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Coronavirus y niños en 2020

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Explicarle a un niño nuestros comportamientos es difícil, pues en la mayoría de los casos actuamos en una forma absurda. Esto mismo sucede cuando tratamos de aclarar los misterios de la naturaleza.

Por citar un caso anecdótico, cuando tuve a mi primer hijo, desde el primer momento en el que lo vi, me pregunté cómo podría ser mi respuesta al cuestionamiento de “cómo nacen los niños”. Obviamente en mi mente giraron y se generaron infinidad de respuestas que, erróneamente y por prejuicios absurdos se pudo haber respondido tan fácilmente como decir simple y llanamente que, por el sexo. Punto (aunque después, seguramente vendría otra interrogación relacionada con lo que es el sexo). Lo cierto es que ya teniendo más o menos en la mente lo primero que podría decir para explicar la biología de la reproducción, bañándonos, su primera pregunta fue: de dónde viene el agua y no la pude responder.

A medida de que pasó el tiempo y conforme fui adquiriendo experiencia, para ganar tiempo ante cualquier pregunta, siempre pregunto “para qué quieres saber”. Y es que de acuerdo a lo que muchos ya sabemos, hay trampas en las que los adultos podemos caer con suma facilidad.

La niña le pregunta a su papá qué es pene y en un profundo análisis de lo que es una célula haploide y diploide, le dice lo que son los órganos sexuales masculinos y femeninos, la forma en la que gradualmente se lleva a cabo el proceso de maduración física y la culminación expresando, en la forma más sutil, lo que es una erección y la introducción de espermatozoides en la vagina para que precisamente en la porción ampular o ampolla de la Trompa de Falopio, se lleve a cabo la fecundación. Entonces, la niña, con cara de asombro, incredulidad, extrañeza y estupefacción le responde al papá que no entiende absolutamente nada, pues a ella le habían dicho en que no debía de “pecar o portarse mal” para que su alma… no pene.

La experiencia de confinamiento en un niño no debe de ser tan aterradora como inquietante, pues si bien para los adultos es muy complejo entender lo que es un virus, para un niño debe de serlo mucho más. Todo mundo habla de cómo atenuar el impacto psicológico que tiene una cuarentena contra un microbio invisible e invencible hasta ahora, de la forma en la que se debe de cuidar la salud mental, de cómo mantener un nivel sano de entretenimiento con una mejor convivencia familiar, de por qué los adultos sí pueden salir a buscar comida mientras los pequeños deben estar más encerrados que un delincuente preso y ante la desesperación y energía acumulada, pues no son raros los casos en los que se llega al extremo de liberarlos en jardines para que se cansen y dejen de hacer travesuras, o meterlos en las casas con infinidad de opciones tecnológicas mediante juegos de internet que definitivamente son mucho más nocivos, perjudiciales, dañinos y peligrosos que el ahora ya universalmente famoso SARS-CoV2, que produce la enfermedad Covid-19.

Por supuesto esto no se puede generalizar, pues hay familias que en efecto en un una forma verdaderamente heroica (sin exagerar), cumplen con esta extremadamente compleja forma de desempeñar, la extraña forma de aprender y enseñar, con maestros que se desgastan frente a las computadoras, alumnos agotados en extremo tratando de ser autodidactas, didactas, estudiantes y colegiales “en casa”, padres que en medio de seminarios en red (no me gusta la palabra Webimar), trabajo de oficina en casa (no me gusta el término home office), análisis de información con corbata que se muestra en la cámara y calzones que se ocultan de la computadora portátil (no me gusta la palabra Laptop) y en fin… con todo esto que denominan “nueva normalidad” que no es nueva (la epidemia de peste en el siglo XIV obligó al confinamiento durante siete años) y tampoco puedo considerar como normal, a algo que aún no se da y que como una serie de normas, ignoro si la gente en su conjunto aceptará.

Debemos visualizar al niño como un sujeto que tiene como necesidad básica aprender y si deseamos que esto sea óptimo, es fundamental partir de lo más básico y elemental. Entonces es necesario que nos orientemos a explicarle a cualquier infante qué es un virus y para esto, no hay como la historia, que en este caso, parece literalmente de cuento.

