La quinta extinción

Mapa de gravedad que muestra las características topológicas del cráter Chicxulub. El rojo y el amarillo indican una alta grave- dad, mientras que el verde y el azul son mínimos de gravedad

Mapa de gravedad que muestra las características topológicas del cráter Chicxulub. El rojo y el amarillo indican una alta grave- dad, mientras que el verde y el azul son mínimos de gravedad

A lo largo de la historia de la vida en la Tierra han tenido lugar cinco grandes extinciones. Todas catastróficas. En cada una de ellas todas desapareció al menos el 65 por ciento de las especies vivientes. Si bien la causa de esas extinciones es aún motivo de controversia en algunos casos, no ocurre así con las consecuencias y las características de estas catástrofes, pero no aprendemos de estas experiencias planetarias, y ahí vamos nosotros, los seres humanos, como responsables principales de otra extinción.

Los biólogos afirman que una sexta extinción, que amenaza al planeta entero, ha empezado ya: cada año, el ser humano barre de la faz de la Tierra a trescientas especies vivas, incluyendo a la culpable, la nuestra. Si no empezamos a tomar conciencia de nuestra conducta aniquiladora y rapaz (deforestación, cambio climático, contaminación, etcétera), irremisiblemente la especie humana desaparecerá también, al menos en este planeta. Pero en esta ocasión hablemos no de la sexta, sino de la quinta extinción.

La extinción del Cretácico-Paleógeno (K-Pg), también conocido como Cretácico-Terciario (K-T), fue una extinción masiva repentina de tres cuartas partes de las especies de plantas y animales de la Tierra, hace aproximadamente 65 millones de años. Con la excepción de algunas especies ectotérmicas como las tortugas marinas y los cocodrilos, ningún tetrápodo que pesara más de 25 kilogramos sobrevivió. Marcó el final del período Cretácico y el de la Era Mesozoica, al tiempo que presagiaba el comienzo del Paleógeno, primer periodo la Era Cenozoica, que continúa hasta nuestros días.

Los sedimentos depositados en el límite K-T, que se pueden encontrar en todo el mundo en rocas marinas y terrestres, indican claramente que esta extinción masiva tuvo un origen extraterrestre. El registro geológico de esta época muestra una capa rica en minerales producidos por impacto, así como niveles mucho más altos (10 a 100 veces) de lo normal de iridio, un elemento raro en la corteza terrestre, pero muy abundante en los meteoritos primitivos.

El cráter Chicxulub, en la Península de Yucatán, proporciona pruebas convincentes de que el límite K-T y la extinción de los dinosaurios fueron provocados por el impacto de un objeto de 10-20 km de diámetro, muy probablemente un asteroide carbonoso. El cráter es visible en los mapas sísmicos de la zona, y su existencia ha sido comprobada de manera definitiva por varios grupos de investigadores de todo el mundo. Chicxulub se produjo hace 65 millones de años y es el cráter más grande de la Tierra que se sabe se ha formado en los últimos mil 800 millones de años.

Se ha encontrado evidencia de grandes impactos cercanos en el tiempo a las épocas en que se dieron las otras extinciones masivas, aunque las conexiones no son tan claras como en el caso del evento K-T, y se sospecha de otras causas, principalmente geológicas, biológicas o climáticas.

El cráter de Chicxulub ya no es visible en la superficie, pero se puede estudiar mediante el uso de mediciones de anomalías de la gravedad, que es un método usado por los geofísicos para estudiar la (no tan perfecta) esfericidad de la Tierra. El cráter parece tener una morfología de cuenca de múltiples hilos: un anillo central, llamado de pico, con un diámetro D ≈ 80 km, un anillo interior con D ≈ 130 km y un anillo exterior con D ≈ 195 km.

No se conoce con exactitud el origen del objeto que provocó esta catástrofe. Pudo ser simplemente un cuerpo de tantos que aún viajan por el sistema solar y chocan contra los planetas de vez en cuando. Sin embargo, se han propuesto algunas ideas según las cuales este tipo de colisiones tiene un ciclo; una de estas ideas es la de la traslación del sistema solar en la Vía Láctea. En cada vuelta de 240 millones de años pasa por encima y por debajo del plano galáctico, lo que provocaría distorsiones gravitatorias y cruces con todo tipo de cuerpos que terminarían chocando contra los planetas. Otra idea es la de la hipótesis Némesis, según la cual el Sol tendría una enana marrón de compañera que crearía distorsiones periódicas en la nube de Oort, arrojando cometas hacia los planetas interiores cada 27 millones de años. Actualmente se cree que lo más probable es que este objeto proviniera del Cinturón Principal de Asteroides, entre Marte y Júpiter, donde, debido a una gran colisión entre dos grandes asteroides, un fragmento saliese disparado hacia la Tierra, y después de un viaje de millones de años, chocara con ella.

