En recuerdo de Nezahualcóyotl

** Campos, Marco Antonio. (2005). En recuerdo de Nezahualcóyotl. México: Ediciones Coyoacán.

** Campos, Marco Antonio. (2005). En recuerdo de Nezahualcóyotl. México: Ediciones Coyoacán.

Y  le pregunté en aquellos años a Yoyontzin (Nezahualcóyotl) cómo componía los cantos. Y me repuso: “los pienso, voy tocando con deleite y paciencia las palabras que salen del corazón del dios y van a la lengua del pájaro cascabel que las hace que canten en mi corazón, y yo sueño, las modelo, las lleno de música. Y el corazón vive lleno del corazón de dios”.

Así lo hacía y lo hizo siempre: cuando concibió los cantos al Dador de la Vida, o a los amigos, o a la muerte en guerra, o a la memoria de nobles y héroes, o en los días de angustia y dolor…

La suya es una flor pulida hasta el último detalle pero que guarda un fondo inextricable y secreto.

…por esos meses llegaron a Tezcoco, flor de ciudades, sabios y artistas de las cuatri direcciones de la Tierra. Unos venían de visita, otros se quedaban un tiempo otros permanecían hasta su muerte. Tezcoco ha sido, y se debe a Yoyontzin, ciudad abierta al espíritu y al conocimiento.

No he olvidado nunca la llegada de un importante grupo de sabios mayas. Venían de las tierras del sur. Tres años antes Mayapán había sido destruida. La familia Xiú venció a la familia Cocom y la borró casi por entero. No era sino la amarga culminación de una desintegración penosa que conocía ya varias ligaduras de años. La más alta cultura hasta ese momento conocida se hacía añicos.

Los sabios venían de varias ciudades del norte maya: de Tulum y de Cobá, de Izamal y Mayapán. En con uno de ellos Yoyontzin (Nezahualcóyotl) sintió de inmediato una clara simpatía y se dio por un tiempo en llevar con él una correspondencia intelectual y humana. Se llamaba Xulub Pech. Me llamó para conocerlo. “Es una memoria viva de su gran pasado”, me dijo.

El anciano maya, como nos acostumbramos a decirle, conocía lo que aquellos pueblos llaman el Sayua Than, el lenguaje hierático, la palabra virgen. Sabía de sus pueblos religión, historia, interpretación calendárica e interpretación de los sueños. A veces tenía dificultades en entenderle; el suyo era un lenguaje que no dejaba de tener oscuridades. Pero el anciano parecía haber visto y oído todo. No dejó de admirarme su dicción de nuestro idioma.

En los pocos años que le quedaron de vida me amplió los conocimientos sobre ese pueblo, o sea raíz de pueblos que se abre en muchos, y que parece haber nacido cuando surgió la tierra.

El anciano nació cerca de Tikal. Su padre fue comerciante. Eso le permitió acompañarlo desde niño y conocer ciudades y poblados remotos de las tierras altas y de las tierras bajas. Sólo al final, con los últimos estertores de la familia Cocom, llegó a Mayapán, la ciudad amurallada que surgió como centro, pero se desarrolló como una copia sin brillo, de Chichén-Itzá. Había perdido la cuenta del número de viajes, pero no era lo mismo caminar por los anchos caminos del norte —de Tulum a Uxmal— que por los intrincados y a veces inextricables caminos del profundo sur. “Y desde entonces he subido ya muchos escalones de tiempo”, decía.

Una de las primeras veces que nos vimos, junto con Nezahualcoyotzin, Xochiquetzaltzin y otros sabios de la región nuestra (de Tlazcala y Huexotzingo, de Cholula y Tlalmanalco, de Tlacopan y México), el anciano mostró copias de un pequeño objeto de un fragmento de estela. Señaló rostros, barras, puntos. Nosotros conocíamos los signos de su calendario, pero era un goce oír de su boca las explicaciones. Por otras vías nuestro calendario era el mismo. Salvo una ligera pero profunda diferencia: ni los herederos mayas de las tierras del norte, ni los teotihuacanos, nuestros abuelos, ni nosotros mismos alcanzamos tamaña exactitud. Aquellos sabios le habían robado el último instante a los astros y a la noche.

