Eclipse anular de 1994, o la creación de un divulgador

Desde que se tiene memoria, los eclipses se han visto como momentos críticos, una señal de cambio con la incertidumbre si sería para bien o para mal. Tristemente la mayoría de las veces se consideraba que vendría un cambio para peor. Personalmente puedo decir que un eclipse, de Luna para ser preciso, sí marcó un antes y un después en mi persona y digo yo que fue para bien.

El primer eclipse del que tengo memoria, fue uno parcial de Sol en 1984, cuando tenía apenas siete años. Recuerdo que ese día no fui a la escuela ya que mi papá me llevó a la universidad donde habría telescopios y filtros especiales para poderlo ver. Llegar a la azotea del edificio donde estaban los investigadores y ver una serie de instrumentos apuntando hacia el Sol, definitivamente se convirtió en un momento que me ayudó a definir que lo que quería estudiar más adelante era astronomía. Recuerdo también otros eclipses de Luna que vi con mi madre, pero esos me resultan más difícil de ubicar en qué fechas pudieron ser.

El siguiente eclipse que dejó huella, no solo en mí sino en todo México, fue el gran eclipse del 11 de julio de 1991. Si bien el eclipse del 91 fue visto por una gran cantidad de personas, también expuso la falta de información adecuada y los miedos que todavía existen en nuestro país. Hubo situaciones donde mucha gente no lo vio, ya que alguien les prohibió salir con el argumento de que era peligroso. Aún siendo muy joven, me di cuenta de lo absurdo y triste que era eso.

En 1994 inicié mi último semestre de preparatoria, en el sistema Cobach. En este sistema los dos últimos semestres tienen el propósito de encaminar a los estudiantes hacia el área que estudiarán en la universidad. En mi caso, llevé materias relacionadas a física y matemáticas para los que queríamos irnos por las ciencias o ingenierías. Ese mismo semestre se tendría también un eclipse anular de Sol, el día 10 de mayo. Además, el horario en que se iba a poder ver el eclipse sería en horas de clase. Recordando mis previas experiencias con los eclipses, me di cuenta que tenía dos opciones para poderlo observar. O faltaba a la escuela bajo cualquier pretexto o buscaba la manera de que nos dieran al menos una hora libre en la escuela para poder salir de los salones y observar el eclipse. Decidí lo segundo; no sólo quería verlo, quería compartirlo y que los demás también pudieran observarlo y se maravillaran con él, así como yo lo hice de niño.

Una vez tomada la decisión, empecé a preguntar a maestros si sabían del eclipse, y si había algún plan para observarlo. Solo un par de ellos estaban al tanto, pero me dijeron que no había nada planeado, que las clases serían como siempre. La verdad, no recuerdo qué materia tenía a la hora del máximo del eclipse, pero sí recuerdo hablar con la maestra (eso sí recuerdo, era una maestra) y preguntarle si podíamos tener la hora libre. Me respondió que para eso había que hablar con el director del plantel. Cosa que hice tan pronto como pude. Afortunadamente para el último semestre la preparatoria, tenía muy buena relación con la mayoría de los maestros y con la administración, así que pude reunirme con el director de una manera relativamente pronta. La respuesta no fue la buscaba y las razones ya las anticipaba, que podía haber accidentes y no quería tomar esa responsabilidad. Aunque le expliqué que se podía hacer la observación usando el método de proyección de una manera completamente segura, siguió sin aceptar. Ante esa respuesta, nuevamente el dilema. ¿Faltar un día o seguir buscando una manera de hacerlo en la escuela? Pero al pensarlo un poco, la decisión fue clara y fue algo que terminó definiendo buena parte de mi desarrollo profesional. Tenía que combatir el miedo y la desinformación, y tenía que compartir el conocimiento que tenía con tanta gente como pudiera… o se dejara.

Tengo que confesar algo. No fui el mejor estudiante en la preparatoria. No era mal estudiante, simplemente me daba mis escapadas de algunas clases para irme a las canchas a jugar basquetbol. Como tenía buena relación con la mayoría de los maestros, éstos se hacían de la vista gorda porque sabían que académicamente cumplía con lo que se me pedía. Por esta misma confianza que tenía con estos maestros, y porque sabían que era un obstinado que iba a ver ese eclipse de una manera u otra, al final aceptaron, la maestra que tenía a la hora del eclipse y el maestro del salón contiguo, dejarnos salir unos momentos durante el máximo del eclipse anular.

El momento llegó, y nuestro salón fue el primero en salir. Poco después, el salón contiguo hizo lo mismo. Aprovechando que nuestros salones se encontraban en un segundo piso tomé mi cuaderno, arranque la portada de cartón y con una pluma le hice un agujero. Con la portada perforada, salí al pasillo y desde el barandal proyecté el Sol eclipsado en el suelo, un piso abajo. Por la distancia, el Sol proyectado tenía un tamaño aproximado de 30 o 40 centímetros de diámetro. Aunque el contraste no era el mejor por la improvisación, era suficiente para apreciar como al disco solar le faltaba ya un trozo.

Algo por lo que había apostado empezó a suceder. El resto de los salones al ver que nosotros habíamos salido, empezaron a preguntar e interesarse. Una vez que se enteraron que estábamos observando un eclipse nada los iba a detener. En poco tiempo salieron también. Al ver que más compañeros estaban saliendo a la explanada, hice mi mayor esfuerzo para ir de grupo en grupo explicando como podían proyectar la sombra del eclipse con hojas de papel o cartón perforadas. Les señalé también cómo el mismo efecto lo hacían los pequeños huecos entre las hojas de los árboles, efecto que les encantó al descubrir decenas de pequeños soles eclipsados. Al final, el director y el personal administrativo también salieron a verlo, aunque sea un ratito antes de meterse a sus oficinas otra vez. Al poco tiempo después de haber pasado el máximo de la anularidad, regresamos tranquilamente a nuestros salones a continuar las clases, con el gusto de haber visto algo que quizá no tendríamos oportunidad de volver a ver.

Aunque se sintió muy bien haberme salido con la mía y haber visto el eclipse en la escuela, hubo también un sentimiento más profundo que abrió mi perspectiva a futuro. Yo ya sabía que quería ser astrónomo, pero hasta ese momento solo había pensado que me dedicaría nada más a la investigación. Pero el poder compartir mi gusto por la astronomía y la ciencia, el poder haber hecho un cambio ante las creencias y la desinformación, me dejó en claro que la divulgación o comunicación de la ciencia era igual de importante. Hace algunos párrafos comenté que en la preparatoria yo estaba en el área de ciencias e ingenierías, pero muchos de mis compañeros estaban en áreas administrativas, sociales o biológicas. La gran mayoría de ellos no se iban a dedicar a ser científicos, pero algunos de ellos probablemente estarían en puestos con poder de decisión en el gobierno, escuelas o en su propia empresa. Hoy, a 27 años de ese eclipse, sé que el desarrollo científico y tecnológico de un país no se define solamente por los científicos. Todas y cada una de esas personas de diferentes áreas y ocupaciones también deciden cómo se usarán sus impuestos para impulsar la ciencia. Entre más personas tengan una mayor cultura científica, más rápido y mejor podremos crecer. No todos necesitamos hacer ciencia, pero sí necesitamos todos entenderla. Por eso soy divulgador de ciencia. Por un eclipse de Sol.

 

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