Por diferentes métodos se ha llegado a la conclusión de que la gravedad terrestre aceleró el asteroide hasta los 75 mil km/h, dotándolo de una potencia destructiva equivalente a 50 millones de megatones o más, superior a todo el arsenal nuclear fabricado en la historia de la humanidad. En el instante en que el asteroide golpeó la superficie de la Tierra, dos inmensas ondas de choque debieron haberse propagado lejos del lugar del impacto, una a través del lecho rocoso, y la otra retrocedió hacia el impactador después de cierto tiempo. Inmediatamente después de esto, un colosal penacho de roca vaporizada, una enorme bola de fuego, debe haber subido hacia el espacio, lanzando polvo y rocas en trayectorias balísticas que las llevaron muy lejos alrededor de la Tierra. En el caso de Chicxulub, se cree que este penacho fue seguido de otro, impulsado por la liberación repentina de bióxido de carbono de la capa de piedra caliza impactada, ubicada a unos 3 km por debajo de la superficie. La cavidad misma puede haber alcanzado una profundidad de unos 40 km antes de que el centro rebotara para formar un pico central. El pico se hizo tan grande y alto que se derrumbó, produciendo varios anillos y crestas que se expandieron hacia afuera. Mientras tanto, las paredes del cráter continuaron expandiéndose hacia fuera. Se cree que la cavidad transitoria tenía un diámetro de aproximadamente 100 km. El diámetro final se calcula de unos 180 km.

El calor de la eyección de Chicxulub que reingresó a la atmósfera probablemente provocó gigantescos incendios forestales en todo el planeta, y los terremotos de grado mayor a 10 provocados por el impacto incrementaron la actividad volcánica planetaria a escalas inusitadas, ayudando a que se formaran grandes cantidades de ácido sulfúrico y ácido nítrico, que se precipitaron a la superficie en forma de lluvia ácida, matando plantas y animales y disolviendo rocas en una gran área alrededor del lugar del impacto.

Debido a que el impacto ocurrió en una península, un tsunami (registrado en rocas encontradas en México y Cuba) se extendió y, al golpear Florida y la costa del Golfo, debió haber destruido vastas áreas en lo que hoy es México y Estados Unidos. Se han encontrado indicios de este tsunami en Texas y el Mar Caribe.

El polvo fino, que había sido levantado por las bolas de fuego y la intensa actividad volcánica permaneció suspendido en la atmósfera durante muchos meses antes de llegar a la superficie. Esto podría haber oscurecido el cielo sobre toda la Tierra evitando que la luz del Sol llegara a la superficie, por lo que la temperatura de la superficie cayó muy por debajo del punto de congelación durante muchos meses, exterminando a miles de especies. Cuando el cielo se despejó, las temperaturas pudieron haber aumentado a niveles demasiado altos debido al aumento de los niveles de gases de efecto invernadero como el vapor de agua y el bióxido de carbono. Este ciclo global de temperaturas extremas de calor-frío-calor habría matado a muchas especies de animales y plantas en todo el planeta.

Un modelo alternativo sobre las consecuencias del impacto del K-T sugiere que el efecto de calentamiento de invernadero fue pequeño, pero que la producción lenta (durante muchos años) de ácido sulfúrico mantuvo la temperatura baja (en decenas de grados) durante muchas décadas, lo que podría haber tenido un efecto negativo, igualmente destructivo para la vida vegetal y animal.

Una amplia gama de especies pereció en la extinción K-T, siendo las más conocidas los dinosaurios no aviares. También destruyó miles de otros organismos terrestres, incluidos algunos mamíferos, aves, lagartijas, insectos, plantas y todos los pterosaurios. En los océanos, la extinción K-T acabó con plesiosaurios y mosasaurios y devastó los peces teleósteos, tiburones, moluscos (especialmente ammonites, que se extinguieron) y muchas especies de plancton. Se estima que más del 75 por ciento de todas las especies de la Tierra desaparecieron.

Sin embargo, la extinción también brindó oportunidades evolutivas: a raíz de ello, muchos grupos sufrieron una notable radiación adaptativa, divergencia repentina y prolífica hacia nuevas formas y especies dentro de los desorganizados y vaciados nichos ecológicos. Los mamíferos, en particular, se diversificaron en el Paleógeno, desarrollando nuevas formas como caballos, ballenas, murciélagos y primates. El grupo superviviente de dinosaurios eran aves, terrestres y acuáticas, que irradiaron a todas las especies modernas de aves, al igual que los peces teleósteos, y quizás también los lagartos.

Dicen que no hay mal que por bien no venga. Aplicado al evento K-T, hay que decir que nosotros estamos aquí gracias a ese enorme asteroide que destruyó casi toda la vida animal hace 65 millones de años, porque al extinguirse los grandes reptiles, la evolución pudo tomar un camino en el cual los pequeños mamíferos tuvieron la oportunidad de desarrollarse y, a lo largo de millones de años, una de esas especies evolucionó hasta formar nuestra especie, el Homo Sapiens. Es paradójico que, siendo una consecuencia directa de la quinta extinción, nuestra especie esté provocando la sexta.

 

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