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¡Un sueño en alta mar!

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· Ilustración: Diego Tomasini “El Dibrujo” *
· Ilustración: Diego Tomasini “El Dibrujo” *

Termino el capítulo tercero del libro y cierro los ojos, apago la luz y acomodo la almohada, inmediatamente me atrapa el sueño y minutos después me encuentro limpiando la escotilla de una fragata llamada “Pizarro” que emprende el viaje hacía América, lentamente busco la manera de saber la fecha, es el 5 de junio del año 1799. Rápidamente me dirijo hacia la cabina y en mi recorrido me topo con un joven francés que habla acaloradamente y sonríe a un joven alemán; doy dos pasos hacia atrás y pienso en bajar de este navío, pero es muy tarde, el viaje ha comenzado y no me queda más que seguir un largo trayecto hacia tierras desconocidas.

Recibo la orden de continuar con mi tarea, cosa que no dudo en hacer, es bien sabido que marinero que no obedece las órdenes del capitán es arrojado por la borda, al menos eso recuerdo de las innumerables películas que he visto, al dirigirme a mi puesto tropiezo con unas maletas y con algunos instrumentos que reconozco rápidamente, son instrumentos científicos, es claro que estos señores que se ven bien vestidos son científicos, en ese momento me llaman para ayudar a llevar a lugar seguro todo el equipaje e instrumentos de trabajo, microscopios, telescopios un reloj de péndulo; en total, 42 instrumentos debidamente empaquetados uno a uno para evitar que se dañen, ya en el camarote veo una bitácora y logro la hazaña de ver una nota: <<Tengo la cabeza aturdida de alegría>>, escribía Alexander von Humboldt, en ese momento volteo a ver el rostro de aquel joven alemán y sonrío nerviosamente, el aturdido de alegría soy yo, sin duda estoy junto a dos de los más grandes naturalistas que han existido y me esmero en ser visto por aquellos; limpio perfectamente cada rincón y logro ver las copias de algunas cartas y solo frases que me han quedado grabadas: <<Mi ánimo era bueno>>, había anotado en su bitácora, en aquel momento pensé: señor Alexander, imagine el mío; es más hasta olvidé que minutos antes otro marinero me había comentado que ese viaje era una verdadera locura pues días antes había noticias de que se habían visto buques de guerra británicos en las proximidades. Nada, en ese momento pensé: ni cañones ni miedo al enemigo pueden estropear este momento.

Escucho cómo le comenta a Aimé Bonpland la idea que ya había quedado plasmada en sus cartas <<todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas>>, cuánta razón tiene este hombre; pienso y tomo mis cosas para salir de aquella habitación, la noche alcanza mi aventura y me acerco al bordo para pensar y admirar el hermoso cielo; no lo puedo creer, en aquel momento se escuchan pasos que me hacen dirigir la mirada hasta donde se escuchan gritos de alegría y asombro, aquella noche el mar parecía en llamas por la fosforescencia, Humboldt anotaría: <<todo el mar era como un líquido comestible lleno de partículas orgánicas>>.

A la mañana siguiente recolectamos algas, medusas, peces y aves, mientras Humboldt y Bonpland medían la altura del sol, la temperatura del agua, todo con la intención de probar cada uno de los instrumentos pues tenían el objetivo de lograr medir las montañas, y así fue, tras dos semanas de viaje atracamos en Tenerife, en las Islas Canarias, nuestra llegada fue un poco, sin chiste, toda la isla estaba cubierta por la niebla, pero cuando se levantó y el sol iluminó la cumbre blanca y reluciente del volcán Teide, el señor Humboldt (como ya me había acostumbrado a decirle), corrió hacía la proa y tuvo la visión del primer volcán al cual iba a ascender en esta gran aventura.

Como era de esperarse y ya que había poco tiempo, me tocó a mí hacer los tratos con los guías locales y así emprendimos el viaje; no teníamos mucho tiempo así que sin mucho equipo y con tan solo unas antorchas de abeto, subimos el gran volcán, llegamos a 3 mil 600 metros, el viento era helado y casi no nos podíamos sostener, el rostro congelado pero los pies ardiendo por el calor que desprendía el suelo, todo esto a Humboldt no le importó, era una probadita de lo que le depararía el destino en este maravilloso viaje, el aire dijo, estaba lleno de magia. Era momento de volver al barco.

Alexander von Humboldt fue y es considerado el mayor naturalista de su tiempo, un hombre visionario que no solo cambió la forma de ver y estudiar a la naturaleza, sino que inspiró a hombres como Bolívar, Jefferson y Darwin. Nació en Prusia un 14 de septiembre (fecha importante, ya que todos los grandes nacen un 14 de septiembre; feliz cumpleaños, Tania Saldaña Rivermar, te amamos), de 1769 y murió a los 89 años el 6 de mayo de 1859. Su obra guarda la idea, la ilusión, el conocimiento y el arte que marcó un hito en el conocimiento de la naturaleza. Llegamos al barco, miro una vez más alrededor y suena la alarma, abro los ojos, son las 6:00 am y es momento de despertar, espero con ansias pasen las horas para abrir nuevamente las páginas escritas por la historiadora Andrea Wulf La invención de la Naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, de la editorial Debolsillo, que nos ha hecho soñar e imaginar y que simplemente no se lo pueden perder.

 

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