La Secretaría de Energía (Sener), en el año 2015 publicó el Estudio de Eficiencia Energética en Hospitales, que es un documento particularmente interesante, en el que se revelan una serie de planteamientos que difícilmente se puede uno imaginar, en un momento en el que existen álgidas discusiones sobre el efecto que tienen los altos consumos de hidrocarburos y la necesidad urgente de transformar la obtención de energía por fuentes menos contaminantes que las actuales.
“Salud para todos en el año 2000” fue una propuesta no solamente ambiciosa sino también valiente y se planteó para todo el mundo, en 1978, en una ciudad de Kazajistán llamada Alma Ata. Con el paso del tiempo, esta meta no solamente se ha perdido, sino que, en la actualidad, enfrentando extraordinarios problemas de salud como la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2, entre muchas otras patologías, algunas de las cuales son potencialmente prevenibles, muestran sistemas de salud que no responden a las necesidades reales a nivel universal, pese al esfuerzo y dinamismo que emprenden innumerables servidores para la atención a la salud. Conocida como la Declaración de Alma Ata, que significa “padre de las manzanas”, vemos con asombro y tristeza que los retos actuales para enfrentar son mucho más complejos que los planteados en esa época y nos permiten visualizar un panorama realmente desolador, hablando en términos de lo que implica una cubertura universal de salud.
Independientemente de la compleja red de enfermedades que se deben de enfrentar (desde una visión reduccionista) como potencialmente solucionables hablando del hambre, hasta extremadamente complejas como algunas variedades de cáncer, tenemos delante un problema poco visualizado que se centra en el enorme gasto energético que complica en costos, la atención universal y que muestra salidas de dudosa eficiencia, considerando las condiciones actuales del mundo en todos sus rincones. Analizando el consumo de energía desde la más humilde clínica de primer nivel de atención, hasta hospitales gigantescos en el que se alcanzan niveles inimaginables de gasto energético, dejan imágenes de increíble perplejidad.
Los centros de atención para la salud requieren de infraestructuras caras, de difícil mantenimiento, de uso particularmente rudo (lo que implica que definitivamente deban de tener un extraordinario nivel de calidad) y, sobre todo, de una constante utilización. Si se combinan estos elementos con los requerimientos de la salud pública, la atención a la salud hospitalaria y ambulatoria, las asesorías nutricionales, las estrategias de enseñanza para el autocuidado de la salud, los servicios de salud con perspectiva intercultural como los que llevan a cabo cuidadores locales como curanderos que conforman el grupo ya reconocido de médicos tradicionales y la brutal lucha contra las adicciones, nos ponen en verdaderos aprietos que requieren de posturas que implican enormes cantidades de conocimientos en todas las áreas del saber, situación que se hace más compleja en la medida en la que los países son más necesitados, o como en el caso de México, donde la brecha entre ricos y pobres alcanza niveles de escándalo mundial.
La experiencia internacional sugiere que el gasto en salud, para evitar condiciones catastróficas debe de ser 80 por ciento público y un 20 por ciento público privado. En México, apenas el 50.8 por ciento público es público y el 49.2 por ciento público es privado, con un dato escalofriante pues de este último, el 84 por ciento público es gasto del “bolsillo” de los hogares. Por supuesto esto es discriminatorio, considerando el acceso a servicios de atención médica en países ricos. Hay familias que, en la búsqueda desesperada de salvar la vida de un familiar, llegan a perder todo su patrimonio y eso no solamente es humillante sino también inhumano.
Pero se piensa poco en los elementos que encarecen la atención médica y en este sentido, el gasto energético constituye un elemento determinante pero muy poco considerado. Por esta razón, es fundamental identificar todas las acciones que puedan permitir una mejoría en la eficiencia energética de los centros de atención a la salud de todos los niveles, con propuestas que favorezcan ahorros potencialmente logrables de optimización y, además, promover estrategias orientadas a disminuir los niveles de contaminación física y biológica que, en una forma gigantesca, se genera a cada segundo por el sector salud y que también representan un increíble gasto energético para su desecho o biotransformación.
Un elemento particularmente importante y poco valorado es el aire acondicionado y calefacción, que son factores que encarecen el costo de la energía y que constituyen mecanismos que son básicos en términos de la búsqueda del bienestar de un enfermo y todo el personal de salud que asiste precisamente a los enfermos. Existen efectivamente distintos niveles de consumo, pero de ninguna manera se pueden menospreciar. Posteriormente es importante reconocer la categoría que implica: la generación de vapor para esterilizar equipo, iluminación, agua caliente, refrigeradores, cocina y computadoras que deben de estar prendidas, todo el tiempo.
Existen otros elementos de difícil medición, como el costo energético del abasto de agua que, en grandes cantidades, no puede faltar y hasta el transporte del personal y los enfermos que, en ambulancias, adquieren también un gasto imposible de cuantificar.
Los aparatos de imagenología como ultrasonidos, rayos X, tomografías, resonancias magnéticas nucleares y otras más sofisticadas como tomografías por emisión de positrones, estudios de medicina nuclear con Talio y un largo etcétera, nos hacen esbozar una sonrisa hacia aquellos que pretenden, a estas alturas, prohibir la construcción de refinerías en nuestro país que es petrolero, sin que puedan imaginar desde el punto de vista termodinámico, cinemático y dinámico, sin llegar a ser un ingeniero en aeronáutica, que un avión de pasajeros que funcione con baterías, es realmente imposible de crear, por lo menos hasta ahora. No puedo concebir que esa clase social privilegiada no piense en algo tan lógico cuando llevan a cabo viajes aéreos, o aquellos que no pueden visualizar las limitaciones de vehículos estrictamente eléctricos o inclusive híbridos.
Ya no hablemos de servicios de hospitalización, lavandería, cocina, consultorios, quirófanos, urgencias, laboratorios y administración, con los respectivos servicios de apoyo para que, en el caso de desabasto energético, no dejen de funcionar. Hace falta tiempo para resolver estos problemas y en este momento, las refinerías, son vitales.
Propuestas que descalifican alternativas de solución a estas complicaciones nos van a conducir a las mismas condiciones que desde hace más de 40 años, en la Declaración de Alma Ata, durante 1978, se soñó con brindar salud para todos, para llegar a convertirse en la actualidad, en una ficticia y artificiosa ilusión.