Introducción
La música es excepcional entre todas las actividades humanas tanto por su ubicuidad como por su antigüedad. No ha habido ninguna cultura humana conocida, ni ahora ni en cualquier época del pasado de que tengamos noticia, sin música. Algunos de los utensilios materiales más antiguos hallados en yacimientos de excavaciones humanas y protohumanas son instrumentos musicales: flautas de hueso y pieles de animales estiradas sobre tocones de árboles para hacer tambores. Siempre que los humanos se reúnen por alguna razón, allí está la música: bodas, funerales, la graduación en la universidad, los hombres desfilando para la guerra, los acontecimientos deportivos, una noche en la ciudad, la oración, una cena romántica, madres acunando a sus hijos para que se duerman y estudiantes universitarios estudiando con música de fondo. Y esto se da aún más en las culturas no industrializadas que en las sociedades occidentales modernas; la música es y era en ellas parte de la urdimbre de la vida cotidiana. Solo en fechas recientes de nuestra propia cultura, hace unos quinientos años, surgió una diferenciación que dividió en dos la sociedad, formando clases separadas de intérpretes y oyentes. En casi todo el mundo y durante la mayor parte de la historia humana, la música era una actividad tan natural como respirar y caminar, y todos participaban. Las salas de conciertos, dedicadas a la interpretación de la música, aparecieron hace muy pocos
Jim Ferguson, al que conozco desde el instituto, es hoy profesor de antropología. Es una de las personas más divertidas y más inteligentes que conozco, pero es muy tímido; no sé cómo se las arregla para dar sus cursos. Para su tesis doctoral en Harvard, hizo trabajo de campo en Lesotho, una pequeña nación rodeada por Sudáfrica. Allí estudió e interactuó con los aldeanos locales, y se ganó su confianza, hasta que un día le pidieron que participase en una de sus canciones. Y entonces, en un detalle muy propio de él, cuando los sotho le pidieron que cantara, Jim dijo en voz baja: “Yo no sé cantar”, y era verdad: habíamos estado juntos en la banda del instituto y aunque tocaba muy bien el oboe, era incapaz de cantar. A los aldeanos esta objeción les pareció inexplicable y desconcertante. Ellos consideraban que cantar era una actividad normal y ordinaria que todo el mundo realizaba, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, no una actividad reservada a unos pocos con dones especiales.
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Mis cosas favoritas
¿Por qué nos gusta la música que nos gusta?
El feto, dentro del vientre, rodeado de líquido amniótico oye sonidos. Oye los latidos del corazón de su madre, acelerándose unas veces y otras aminorando. El feto oye música, como descubrió recientemente Alexandra Lamont, de la Universidad Keele del Reino Unido. Descubrió que los niños, un año después del nacimiento, reconocían y preferían música a la que habían estado expuestos en el claustro materno. El sistema auditivo del feto es plenamente funcional unas veinte semanas después de la concepción. En el experimento de Lamont las madres pusieron una pieza de música determinada a sus bebés repetidas veces durante los tres últimos meses de gestación. Por supuesto, los bebés estaban oyendo también (filtrados, a través del agua por el líquido amniótico) todos los sonidos de la vida cotidiana de sus madres, incluyendo la otra música, conversaciones y ruidos del entorno. Pero se eligió una pieza determinada para que cada bebé la oyese de forma regular. Las piezas seleccionadas se eligieron entre música clásica (Mozart, Vivaldi), los 40 principales (Five, Backstreey Boys), reggae (UB40, Ken Boothe) y world beat (Spirits of Nature). Después del parto no se permitió a las madres poner la canción experimental a sus hijos. Un año después Lamont puso a los bebés la música que habían oído en el claustro materno, junto con otra pieza elegida por corresponderse en el estilo y el tempo con la otra. Por ejemplo, un bebé que había oído el tema de reggae Many Rivers to Cross, de UB40, oyó de nuevo esa pieza un año después, junto con Stop Loving You, del artista de reggae Freddie McGregor, Lamont determinó entonces cuál de las dos preferían los niños.
¿Cómo se puede saber cuál de los dos estímulos prefiere un niño preverbal? La mayoría de los que investigan con niños utilizan una técnica conocida como el procedimiento de giro de cabeza condicionado, ideado por Robert Fantz en la década de los sesenta y perfeccionado por John Columbo, Anne Fernald, el difunto Peter Jusczyk y sus colegas. Se instalan dos altavoces en el laboratorio y se coloca al niño entre ellos (normalmente en el regazo de su madre). Cuando el niño mira hacia un altavoz, éste empieza a emitir música o algún otro sonido diferente. El niño aprende en seguida que puede controlar lo que se toque según mire a un lado o a otro, es decir, aprende que las condiciones del experimento están bajo su control. Los experimentadores se cercioran de que contrapesan (aleatorizan) la ubicación de la que llegan los diferentes estímulos; es decir, la mitad del tiempo el estímulo que se estudia llega de un altavoz y la otra mitad llega del otro. Cuando Lamont hizo esto con niños de su estudio, descubrió que tendían a mirar más tiempo al altavoz que tocaba la música que ellos habían oído en el vientre materno que al de la música nueva, lo que confirmaba que preferían la música de la que habían tenido experiencia prenatal. Un grupo de control de niños de un año que no habían oído ninguna música de la utilizada antes no mostraron ninguna preferencia, confirmando que no había nada en la música en sí que causase aquellos resultados. Lamont descubrió también que, si no intervienen otros factores, el niño prefiere la música rápida y alegre a la lenta.
Estos descubrimientos contradicen la idea predominante durante mucho tiempo de la amnesia infantil: que no podemos tener ningún recuerdo verídico antes de los cinco años, más o menos. Mucha gente asegura que tiene recuerdos de la temprana infancia, de en torno a los dos y tres años, pero es difícil saber si son verdaderos recuerdos del acontecimiento original o si son más bien recuerdos de lo que nos dijo alguien más tarde sobre el acontecimiento. El cerebro del niño de pecho está aún subdesarrollado, no se ha completado la especialización funcional y aún se hallan en proceso de construcción las vías neuronales. La mente del niño está intentando asimilar el máximo posible de información en el tiempo más breve posible; es característico que haya grandes vacíos en la interpretación, la conciencia y el recuerdo de los acontecimientos por parte del niño, debido a que aún no ha aprendido a diferenciar los acontecimientos importantes de los intrascendentes ni a codificar de forma sistemática la experiencia de la realidad. En consecuencia, es un candidato excelente para la sugestión, y podría archivar involuntariamente como propias historias que le contaron sobre él. Parece que en el caso de la música hasta la experiencia prenatal se archiva en la memoria, y se puede acceder a ella en ausencia de lenguaje o de coincidencia explícita del recuerdo.