La región de Atlixco, Huaquechula y Tochimilco. La sociedad y su agricultura en el siglo XVI

** Paredes Martínez, Carlos Salvador (1991). La región de Atlixco, Huaquechula y Tochimilco. La Sociedad y su agricultura en el siglo XVI. México: CIESAS / Gobierno del Estado de Puebla / Fondo de Cultura Económica.

** Paredes Martínez, Carlos Salvador (1991). La región de Atlixco, Huaquechula y Tochimilco. La Sociedad y su agricultura en el siglo XVI. México: CIESAS / Gobierno del Estado de Puebla / Fondo de Cultura Económica.

Durante el siglo XII surgen o se consolidan los señoríos de Tochimilco, Huaquechula y Huexotzinco. Advirtiéndose la existencia de un territorio de dominio ampliamente reconocido, que puede tener características muy variables, como estar disperso o formado por diversos grupos étnicos.

Otro aspecto general que impone una nueva configuración geopolítica en la época prehispánica —diferente de las migraciones— es la expansión mexica, en especial a partir del gobierno de Moctezuma I entre 1440 y 1469. Algunos autores atribuyen el hecho a que los mexicas padecieron hambruna a mediados del siglo XV, lo cual les obligó a buscar mayor aprovisionamiento de alimentos, mediante la imposición de tributo a sus dominados, y también ampliando sus mercados de intercambio. Este hecho coincide con las caídas, casi simultáneas (alrededor de 1446), de Tepeaca, Cuauhtinchan y Totomihuacan a manos de los mexicas. Mientras que los señoríos de Tlaxcala, Cholula y Huexotzinco se mantenían como una verdadera isla en el altiplano, surgiendo así una frontera de beligerancia, con un enemigo común: los mexicas. Por otro lado los pueblos conquistados, Tepeaca, Quecholac, Tecamachalco, Tecali, Cuauhtinchan, Tepexic, Itzocan, Huaquechula, Teopantlá y Huehuetlán, sirvieron como virtuales suministradores de alimentos y bienes para los mexicas.

Atlixco constituía sin lugar a dudas el punto de interés fundamental desde tiempos muy antiguos; la profundidad de la tierra, su clima, su agua corriente y su altitud sobre el nivel del mar, reunidos sobre todo en el valle propiciaban la agricultura; sin embargo, estos elementos no pueden considerarse por sí solos, pues para hacer que esas tierras produjeran, se requería la mano del hombre, cuya disponibilidad se hallaba sujeta al contexto de una sociedad, de sus cambios de población y de los cambios de las técnicas de cultivo. Atlixco, como sabemos, estaba poblado desde el siglo XII, formando parte del área mayor conocida como Puebla-Tlaxcala, por lo tanto participaba de su acervo cultural. Esto es, desde sus primeros pobladores el valle fue cultivado en forma intensiva, por lo que proporcionó a sus habitantes el alimento de subsistencia.

En el valle de Atlixco se han encontrado vestigios de entierros, adoratorios, pirámides, montículos, tumbas, ofrendas de barro, piezas de jade, joyas e inclusive una plaza ceremonial. La cerámica de Atlixco se clasifica como teochichimeca y a la de San Pedro Atlixco como perteneciente al posclásico cholulteca.

Tanto en el valle de Atlixco como en los lugares aledaños en donde existían manantiales, destacaban ya sea por su utilidad agrícola, o por sus creencias religiosas, aspecto este último que parece rebasar el interés local debido a la información que sobre la concurrencia a romerías y peregrinaciones desde lugares lejanos se tiene “…dejando de lado las diferencias étnicas, incluso las enemistades políticas”.

Antes de entrar a estudiar el desarrollo histórico de los originales pobladores de Atlixco, conviene exponer lo siguiente sobre cierta confusión que existe en torno a la antigua y la nueva población de Huaquechula (Quauhquechollan). Quauhquechollan o Cuauquechola se sitúa igualmente en el lugar en el que hoy ocupa la población de Huequechula. Sin embargo, historiadores y documentación del siglo XVI coinciden en afirmar que el original Huaquechula se situaba en la actual ciudad de Atlixco o muy cerca, y no es sino hasta 1443, cuando se verifica una batalla más entre Huaquechula y Huexotzinco-Calpan y los primeros son expulsados definitivamente, es entonces cuando se puede diferenciar entre Huehuehuaquechula (el viejo Huaquechula) y la actual población de Huaquechula.

La región que motiva este estudio —Atlixco, Huaquechula y Tochimilco— no se puede desligar del contexto mesoamericano general. Pero conocer el desarrollo histórico particular de cada uno de los señoríos es de importancia básica, ya que en ellos se pueden apreciar tanto los orígenes de la sociedad prehispánica como las causas que establecieron las diferencias locales y regionales, de las cuales los conquistadores españoles se beneficiaron.

No obstante que la población india de Huaquechula y de Tochimilco —como casi todas las de la Nueva España— disminuyó paulatinamente debido a guerras, traslados y enfermedades, en tanto que la de españoles, negros criollos y mestizos se incrementaba, la mano de obra india resultó imprescindible no sólo para la manufactura de productos con fines eclesiásticos o civiles, sino y principalmente económicos: construcción de caminos, puentes y trazas urbanas; para construir finalmente la ruta comercial determinante entre la metrópoli española y Mesoamérica.

No se puede decir que la trascendencia que tuvo la región fue el resultado de circunstancias fortuitas. Se debió a que el valle de Atlixco ofrecía condiciones excelentes para la labranza y, más tarde, para la ganadería. La historia de la agricultura prehispánica en esta zona transcurrió entre fundaciones de señoríos, alianzas, expulsiones y, sobre todo, abundantes cosechas; razones suficientes para que, al arribar los conquistadores adujeran que dicho valle y sus contornos eran de tierras dedicadas a la guerra constante, y las tomaron como factor clave del desarrollo futuro, pues los sitios de mayor penetración colonial fueron justamente las riberas de los ríos y arroyos y las extensiones planas como el valle de Atlixco y las pequeñas hondonadas de Huaquechula y Tochimilco.

A la agricultura y a la cría de ganado se unieron diversas formas de organización del trabajo —repartimiento, servicio personal obligatorio, alquiler voluntario— que, siempre con la explotación y el regateo de los brazos indígenas, dieron alimento y materiales a la capital del virreinato y aun a su misma metrópoli. De esta manera durante todo el siglo XVI se observó no sólo la concesión de numerosas mercedes de tierra, sino la preocupación de la propia Corona española y de los virreyes por vigilar la tenencia en la región. Ello particularmente en los valles que trata esta obra de Carlos Salvador Paredes Martínez, quien además de recorrer la historia de la agricultura en estos sitios como un proceso continuo, aporta diversas hipótesis y conclusiones que dan una versión distinta de aspectos en apariencia resueltos.

 

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