Moisés Cabrera Huerta (1925-2018): semblanza de un extraordinario buscador de fósiles

Moisés Cabrera excavando una defensa de mamut en los alrededores de Valsequillo. Fotografía: María Eugenia Cabrera, sin fecha.

Moisés Cabrera excavando una defensa de mamut en los alrededores de Valsequillo. Fotografía: María Eugenia Cabrera, sin fecha.

Escribir la biografía de mi padre, parece mentira, pero ha sido de lo más difícil, porque a veces decía haber nacido en el Esquilón, cerca de Jilotepec, otras veces que era de Coatepec. Tomando su acta de nacimiento como referencia, ahí se señala que nació en Tetela de Ocampo, pero fue un registro extemporáneo y donde incluso la fecha de nacimiento es dudosa (1925). Su madre fue Trinidad Huerta Franco (parientes del Torero Joselito Huerta), su padre se llamó Guadalupe Cabrera. Su abuelo materno Ignacio Huerta y la bisabuela materna Eduviges Franco.

Mi padre estudió la Primaria en la Escuela Benito Juárez en Coatepec, Veracruz; le llamaban “Coco” porque siempre andaba rapado. Lo que tengo muy presente es que él decía con mucha tristeza: “Mis hermanos mayores no me dejaron terminar la primaria porque tenía que trabajar en la panadería”. Este es un ejemplo típico que se daba en las familias numerosas y de escasos recursos, pero que hasta la fecha continúa siendo un fenómeno extendido. Mi abuela Trinidad llegó a Puebla con diez hijos en la década de los 30s del siglo pasado, se establecieron en la colonia Santa María, frente al jardín del Refugio en donde pusieron una panadería que prosperó y dio para que varios de los hermanos instalaran una panadería propia. Se fueron casando, la familia Cabrera creció, hasta que llegaron los supermercados y el negocio se complicó. La panadería de la familia Cabrera Bruschetta se llamaba “Elsa”, ubicada en la 5 Norte; mi papá se casó en 1948 con Angelina Bruschetta Flores y procrearon cinco hijos: Elsa, Silvia (QEPD), Ma. Eugenia, Moisés y Aleida. Mi padre, además de ser panadero, amplió sus intereses a muchas otras disciplinas de las que fue autodidacta, muchos lo consideraban una persona de pensamiento atípico, imaginativo y de amplia curiosidad. Cuando íbamos a Veracruz, en la playa nos decía: “Les doy 5 centavos si me encuentran las conchitas que tengan figuras distintas y troncos con figuras exóticas”. Sus ojos veían más allá de lo inmediato.

De niños, a mis hermanos y a mí, nos invitaba a que adquiriéramos el hábito de la lectura y nos compró la Enciclopedia del Tesoro de la Juventud, publicada por primera vez en 1880; le preocupaba que aprendiéramos inglés; siempre que llegaba de trabajar teníamos que estar leyendo o haciendo alguna tarea de la casa; su carácter era serio, la gente decía que parecía que siempre estaba enojado. Lo recuerdo siempre leyendo, cuando alguno de nosotros tenía la oportunidad de viajar a otro país nos recomendaba que conociéramos lugares importantes, como fue mi caso cuando fui becada por la Organización de Estados Americanos OEA para ir a Argentina, me dijo: Llévate mis ojos y visita el Museo Nacional de la Plata. Fue algo impresionante para mí, el Museo contiene piezas importantes de paleontología de América Latina.

En 1963 descubre dos defensas completas de Mamut en el valle de Valsequillo (Figura 1); las fue restaurando como le fue posible, sin utensilios especiales, ni transporte, sin paleontólogos profesionales a su lado, pagando todo de su bolsa, (justamente ese eran los pleitos con mi mamá: “a tu padre todo se le va en estar buscando sus huesos”). Las defensas estuvieron muchos años en la cochera de su casa de la 5 Norte, hasta que los donó al Museo de Historia Natural, siendo su director el arquitecto Enrique Martínez Molina, y el doctor Alfredo Toxqui Fernández de Lara, entonces gobernador del estado de Puebla, lo inauguró. Años después ese museo se convirtió en Museo Imagina, y las defensas se empolvaron en las bodegas del edificio; actualmente se exhiben en el Museo de la Evolución. Múltiples fueron sus apetencias intelectuales y muchos sus desafíos físicos, que lo describen como un hombre hecho a sí mismo y de curiosidad infinita: subió ya adulto el  Popocatépetl, el Pico de Orizaba, cruzó nadando el lago de Valsequillo, la Laguna de Alchichica, el Cañón del Sumidero y el río Actopan (a sus 92 años volvió a cruzar ese río). Hurgó el suelo de muchas comunidades en busca de restos de piezas prehispánicas, como buscando algo que la vida no le había dado de niño: aprender, conocer, estudiar, saber, explorar. Regaló, intercambió, nunca acumuló piezas; disfrutó tenerlas en sus manos y leer en ellas el paso de la historia; murió lúcido, intuitivo, curioso como un niño sabio. Mientras la vida dure, habrá que buscar dejar huella de nuestro paso por la tierra, sin protagonismos, sin ruidos innecesarios, pero sí con pasión, humildad y perseverancia; ese es el legado para toda la familia de mi padre, Moisés Cabrera Huerta.

Agradezco infinitamente al doctor Jorge Herrera que haya dedicado su tiempo a escribir algunos artículos de mi padre, a mi hermana Aleida que lo cuidó hasta el último momento y a toda la familia que contribuyó a escribir esta breve biografía.

 

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