Las plantas, como todo ser vivo, se enferman. Corría el año de 1892 cuando un biólogo ruso que se llamó Dmitri Iósifovich Ivanovski (1864 – 1920), tratando de saber por qué había una enfermedad en los vegetales que si bien, no los mataba, los debilitaba e impedía su desarrollo, se hizo muchas preguntas para tratar de explicar lo que sucedía. Aunque esta enfermedad era muy notoria en las plantas del tabaco, también se manifestaba en la cebolla, el jitomate, apio, berenjena pimiento y muchas otras. A este problema de salud “plantar” le denominó enfermedad del mosaico del tabaco y el biólogo Ivanovski quiso descubrir de qué se trataba. Descartando a algunos insectos y bacterias, que son microbios más grandes que los virus, encontró mecanismos de contagio que se provocaban por el simple contacto. Esto le hizo pensar en algo infeccioso. Hizo un jugo de plantas y por medio de filtros, trató de aislar al microbio que provocaba la enfermedad. Había bacterias que no podían ser filtradas, pero utilizando filtros muy finos de porcelana, logró demostrar que había algo capaz de traspasar esas finísimas estructuras. Uno podría pensar que la respuesta estaba ya dada, sin embargo, el biólogo Dmitri Ivanovski creyó que sus filtros estaban defectuosos y solamente se limitó a divulgar los resultados de sus experimentos. Es muy malo ser inseguro; pero el primer paso ya estaba dado, cosa que en lo absoluto debe de ser despreciado por la ciencia.

Cinco años después, Martinus Willem Beijerinck (1851 – 1931) quien fue un microbiólogo holandés, repitió los experimentos y se imaginó que existían microbios extremadamente pequeños. Tanto que no solamente eran imposibles de ser observados sino que podían además filtrarse a través de estructuras extremadamente finas y delicadas. Se le ocurrió llamarles precisamente virus que en latín significa “veneno”, aunque no se trataba de un veneno en el sentido estricto de la palabra, pues los venenos no se contagian. Esta deducción dio lugar al nacimiento de la ciencia llamada virología, que estudia a microbios que sin ser precisamente una forma de vida, pues hablamos de estructuras que no respiran, no se alimentan, no se mueven y de hecho, no hacen nada más que utilizar a células en las que se introducen, para aprovecharse de sus elementos y así, solamente replicarse. Cosa curiosa… un “bicho” que no se puede ni siquiera ver con aparatos comunes pero muy potentes, tienen en pleno siglo XXI, literalmente de cabeza, a todo el mundo. Y esto es así porque hay muchas cosas que se desconocen y que nos demuestran que todos los seres vivos tenemos un papel importante en la naturaleza.

Sinceramente no creo que sea tan malo lo que nos está sucediendo. Es más, considero que esta experiencia que nos duele tanto, efectivamente nos obliga a pensar que nos urge ver el universo en muchas formas distintas. Representa un motivo de vergüenza que México sea el primer lugar en el mundo con obesidad infantil. Somos quienes ingerimos más refrescos y eso nos convierte en una población con muchos riesgos de enfermar de diabetes, hipertensión y un montón de problemas de salud que se pueden evitar.

De aquí debemos aprender y aplicar todos los mecanismos que nos ayuden a mejorar lo que se denomina “calidad de vida”. Comer bien, hacer ejercicio, no fumar, no ingerir en exceso bebidas alcohólicas y todo ese etcétera constituye, dentro de muchas recomendaciones, nuestra nueva forma de ver la vida. Y por último y más importante es valorar que cuidando los recursos de la tierra, que es donde nos encontramos, hará más amable y bello el medio ambiente, con nosotros.

Definitivamente la necesidad de estar sanos nos permitirá comprender que una enfermedad que puede ser literalmente mortal, como el Covid-19 al que tanto miedo le tenemos, nos está enseñando mucho más de lo que nos está perjudicando, en este proceso que tiene como punto final el cuidarnos individualmente, para cuidar a todos los demás.

 

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