Otra ocasión nos mostró objetos de cerámica, estatuillas y utensilios. Creí que seguiría hablando de la familia maya. Sonrió.

—Todo se relaciona —dijo—, todas las culturas se relacionan.

Cada día Nezahualcoyotzin apreciaba más al anciano. Sus conversaciones eran cotidianas. Una jornada aun la dedicó integralmente a él. Venga con noso-tros, me invitó.

Nezahualcoyotzin lo llevó a la sala donde guardaba joyas y piedras preciosas. En la mirada el anciano se iluminó una alegría de verdad y raíz. Daba gusto ver cómo las veía, cómo las tocaba, cómo las sentía; objetos de jade, de concha, de carey, de coral…

—No es sólo esto, anotó el anciano. Los señores y principales de la región nahua visten también con pieles de nuestras fieras y animales. El mejor algodón aun lo traen de nuestros pueblos.

Salimos al patio mayor. Hacía un calor bochornoso. Nos guardamos a la sombra de los sabinos. Quería conocer Teotihuacan.

—La he soñado sin conocerla. Aunque enorme. Tikal no puede comparársele en dimensión y proporción. Pero Tikal…

Aún veo y oigo al anciano al hacer el detalle de Tikal con sus plazas y explanadas y plataformas y avenidas y estanques. ¡Qué heroísmo espiritual en espacios casi insalvables! ¡Cómo llegaron a edificarse miles de estructuras en áreas reducidas cuidando acompasadamente el efecto estético!

Salimos de los palacios. Pasamos el templo mayor, el templo de Quetzalcóatl, el tetzapan, la valla de árboles y arbustos espinosos. Me volví a ver los templos. Parecía que el tezontle absorbía y aspiraba el sol. El calor pesaba.

En la gran edad retomó el anciano, dominaba más en las estructuras la esbeltez que la dimensión y el ímpetu: pirámides y templos con un equilibrio armónico por la disposición rítmica de paneles, de molduras, de la escalera y de la crestería como flecha de piedra disparada al cielo…

¡Pero como olvidar ciudades, o lo que quedaba de ellas, que visité tantas veces, que admiré tantas veces, de las que aprendí tanto! ¡Aquellas ciudades que pareció moldearlas el mismo Creador y Formador! ¡Aquellas ciudades que crecieron simultáneamente, o después, al lado del Usumacinta y del Motagua! ¡Yaxchilán y la belleza de los dinteles donde luce tanto “Pájaro Jaguar”! ¡Y Bonampak y sus pinturas tan cruelmente reales! ¡y Palenque, cuyas construcciones dieron un nuevo estilo a las ciudades, más fino y luminoso! ¡Y Uxmal, que surgió acaso por encanto de magia! ¡Y Copán, donde los astrónomos robaron el tiempo al cielo estrellado y erigieron templos para medir el último instante! ¡Y cómo supieron de la hora de los eclipses y de los cometas de antes y más tarde! ¡Y de sus estelas llenas de tiempo y de números! ¡Copán, donde con medios mínimos, se encumbró a lo más alto! Y de súbito ese tiempo y ese universo hecho de tiempo se convirtieron en sombras y ruinas. Se volvieron sombras y ruinas. ¿Por qué? Había guerras, sí, pero entre el final del séptimo bactún al principio de bactún décimo, habían sido escasísimas. Se veneraba a los dioses, se respetaba a los pueblos, se seguían las tradiciones, se protegía a artistas y artesanos.

Y de pronto, nada.

Se inició la dispersión, y más tarde, llegaron los hombres de Tula a Chichén-Itzá.

* [email protected]