos padres y madres tomaban a sus hijos y los prometían al calmécac; y también todos cuantos así lo querían”.

Sabemos ciertamente que de hecho la gran mayoría de la gente, siguiendo tal vez una arraigada tradición, consagraba a sus hijos al telpochcalli, de donde saldrían convertidos en guerreros: “La gente (in macehualtin) —dice el mencionado Códice Florentino— dejaba a sus hijos en el telpochcalli”

El punto fundamental es que todos los niños y jóvenes nahuas, sin excepción, acudían a una u otra forma de escuela. Y como bien nota Soustelle:

“Es admirable que en esa época y en ese continente un pueblo indígena de América haya practicado le educación obligatoria para todos y que no hubiera un solo mexicano del siglo XVI, cualquiera que fuese su origen social, que estuviera privado de escuela”.

 

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