Richard Wrangham opina que cocinar podría explicar el aumento de cerebro en los homínidos, el tener mandíbulas y dientes más pequeños, lo que ocurrió hace 1.8 millones de años. Posteriormente el dominio del fuego llevó al dominio del metal.
Por lo que no se hace raro que uno de los dioses griegos, Hefesto, represente a la tecnología y sea un herrero, un maestro del fuego. Al calor de una fogata es fácil soñar, y una de las historias acerca de este dios es que creara a seres metálicos que pudieran moverse y hacer tareas domésticas y de protección.
Como Talos que cuidaba a los habitantes de la Isla de Creta. Su historia es trágica porque su tarea era dar la vuelta a la isla tres veces al día. Sin descanso. Vigilando. Medea, una hechicera, le propone hacerlo inmortal. Mientras Talos se emociona con la idea, Jasón le quita un tornillo del tobillo y se derrama el Icor, el fluido vital que su creador le había inyectado para funcionar. En algunas vasijas, del 700 A C se muestra a este gigante caído con una lágrima saliendo de su ojo. Por cierto, Netflix acaba de subir la película de Jasón y los argonautas de 1963, y ahí se ve a Talos en todo su esplendor.
Talos representa no solo al primer robot, sino a una de las primeras historias que se pueden reconocer como de Ciencia Ficción (CF), ya que una aproximación al género es usar la tecnología avanzada en la trama: los griegos no pueden hacer robots, pero suponen que alguien con mejor tecnología sí puede. Además, la CF como literatura tiene que ver con las emociones, y en esta historia sí que es emocionante.
La tecnología va apareciendo poco a poco y son los griegos, ¡quién más! los que definen al ingeniero, ese ser vil que se ensucia las manos construyendo objetos en la realidad, pero usando matemáticas siempre. Como Arquitas de Tarento que hace un pájaro volador allá por el 300 AC, o Arquímedes de Siracusa que diseña máquinas de guerra con tornillos, palancas y poleas (200 AC) y aterroriza a los romanos con su rayo de la muerte.
Por años las máquinas simples y el vapor fueron las únicas maneras de hacer tecnología. Pero después de la edad media aparecieron en la literatura los autómatas en forma de seres ideales, como Pinocho, que por magia puede mover su cuerpo de madera, seguramente porque sólo los dioses podían dar vida. En la realidad estos autómatas se movían con mecanismos de relojería y eran capaces de tocar el piano, escribir cartas o jugar al ajedrez.
Y solo en sueños, como Kepler lo hace en Somnium, se podía ir a otros planetas a verificar lo que los científicos estaban descubriendo con sus observaciones. Sin embargo, Cyrano de Bergerac propone varios modos de ir a la luna: gotas de rocío envasadas, cohetes, pájaros y extrañas máquinas; generando la idea de que la tecnología nos puede llevar a otros planetas.
Con la aparición de la electricidad todo cambia. Y de hecho la primera historia que se reconoce como CF es Frankenstein de 1818, pues deja de lado las intervenciones sobrenaturales y usa la ciencia y la tecnología para formar vida y consciencia. En el mismo tenor es que R.U.R. de Karel Kapek, en 1922, nos muestra a los primeros robots, que se revelan contra la humanidad y la destruyen.
¿A qué edad te enteraste de que los robots de Kapek no son mecánicos sino biológicos?
Al igual que la criatura de Frankenstein, son obra de la ciencia y tecnología de un futuro no muy lejano, pero que abordan temas éticos muy presentes como la esclavitud, el abuso de la tecnología y si la consciencia puede emerger en una criatura hecha por el hombre.
Y fue que entonces las historias de robots aparecieron formalmente, muchas de ellas con Isaac Asimov. Y además historias de robots y naves espaciales y sus famosas leyes de la robótica que aún no se pueden aplicar en la realidad.
No tardó mucho en existir un robot de verdad, de hecho, poco antes de que yo naciera, en los sesentas, aparecieron los primeros robots industriales, los brazos manipuladores, capaces de cargar grandes motores o poner un tornillo al milímetro. Pero eran torpes y lentos. Y también en esa década llegamos a la Luna. Robots y naves espaciales dejaron de ser una fantasía.
Si me preguntas de qué sirve soñar con robots por medio de historias, puedo decirte que uno de los grandes aportes a la humanidad por la robótica son las prótesis electrónicas: corazones, manos, incluso vista y oído se pueden mejorar con tecnología. Por otra parte, lo que la tecnología devuelve a la CF está en los cíborgs, el transhumanismo y el ciberpunk. En esta parte lo que quiero decir es que la ciencia y tecnología son productos humanos, al igual que la literatura, por lo que se alimentan entre sí, tanto para bien como para mal.
Por ejemplo, cuando yo nací no había internet, ésta empezó en 1969, y no había web, que no son lo mismo, hasta que se hizo pública en 1990. Hoy mis hijos no pueden concebir la vida antes de la web.
Otra cosa que no había, pero que los matemáticos imaginaron, fue la inteligencia artificial. Hoy tenemos robots más complejos que Walle en su hardware, pero en pañales respecto a su inteligencia. No importa que la robot Sofía parezca inteligente, le falta mucho para hacer una buena broma todavía.
Y nosotros estamos participando en esto, en la robótica. No solo a nivel de investigación sino con eventos como el torneo nacional de robótica en donde hay partidos de futbol y los robots de servicio tratan de limpiar una playa o navegar sin chocar dentro de una casa.
La ciencia y la tecnología que existen en nuestro país debe visibilizarse, hacerse presente en el imaginario nacional para que los escritores puedan centrar sus historias en nuestra idiosincrasia, pero también la ciencia ficción que se hace en el país debe hacerse visible.
En los cuentos que he escrito no sólo hay mexicanos, hay poblanos: propuse un astronauta en Un poblano en el espacio; un ingeniero robótico es protagonista en El gato marciano; y un ingeniero en ambiental especializado en terraformación en el cuento Descomposición espectral. Oh, son dos cuentos en Marte y uno en una nave espacial, dirás y preguntarás ¿hay en México quien haga ciencia relacionada con eso? Sí, ya tuvimos un astronauta, y tengo un amigo biólogo que tiene una plática donde explica qué se necesita para cultivar plantas en otros planetas, y consulté con una doctora en óptica para saber un poco más de la luz, y uso brazos robóticos, como los que programan mis alumnos en las plantas armadoras, para construir con precisión aparatos de teletransportación en mi cuento.
Pero como dice la canción, es en la realidad donde se dan las pesadillas. A la frase de Alan Key que dice “Tecnología es aquello que no estaba ahí cuando tú naciste”, habría que añadir “ciencia ficción es aquello que todavía no ves”. Como una robot llamada Sofía que tiene derechos civiles en un país donde las mujeres casi no los tienen. O que las impresoras 3D puedan imprimir pistolas. Que las redes sociales sepan si respetas la sana distancia. Y que mueran miles de niños porque sus madres no los vacunen. Sí, distopías que ni a las mentes calenturientas se les ocurrieron, nos están pasando. Estamos viviendo lo que antes era CF: todavía no hay autos voladores, pero ya hay robots que hablan.
Como podemos ver, la idea de hacer robots es muy antigua, pero no falta mucho para tener en casa lo que Venus le pidiera a Hefestos, su esposo: robots que le hicieran las labores del hogar. Seguramente el sueño de muchos de nosotros.