Muchas cosas extrañas se dan alrededor de la política. Por un lado, pareciera que la gran mayoría de las personas que conforman las sociedades se quejan de esta actividad social, como algo extremadamente complicado o demasiado enmarañado; que se erige solamente con mentiras, chantajes, calumnias y coerciones; quienes la ejercen son vistos como sujetos desalmados, insensibles, oportunistas y despreciables, para culminar con lo más peligroso que es el desinterés, con un egoísmo orientado a estar individualmente bien, desvinculándose de la cooperación comunitaria, buscando cómodas formas de vida sin pensar en el impacto ambiental e imaginando una condición materialista marcada por la acumulación de bienes como elemento de éxito en el mercado de la personalidad, debido a que la actividad política no podrá cambiar en su esencia perversa.
Sin embargo, independientemente de que se emiten opiniones tan diversas que actualmente han polarizado a la sociedad mexicana, veo con un optimismo positivo una participación activa en el ámbito general, que dentro de la triste paradoja de enfrentar a grupos o personas, hacen ver que efectivamente se está generando una aportación que le imprime dinamismo a la mecánica social.
No constituye un motivo de preocupación cuál será el resultado del proceso electoral en este año, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador fue electo con una abrumadora mayoría y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) desde el mismo nombre, erradicó la palabra “política” para generar una idea alejada del concepto tradicional que siempre ha sido menospreciado. Diversas encuestas marcan el casi certero triunfo de este partido, con un lenguaje de trama particularmente sencilla que no se dirige a grupos sociales de una clase privilegiada en los tiempos pasados, cobijados por partidos políticos, que se construyeron con base en prerrogativas e ideas conservadoras y elitistas.
Sin embargo, considero que existen elementos de preocupación en los que legítimamente debemos de pensar y por supuesto, analizar, desde una perspectiva crítica y de juicio basado en el sentido común, más que en la visión de los sucesos enmarcados por la descalificación durante la contienda electoral.
Omitiré nombres para no generar suspicacias de prejuicios o sospechas partidistas, deseando opinar en una forma genuinamente honesta. Confieso mi ignorancia de la historia y trato de revelarme como alguien que considera a la humanidad con un alto grado de confianza en el que saldremos adelante como especie que puebla este mundo, pletórico de antecedentes perversos y hasta macabros. Digamos que deseo ver un futuro con la visión inocente libre de prejuicios y que se va desarrollando, pese a todo, en una forma poco patológica, considerando que ya soy un sujeto mayor a los 60 años.
Los expresidentes de México podrían ser catalogados de acuerdo a conceptos “tecnocráticos”. Lo mismo es aplicable a una vieja estirpe de políticos quienes, lejos de ostentar diplomas emitidos por universidades del extranjero, publicaban libros, sobresalían por su alta capacidad de oratoria, podían leer documentos en distintos idiomas, aunque se mostraban orgullosos del mestizaje y antecedentes históricos. Llega a mi mente un número de la revista National Geographic en el que le dedicaron un extenso artículo a un expresidente, enalteciendo una polifacética personalidad. Por supuesto, absolutamente todos se caracterizaron por una patología mental verdaderamente delirante, con excesos absurdos y sentimientos de omnipotencia. Pero podemos fácilmente deducir que hubo un periodo en el que se fueron agotando esos modelos de tinte intelectual y humanista, para ceder el paso a posturas políticas neoliberales en los que se privilegió a la inversión privada, marginando los bienes públicos hasta niveles verdaderamente ofensivos.
Casi en una forma instantánea, llega a mi mente un texto particularmente interesante que fue escrito por un pensador francés, a la edad de 18 años y que tiene como título El discurso sobre la servidumbre voluntaria (Ètienne de la Boètie 1530-1653).
Este pequeño libro plantea una serie de cuestionamientos que, a pesar del paso del tiempo, no pierden validez, independientemente de que ahora vemos con espanto cómo se somete a las sociedades bajo premisas tan básicas como el impulso a sociedades de consumo y diferencias abismales de clase. Independientemente de que su lectura es obligada, pensando en las ideas libertarias que intentan negar todo el autoritarismo, tratando de hallar en la libertad, la esencia del ser humano, vemos que en la actualidad existen formas sofisticadas de tiranías tan ocultas como eficientes. Dentro de todo el concepto de rebeldía que este muchacho escribió en una forma verdaderamente genial, el asunto cardinal se plantea bajo la premisa de que la generación de miedo por parte de individuos que acumulan poder, deriva en un fenómeno inconcebible de aceptar el ser esclavo, de una manera voluntaria.
Tal vez, lo más hermoso de este libro es que Étienne de la Boétie no promueve una postura de partidismo político, ni mucho menos hace planteamientos de formas de gobierno. Simplemente busca explicar, desde el punto de vista filosófico, cómo puede ser posible que una inmensa mayoría de individuos sean controlados por una minoría poderosa que abusa del poder, sin que se lleven a cabo, en una forma masiva, manifestaciones que atenten en contra de los privilegios absurdos de esa gente poderosa.
La servidumbre solamente es voluntaria cuando ciertos elementos satisfacen deseos (incluso banales o superficiales) de amplios grupos de gente. Se privilegia el consumo, alentado por publicidad, dejando la libertad a un lado, validando a aquellos quienes escalan en una forma más rápida la pirámide social.
Es verdaderamente increíble que conceptos escritos hace tantos siglos sigan vigentes; sin embargo, en los tiempos actuales grandes peligros nos acechan, cuando más allá de la descomposición social, nos sumergimos en medios extraordinariamente hostiles que ponen en riesgo nuestra presencia en el mundo como especie. Es un suicidio colectivo que va más allá de la desprestigiada política.
No es que extrañe a los dirigentes del pasado, ni mucho menos juzgo a los actuales. La cuestión electoral en nuestro país y en el mundo es que paulatinamente podemos percibir una pérdida de ideales humanistas, orientando decisiones trascendentales hacia la visión tecnológica y tecnocrática que está arruinando el medio ambiente. No puedo percibir a líderes políticos que apliquen el método científico en las mal llamadas carreras de “ciencias políticas” ni puedo valorar a estudiosos de las humanidades como genuinos humanistas. El problema que enfrentamos, más allá de los resultados electorales, es que no descubro a candidatos que se ostenten como individuos que políticamente se muestren como personas reconocidas socialmente en términos de bondad o trayectorias de benevolencia comunitaria, durante periodos alejados de los tiempos electorales.
Debemos buscar un refugio en el estudio y meditación de la historia, la filosofía, el cultivo de las artes y la ciencia. De no hacerlo así, las probabilidades de sobrevivir se irán diluyendo, en una forma impredecible pero definitivamente corta.