Rufina Villa, la líder indígena que le plantó cara al machismo, a la pobreza y a la explotación

La historia de Rufina Edith Villa Hernández (REVH) como activista nahua que al mismo tiempo es alfabetizadora, empresaria, promotora de derechos humanos y defensora del territorio indígena no podría entenderse sin el vínculo que le une a sus hijos, a la comunidad y a la tierra: Cuetzalan, un municipio de Puebla que se encuentra enclavado en la ladera de una de las montañas que forman parte de la intrincada Sierra Norte, donde la riqueza de recursos naturales contrasta con la pobreza de sus habitantes.

A finales de la década de 1970, con cerca de 25 años y nueve de casada, Rufina ya tenía una vida hecha. Era madre de cuatro y esposa de un trabajador del campo que, desde la conclusión de sus estudios de primaria, era sometida a la inercia que ejerce una sociedad lastimada por el machismo, la discriminación y la explotación.

“El trabajo del campo nunca ha sido bien pagado. No había lo suficiente para que pudiéramos ni alimentarnos bien, ni vestir bien ni poder cubrir los gastos de la escuela”, rememora en una entrevista vía zoom que concede al suplemento Saberes y Ciencias (SC) desde el hotel Taselotzin de Cuetzalan, fundado y administrado por ella y otras mujeres indígenas bajo el esquema de cooperativa.

Aunque las limitantes las había sufrido desde su infancia por ser hija de un agricultor que rentó toda su vida su fuerza de trabajo, algo cambió cuando contempló la miseria en los pies descalzos de sus hijos y en las heridas que les provocaba el contacto directo de la piel con la tierra. Una idea se implantó en su mente: “Yo quiero ayudar”. Se convirtió en su motor.

“Yo pedí a mi marido que me permitiera empezar a trabajar en lo que yo sabía, porque con mi mamá aprendí a coser a mano mis prendas de vestir, a los seis años. A los ocho años que yo entré a la escuela ya era bordadora”, recuerda con una voz suave y pausada que mantiene a lo largo de la entrevista. La tranquilidad la mantiene pese a las continuas interrupciones de la charla, producto de los problemas en la conexión de internet propias de la montaña.

 

SC – ¿Cuál fue la primera respuesta de su esposo?

REVH – No me dio una aceptación rápido, por el ‘qué dirán’ de la gente, pues iban a hablar mal de nosotros, iban a decir que no me podía mantener, pero pues yo le insistí porque veía que realmente era así, no había lo suficiente, insistí hasta que logré que él me dejara.

 

De Cuetzalan a Ginebra. Un camino que parecía infranqueable

 

Cinco años después, en 1985, Rufina se convirtió en una de las fundadoras del colectivo Masehual Siuamej Mosenyolchikauanij (que se traduce al español como “Mujeres indígenas que se apoyan”), desde el cual promovió múltiples acciones a favor de los derechos del género femenino que la hicieron ganadora del premio “La Creatividad de la Mujer en el Medio Rural” que ella misma recibió en Ginebra, Suiza, el 15 de octubre de 2001, de la Fundación Cumbre Mundial de la Mujer (WWSF).

Reconoce que la creación del colectivo hubiera sido difícil de concretar sin la ayuda de tres estudiantes de la Universidad Autónoma de México (UAM) Unidad Xochimilco que se propusieron hacer consciencia entre las cuetzaleñas sobre la importancia de la organización y la capacitación.

Formados bajo un sistema de enseñanza-aprendizaje que la Unidad Xochimilco de la UAM orientó desde su fundación en 1974 hacia el “cambio social”[1], los jóvenes visitaban el municipio para organizar talleres.

Conforme avanzaron los años, los fines de Masehual Siuamej Mosenyol-chikauanij se fueron ampliando, adoptando el sistema normativo indígena para la toma de decisiones que ve en la asamblea general comunitaria a su máxima autoridad[2]. En el caso del colectivo, su asamblea general llegó a estar integrada por 250 mujeres.

“Fue así que en 1987 decidimos hacer un proyecto más amplio, más integral, donde no solamente nos dedicáramos a producir y vender artesanías, sino también a otras actividades, entre éstas huertos de hortalizas, animales de traspatio y otras capacitaciones sobre el conocimiento de nuestros derechos.

“Nos ayudó mucho, porque normalmente es a la niña a la que se le asignaban más tareas, entonces nosotras hablábamos con el marido para que los niños atendieran algunas tareas en la casa, para que pudieran ayudarnos y no les cargáramos la mano a las niñas. Entonces nosotras podíamos irnos al taller de corte y confección o a los talleres de derechos humanos, fue más fácil así, con la ayuda de todos”, explica.

SC – ¿Cómo surge la idea del Hotel Taselotzin?

REVH – Surge de una necesidad de generar nuestros propios recursos y de crear una fuente de empleos. Siempre ha habido una preocupación: que no se vaya nuestra familia fuera de la comunidad, que no se vaya el marido ni los hijos, porque se quedan los espacios de siembra sin que los trabaje la familia y también se va perdiendo nuestra cultura. La mujer se queda sola con todas las responsabilidades de la casa, de la educación, del campo y que tenga que atender sola todo, es muy difícil.

“En una reunión de consejo lo pensamos, lo analizamos y decidimos. Como no teníamos dinero pedimos prestado al INI (Instituto Nacional Indigenista) y al Fonaes (Fondo Nacional de Apoyo para Empresas en Solidaridad), 350 mil pesos y 515 mil pesos. Logramos construir en un área que compramos de 80 metros por 25 metros 10 habitaciones y dos albergues para grupos de jóvenes”.

