Lo bueno y lo malo de la pandemia en el humano

Va pasando el tiempo y en este 2022, difícilmente podemos afirmar que la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 ya terminó. Aunque cada persona es afectada por variables individuales y solamente, en una forma personal, se puede medir el impacto que ha tenido este fenómeno en el conglomerado social, en términos cualitativos y cuantitativos, podemos decir que el efecto ha sido definitivamente malo.

Las palabras enfermedad, muerte, aislamiento social, incertidumbre, constituyen vocablos a los que poco a poco nos hemos acostumbrado y sentimos con preocupación que las graves condiciones financieras de la mayoría, aunado al desempleo, la violencia que se incrementa desde el mismo seno de las familias, el miedo, la angustia, la depresión y la ansiedad, han generado una forma distinta de ver la vida, mientras tratamos de adaptarnos a algo cuyo fin, no sabemos cómo ni cuándo culminará.

Se afirma que ya pasamos del estado de epidemia al de endemia, es decir, que se estarán presentando una serie de casos esperados, pero nadie puede afirmar que nos hemos sacudido del riesgo de adquirir una infección y la consecuente enfermedad Covid-19. Esto refleja el alto grado de vulnerabilidad que tenemos y definitivamente es una imagen fiel de una serie de condiciones adversas que nosotros mismos, los seres humanos, hemos ido construyendo, poniendo a nuestra especie bajo un alto grado de perecer. Un tipo de suicidio colectivo.

Lo primero que podría valorar es lo que se ha podido ponderar en relación a la contaminación ambiental y las emisiones de carbono. En Reino Unido hubo una reducción del 50 por ciento en el uso de carreteras y avenidas, lugar con un eficiente servicio de transporte público; pero en la India los datos sorprenden, pues los viajes se redujeron hasta en un 90 por ciento, reflejándose en un franco descenso de partículas de CO2 atmosférico. Estos son casos extremos; sin embargo, aunque hay países con un menor grado de movilidad (China con un 25 por ciento), en términos absolutos, todos los países mostraron, durante los primeros días de la pandemia, bajos índices de contaminación. En México, la movilidad automotriz fue del 68 por ciento, con un cambio al 32 por ciento a los seis meses de haberse decretado el estado de alerta; sin embargo, hubo pocos días “limpios” en el antes Distrito Federal, de modo que, en nuestra población, no se pudo valorar el efecto real del confinamiento; aunque con sorpresa y a través de las noticias difundidas a nivel mundial, se pudieron ver venados en la ciudad de Nueva York, delfines en los canales de Venecia y una mayor concentración de aves prácticamente en todas las ciudades del planeta.

Con respecto al consumo de energía eléctrica, el kilovatio hora (kWh) en Latinoamérica en promedio fue de uno por cada tres que se consumían; aunque en México llegó a ser de dos por cada tres kWh en el mes de mayo de 2020 principalmente al mediodía y en las primeras horas de la mañana.

Con respecto a la producción de basura, un informe de la ONU (Gestión de residuos sanitarios durante la pandemia de Covid-19: de la respuesta a la recuperación), México produce alrededor de 32 toneladas de basura por día, considerando exclusivamente los residuos que se generan por pacientes hospitalizados, con un 2 a 2.2 kilogramos por paciente en cama por día; sin embargo esta información es parcial, pues no se toma en consideración el agua que se gasta en procedimientos de rutina como aseo, cambio de ropa, utilización de desinfectantes que contaminan y un largo etcétera cuyo cálculo es imposible de medir. En este sentido, todos nos sentimos ofendidos cuando vemos cubrebocas tirados en la calle. De acuerdo al artículo “Covid pollution: impact of Covid-19 pandemic on global plastic waste footprint”, en México se desechan 81,227,634 cada día, lo que redunda en una contaminación verdaderamente brutal, que se incrementa con el mayor uso de bisturís desechables, jeringas, guantes, batas quirúrgicas, contenedores, protectores faciales, envases de medicamentos y un largo etcétera que van a condicionar fenómenos que no se pueden cuantificar en su justa magnitud y dimensión.

Pero no todo es catastrófico. La generación de conocimientos biomédicos se incrementó por las enormes presiones a las que fue sometida la comunidad científica. De acuerdo a Scopus (que es una base de datos bibliográfica de resúmenes y citas de artículos de revistas científicas), en 2019 hubo un 0.3 por ciento de publicaciones sobre el coronavirus SARS-CoV-2 y Covid-19, incrementándose hasta 99.7 por ciento en 2020. En términos del gasto por el Producto Interno Bruto, por país, en investigación, el primer lugar lo tiene Japón con un 21 por ciento, seguido por Luxemburgo (20 por ciento), Bélgica (19 por ciento), Eslovenia (17 por ciento), Austria (15 por ciento), Irán (13 por ciento), Estados Unidos (13 por ciento), Qatar (13 por ciento), Singapur (13 por ciento) y Suecia (12 por ciento). En América Latina, lidera Perú con un 9 por ciento mientras que México solamente ha invertido el 1 por ciento.

Los médicos nos atrevimos a establecer una mejor comunicación con los pacientes, conocimos lo que es atender a distancia, leímos más documentos médicos, convivimos más con nuestras familias, asistimos a reuniones y conferencias virtuales con asociaciones y órganos colegiados de distintas partes de la República, nos acercamos a las redes sociales, aprendimos lo que es la educación a distancia, nos familiarizamos con las computadoras, tabletas y teléfonos celulares, aunque ciertamente se agravaron problemas como insomnio, stress postraumático, ansiedad y depresión.

Nos volvimos expertos en áreas desconocidas, desmintiendo las fake-news y nos hemos divertido con “memes” que, en su originalidad, nos muestran que podemos reír hasta en los peores momentos.

Desde mi punto de vista, el balance ha sido malo. No hemos aprendido la lección y gradualmente regresamos a las actividades cotidianas con el mínimo de conciencia ecológica y el agravante de que nos dejamos llevar por información filtrada por medio de “youtubers” que difunden reportajes para obtener “más vistos”, independientemente de la calidad del contenido que elaboran. Pero, por otro lado, hemos cocinado más, hemos valorado distintos niveles de convivencia, desarrollamos nuestra creatividad y disciplina, descubrimos nuevas formas de comunicación, aprendimos a ser más prudentes en nuestros gastos y tuvimos que ser más amables, humildes, comprensivos y compasivos con aquellos seres queridos que se encuentran enmarcando el entorno.

La visión positiva o catastrofista dependerá de cada quien. Muchos análisis quedan por hacer; pero dentro de todo, con una visión a futuro que no es alentadora, me quedo pensando en las máscaras del teatro (la tragedia y la comedia) que reflejan nuestra naturaleza y me llevan a imaginar, todo lo bueno y lo malo, de la pandemia en el humano.

 

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