El estado de Puebla ha jugado un papel importante en la historia del país desde la era precolombina. Primero como un centro de población aborigen y religioso y después como área de colonización española más importante fuera del valle de México. Puebla se desarrolló como una base industrial y agrícola significativa y jugó un papel militar y comercial debido a su ubicación en la ruta principal entre la ciudad de México y el Puerto de Veracruz, en el Golfo. Así, los numerosos ejércitos y grupos políticos que lucharon por el dominio del país en las décadas que siguieron a la independencia de 1821 se centraron en Puebla, ya que el control de este estado significaba el acceso al poder en la ciudad de México y de ahí, el dominio total sobre la populosa e importante región central de la nación. Por tanto, el férreo control del estado fue un factor dominante durante el gobierno del dictador Porfirio Díaz en México, que duró más de treinta años (1876-80 y 1884-1911). En consecuencia, el estado se convirtió en objetivo primordial de los revolucionarios en 1910-1911, quienes lo arrancaron del control del dictador. Para el nuevo caudillo, Francisco I. Madero, el estado también tenía un significado estratégico, pero Madero jamás pudo consolidar su poder en Puebla debido al fraccionamiento y desintegración de su movimiento revolucionario. En vez de servir de baluarte de estabilidad, como lo había sido para Díaz, el estado ayudó a desencadenar la rápida caída de Madero, menos de dos años después de haber derrocado a su predecesor.
El presente libro examina el papel jugado por Madero, primero como líder político y revolucionario de la oposición y finalmente como el presidente que formó su movimiento en el estado de Puebla, 1909-1913, y lo condujo tanto a un éxito casi instantáneo como a una derrota de similar rapidez. La naturaleza del movimiento de Puebla y sus miembros será también estudiada con el objetivo de explicar cómo su conformación y dinámica hicieron posible tal movimiento, al mismo tiempo tan débil y de corta duración. Finalmente, analizando el caso de Puebla este estudio pretende arrojar un poco de luz sobre el proceso de la lucha revolucionaria a nivel local y ayudar a explicar mejor cómo, por qué y con qué resultados, el pueblo mexicano escogió resolver sus urgentes problemas políticos y socioeconómicos mediante el uso de la fuerza, comenzando así el evento más importante y de consecuencias más serias en el México del siglo XX.
La región central del estado de Puebla contiene [a inicios del siglo XX] la más alta densidad de población en el estado, además de su capital, la ciudad de Puebla. El sur, a una altura promedio de 2 mil metros, es más cálida y generalmente más seca; se caracteriza por tener montañas áridas y cuencas fluviales donde la cosecha dominante es la caña de azúcar. El estado tiene un clima suave con estaciones lluviosas (mayo a octubre) y secas, claramente distinguibles. En 1910 tenía una población de un millón cien mil habitantes, de los cuales un 10 por ciento residía en la capital.
A pesar de la diversidad y riqueza de Puebla, no todo iba bien durante la primera década del siglo XX. Los años del Porfiriato habían traído una calma relativa y un crecimiento económico, pero los frutos de estos éxitos beneficiaban en forma creciente sólo a una pequeña élite nacional y extranjera, mientras la mayoría de los poblanos se veían más y más marginados. Incluso algunos sectores de la clase media, aunque económicamente más solventes, resentían el cerrado sistema político y social de aquellos años. Después de 1907 se produjo una seria crisis económica internacional, causada por la sobreexpansión, competencia en aumento y retractación de crédito por parte de EU que, añadida a los problemas del estado, echó por tierra la confianza de la comunidad industrial y agrícola mexicana, creando un creciente sector de hacendados, empresarios y comerciantes descontentos, quienes comenzaron a manejar la idea de remplazar al anciano dictador Díaz.
Industrialmente, el estado de Puebla estaba en quinto lugar de importancia en el contexto nacional, con casi un 8 por ciento de la producción total del país. El estado se jacta entonces de una buena producción de tabaco, azúcar y plantas de energía eléctrica, pero la más importante de sus industrias era sin duda la fabricación de textiles, que en 1910 representaba un tercio de la producción nacional de hilos y paños con más de cuarenta fábricas que empleaban alrededor de ocho mil trabajadores. La expansión en la industria textil, durante los últimos años del porfiriato, trajo como consecuencia no sólo la disminución de ganancias para los empresarios, sino también inseguridad y tiempos arduos para los obreros. Esta situación se agudizó especialmente a partir del año 1907, cuando todo México cayó en una depresión económica. Las fábricas cerraron sus puertas y trabajadores de los molinos fueron despedidos o se les redujeron las horas de trabajo. Surgieron huelgas en varias fábricas y las autoridades las reprimieron mediante el uso de la fuerza y de “rompehuelgas”. Mientras tanto, la inflación y el desempleo causaba una seria baja en los salarios reales de los trabajadores.
En las áreas rurales del estado, donde vivía un 84 por ciento de la población, las condiciones de vida para la inmensa mayoría de los campesinos no era mejor que la industria. La monopolización de la tierra a costa de las pequeñas tenencias comunitarias había privado a la mayoría de estos trabajadores de sus tierras, obligándolos a trabajar en las casi cuatrocientas haciendas del estado. Mientras el sistema de peonaje por deuda mantuvo a los campesinos atados al gran latifundio, éstos pudieron por lo menos disfrutar cierta seguridad comparados a los trabajadores temporales, cuyos dieciocho a treintaisiete centavos al día apenas si podían mantenerlo a él y a su familia, aun cuando tuviera trabajo permanente, cosa que raramente ocurría. A partir de 1900, el crecimiento de la competencia en la producción de azúcar, proveniente de otras plantaciones domésticas, obligó a los dueños de las plantaciones a expandir y mecanizar sus industrias, adquiriendo así más tierra, reduciendo plantillas y estrangulando a los pequeños productores. Este proceso creó un creciente descontento en la población y forzó a muchos a emigrar a las ciudades donde llegaron a formar una reserva barata de trabajadores desempleados.