La puesta en marcha del hotel, concebido de manera colectiva en 1995, tardaría dos años en concretarse. Tres problemas enfrentaron las integrantes del colectivo: la burocracia que rodea la tramitación de ese tipo de créditos, la falta del servicio de energía eléctrica y de un camino que facilitara el acceso al lugar, así como la resistencia de los habitantes del Barrio de Zacatipan a la llegada de turistas.

“Para poder meterle energía eléctrica, que era necesaria, quisimos hablar con los vecinos. Tuvimos reuniones con ellos, teníamos que abrir la calle y pensando que nos iban a echar la mano porque sería de beneficio común les pedimos colaborar, pero no hubo una respuesta positiva (…) mandaron a poner piedras enormes para que no pasara el material”, relata.

La solución: una denuncia pública contra la obstrucción de la obra. “Fue ahí cuando se terminó el problema, porque no volvieron a meterse nunca”, agrega.

SC – Existe un sector de políticos que critican el reparto de apoyos a través de programas sociales, la entrega de créditos a personas de bajos recursos y la inversión que se destina a talleres, pues aseguran que son políticas públicas que no dan resultados, sin embargo, esas acciones ayudaron a la creación de “Mujeres indígenas que se apoyan” y de la cooperativa del hotel Taselotzin.

REVH – A todas las compañeras nos ha beneficiado mucho, al menos hablo de mi persona. Teníamos una vivienda en muy malas condiciones, no tengo ninguna foto, pero realmente es triste recordar la forma en la que vivíamos y todas las compañeras fuimos mejorando nuestras viviendas, primero con créditos blandos, después con todos los apoyos que hemos recibido. Nos ayudaron mucho los talleres para la recuperación de diseños antiguos, de teñidos naturales.

“Todos esos apoyos han beneficiado a las familias que anteriormente estuvimos olvidadas, durante mucho tiempo, prácticamente mendigando una despensa. Cuando tenían algún discapacitado tenían que estar formándose tiempo completo para recibir una cajita con tres kilos de algo, era más la pérdida de tiempo que lo que se iba a recibir. Contra esos programas sí estamos en contra, porque lo que necesitamos son proyectos para la detonación económica, proyectos que salgan de la comunidad y que reciban acompañamiento, como nuestro hotel. Nos ayudó mucho que el crédito se otorgara sin intereses.

“Nunca como organización de mujeres hemos querido pagar intereses porque es hacer más rico al que ya es rico, por eso nosotras queremos apoyarnos en la comunidad. Se han acercado comunidades para solicitarnos un apoyo y se les ha dado porque estamos conscientes que tenemos esa obligación de compartir con la comunidad y lo hemos hecho. Creo que eso también nos ayuda como personas, a ser más humanos.

“Por eso rechazamos las tiendas de crédito, porque muchas veces las familias se angustian y tienen que irse lejos, donde no los conozcan, porque no pueden pagar, por esos grandes comercios, como los de Coppel, o algún otro que vende a crédito o las casas de crédito, que hay que pagar intereses altos y a veces por desconocimiento o la necesidad inmediata la gente recurre a ellos”.

 

Abajo la Ley Minera 

 

A tres años de que dé inicio la séptima década de su vida, Rufina Edith Villa tiene claro dos cosas: no volverá a dejarse convencer para competir por un cargo de elección popular, luego de que buscó en dos ocasiones la presidencia municipal de Cuetzalan sin contar con los recursos suficientes para hacer frente a un sistema corrompido por la compra de voluntades; y que la defensa del territorio, si bien dejó frutos en ese municipio tras lograr la cancelación de una subestación eléctrica, es una tarea inacabada ante la ambición perpetua de las grandes compañías.

Aclara que no se arrepiente de haberse enfrentando a los políticos tradicionales y a sus prácticas fraudulentas, para competir por un cargo que nunca ha ocupado una mujer en ese municipio serrano, ya que le sirvió para conocer las necesidades de las ocho juntas auxiliares y 162 localidades que lo componen.

Si desistió de continuar una carrera política, acota, es porque llegó el momento de dar paso a nuevas generaciones, pues el tiempo “no pasa en balde”.

Aunque su oposición a los llamados “proyectos de muerte” la hizo objeto de una investigación penal por el delito de obstrucción de obra pública, debido a las movilizaciones de 2016 y 2017 contra el “Proyecto de Línea de Alta Tensión Entronque Teziutlan II-Tajín (LAT)”, y acepta que llegó un punto en que la persecución en su contra le hizo temer por su vida y la de su familia, es firme al señalar que su lucha contra los capitales transnacionales continúa como integrante del Comité de Ordenamiento Territorial Integral de Cuetzalan (COTIC).

Juzga imprescindible que se declare la inconstitucionalidad de la Ley Minera, que en febrero pasado recibió el visto bueno de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Alerta que es violatoria del derecho a la tierra y del territorio de los pueblos indígenas.

“Necesitamos que los legisladores cambien esa ley, que no nos favorece para nada a los pueblos y seguiremos insistiendo. Será difícil conseguirlo, pero es muy importante que lo logremos, porque de eso depende que la autonomía de los pueblos sea real, que esta lucha no sea en vano.

“Ha habido muchos caídos, ha habido muchos desaparecidos y no queremos que esto siga sucediendo, queremos colocar nuestros derechos humanos ante todo, que nuestros derechos indígenas y nuestros derechos como mujeres se respeten y reconozcan y nuestro territorio sea realmente nuestro”, manifiesta.

Rufina está convencida de que el desarrollo de los pueblos y comunidades indígenas debe venir de proyectos que tengan como actores principales las personas que integran esos núcleos socioculturales, porque las empresas foráneas siempre llegan a “invadir” y a “causar daño”. “Somos nosotros los que mejor cuidamos nuestro entorno, nadie más lo va a hacer”, concluye.

 

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