La conservación del suelo es esencial para el cuidado de la madre tierra y legado para las próximas generaciones. Es sustento de vida, desarrollo y producción. Es nuestro deber cuidarlo, respetando buenas prácticas agrícolas.
El 95 por ciento de los alimentos que consumimos viene de los suelos. El manejo sostenible de este recurso puede producir 58 por ciento más de alimentos que una producción agrícola economicista.
En 1963 se logró establecer al 7 de julio como el Día Internacional de la Conservación de Suelos, una jornada que pretende concientizar a la sociedad de la importancia de cuidar el suelo que nos da los alimentos para vivir. Creemos que es importante enseñar a las nuevas generaciones la importancia de cuidar este importante recurso natural, una máxima que compartimos dice: “sólo se protege lo que se ama y sólo se ama lo que se conoce”.
Este recurso sufre una degradación progresiva a causa de la erosión, desmontes, uso del fuego, sobrepastoreo, labranzas inadecuadas, falta de rotación de cultivos y expansión de las fronteras agrícolas. ¿Cuáles son los factores ambientales que favorecen el proceso erosivo del suelo? Es la pregunta lógica que solemos hacer cuando se aborda este grave problema y, por lo tanto, la respuesta suele versar sobre la deforestación de los ecosistemas, el grado de inclinación de la pendiente del terreno, la cantidad de precipitación, la velocidad del viento y las prácticas agrícolas inadecuadas, entre otros. Pocas veces analizamos más allá de los factores a nivel natural y local. Sin embargo, desde las ciencias ambientales surgen propuestas de análisis que van más allá de lo que pasa dentro del ecosistema, se inicia la valoración de los elementos externos que están relacionados con estos procesos de degradación e indudablemente llegamos al punto clave: el Modelo de Desarrollo Económico. De tal forma que entonces, la erosión ya no depende sólo de la alteración de los ciclos naturales sobre la corteza terrestre y de la espiral destructiva del ser humano sobre ella, sino indiscutiblemente, de la lógica del proceso de “desarrollo” del modo de producción capitalista, depredador en su esencia, que se ha empeñado en la cosificación de la naturaleza y del agricultor, identificándolos utilitariamente como un elemento económico más en su formulación de acumulación de la riqueza; a costa del deterioro ecológico, del empobrecimiento social, del despojo del territorio y de la pérdida cultural, que en la mayoría de las veces termina en el abandono del campo (migración). De ahí que la toma de conciencia sobre la resignificación de la relación hombre-naturaleza en su totalidad, no debe verse como una alternativa sino como una imperante necesidad. De ahí que tal vez la pregunta correcta sería: ¿cuál es la relación hombre-naturaleza que nuestros modelos de desarrollo deben implementar para revertir el grave estado de degradación de nuestro planeta, entre ellos la erosión de suelo?
La superficie de México es de 1.96 millones de km2, de los cuales 1.31 millones de km2 son áridos y semiáridos, es decir, 67 por ciento del territorio nacional; el 33 por ciento restante son zonas húmedas. México, tiene 25 de las 30 unidades de suelo reconocidas por la Unesco y la ISRIC. Los suelos regosoles, litosoles, xerosoles, feozem y vertisoles abarcan el 68 por ciento de la superficie del país. Los mejores suelos para desarrollar actividades agrícolas son los feozem y vertisoles, que ocupan el 18 por ciento de la superficie de México. Los regosoles suman el 19 por ciento del territorio y se ubican en zonas áridas, con muchas limitaciones para el uso agrícola.
México tiene suelos jóvenes y someros, alrededor de 17 por ciento del territorio tiene un espesor menor o igual a 10 cm, el 32 por ciento del total presenta una profundidad de entre 10 a 30 cm, el 13 por ciento tiene un espesor de 50 a 100 cm y 20 por ciento son suelos profundos, con más de 100 cm de espesor. El 44.97 por ciento de los suelos del territorio nacional presenta algún tipo de degradación.
Es importante que le demos el valor que requiere el recurso suelo, va nuestro futuro en juego. Rescatemos las acciones que se han realizado hasta ahora, como la iniciativa de la Ley general para el uso sustentable y conservación del suelo, que en la LXIV Legislatura del honorable Congreso de la Unión fue presentada en septiembre de 2018. Llamamos al Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRSSA) a retomar lo discutido en el Foro “Conservación y uso sustentable de suelo y agua para el desarrollo rural” realizado en agosto de 2019. Para que la conservación del suelo sea una realidad en nuestro país y se convierta en una política pública.
A lo largo de la historia de la humanidad y en las diversas culturas que formaron parte de ella, la madre tierra fue muy importante en el quehacer cotidiano y centro de veneración y respeto. La Cibeles entre los griegos, la Pachamama en las culturas de los Andes, adorada como Tonantzin en gran parte de Mesoamérica, son las distintas maneras en que se le denominó. En ella, existe un componente esencial, íntimo e indisolublemente relacionado: El recurso o bien natural suelo.
Sin embargo, cuando preguntamos ¿qué es el suelo? se suele tener varias respuestas; es el lodo o el polvo que nos rodea, es el terreno donde se labra y siembra, es la base para construir; como el recurso donde habitan seres vivos y ocurren los ciclos biogeoquímicos; es el almacén y filtro de agua potable, que regula los caudales de los ríos. Todas estas definiciones sobre el suelo son correctas, pero es mucho más, es la piel de nuestro planeta, indispensable para la vida en la “Tierra”.
A pesar de todas estas definiciones que explicitan las importantes funciones del suelo en nuestra Tierra, es el bien común más olvidado y degradado del planeta, su papel candado como generador de agua, aire y biodiversidad suele obviarse, considerándose muchas veces, como un recurso renovable eterno e inerte; pero el suelo vive y tarda siglos para que se formen unos cuantos centímetros, donde intervienen factores que al interrelacionarse generan una gran diversidad edafológica.
¿Qué hacer? Varias son las alternativas, desde realizar la actividad agropecuaria sin que el suelo se dañe, con técnicas o prácticas agroecológicas sencillas, de relativo bajo costo, fácil aplicación y aceptación por los agricultores que contribuyen a conservar las características físicas, químicas y microbiológicas del suelo, manteniendo su capacidad productiva; crear leyes de fomento a la conservación de los suelos para frenar su degradación; así como la educación ambiental a través de programas de capacitación, educación y divulgación necesaria, para contribuir a la toma de conciencia sobre la gravedad del deterioro de los suelos. Su preservación debe ser un concepto asumido por la sociedad y no quedar restringida únicamente a quien tiene la responsabilidad directa de su uso.
Una nación que destruye sus suelos se destruye a sí misma, a la madre tierra, por lo que conservarlos hace a la soberanía nacional.
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Becerra Moreno, Antonio Conservación de suelos y desarrollo sustentable, ¿utopía o posibilidad en México? Terra Latinoamericana, vol. 16, núm. 2, abril-junio, 1998, p. 0 Sociedad Mexicana de la Ciencia del Suelo, A.C. Chapingo, México.
Evaluación de prácticas de conservación de suelos forestales en México: caso de las zanjas trincheras. Helena Cotler, Silke Cram, Sergio Martínez Trinidad y Verónica Bunge. Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía, UNAM. ISSN 0188-4611, núm. 88, 2015, pp. 6-18, dx.doi.org/10.14350/rig.47378.
Perspectivas del enfoque socioecológico en la conservación, el aprovechamiento y pago de servicios ambientales de los bosques templados de México. Leopoldo Galicia; (et al.) Madera y Bosques vol. 24, núm. 2, e2421443 Verano 2018. doi: 10.21829/myb.2018.2421443.