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¡Gracias! II

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Capítulo 19 (p 465)
La herencia política

En buena medida, de nuestro pasado excepcional ha surgido la fecunda historia política de México con sus admirables próceres y excepcionales patriotas. José Martí decía “Injertarse en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. Es cierto que Miguel Hidalgo era criollo y se había formado con las ideas de la Ilustración surgidas en Europa, pero su origen mexicano y, sobre todo, la convivencia con el pueblo raso, lo llevó a defender causas profundamente justas y arriesgadas que le costaron la vida. Este cura rebelde y bueno es el padre de nuestra Patria. Por esas singularidades de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la Independencia nacional. A los mexicanos nos importa más el precursor, el cura Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista representaba a la élite, a los de arriba, y solo buscaba ponerse la diadema imperial. Hidalgo fue otra cosa. A él le tocó junto con Allende, Aldama, Jiménez y otros dirigentes populares enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la abolición de la esclavitud.

El pensamiento de Hidalgo era subversivo. Nada en su personalidad lo distanciaba de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas. Por ejemplo, en una de sus cartas al  intendente Juan Antonio Riaño escribía: “ No hay remedio, señor intendente: el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad y vilmente, de hombres libres, convertirlos a la degradante condición de esclavos”. Al mismo tiempo, Hidalgo era un hombre profundamente humano, un auténtico cristiano. Así lo demuestra el hecho de que, para evitar el degüello de miles de oponentes realistas, pero también de inocentes, prefirió quedarse en el cerro de Las Cruces y no tomar la ciudad de México, que estaba prácticamente rendida. Sin embargo, sus adversarios nunca le perdonaron la osadía de querer igualar a los pobres con las clases más favorecidas. Baste recordar el juicio en que lo excomulgan y la manera en que lo asesinan, le cortan la cabeza y la exhiben como escarmiento por más de diez años en la plaza principal de Guanajuato.

Ningún dirigente en la Historia de México ha recibido más insultos que el cura Hidalgo. Paco Ignacio Taibo hace un recuento de todos los improperios: “endurecida alma, escolástico sombrío, monstruo, taimado, corazón fementido, rencoroso, padre de gentes feroces, Cura Sila, entraña sin entrañas, villano, hipócrita, refinado, tirano de tu tierra, pachá, locura, imprudentísimo bachiller, caco, malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimo bachiller Costilla, excelentísimo pícaro, homicida, execrable majadero, badulaque, borriquísimo, primogénico de Satanás, malditísimo ladrón, liberticida, insecto venenoso, energúmeno, archiloco americano”.

Por si fuere poco, en el juicio de excomunión lo llaman demagogo, “desnaturalizado y frenético”. Él se defendía respondiendo que actuaba con apego a su conciencia y es célebre la frase que dirige a sus acusadores: “Abrid los ojos americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos: ellos no son católicos sino por política: su Dios es el dinero y las conminaciones solo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español?” En fin, si Hidalgo no hubiera sido auténtico, como lo era, no lo hubieran sacrificado con tanta saña como lo hicieron con Jesús Cristo.

El cura Miguel Hidalgo en sus últimas horas, dio muestra de un temple excepcional y de una serenidad conmovedora y hasta tuvo el gesto de una insólita amabilidad de componer unas décimas de agradecimiento a sus carceleros por el buen trato que le brindaron. Una de ellas dedicada al cabo Manuel Ortega, dice así:

Ortega tu crianza fina
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable
aún con gente peregrina.
Tiene protección divina
La piedad que has ejercido
Con un pobre desvalido
Que mañana va a morir,
Y no puede retribuir
ningún favor recibido.

Lo que le permitió al padre de la patria enfrentar la muerte con aplomo y tranquilidad fue la paz con su conciencia, la certeza de que, con fidelidad a sus principios y valores, había hecho lo correcto y lo que era necesario para bien del pueblo al que se debía. Cuando lo iban a fusilar, el 30 de julio de 1811, a cuatro metros de distancia, los soldados temblaban, le dieron varios tiros sin matarlo y el sargento del pelotón tuvo que ordenar a dos de ellos que le pusieran las bocas de los fusiles directamente en el corazón. Nosotros, los mexicanos, debemos sentirnos orgullosos por este héroe santo y muchos otros, porque aquí, como en ninguna otra parte, el movimiento independentista no se inició por simples reacomodos en las cúpulas del poder ni se gestó únicamente por el sentimiento nacionalista, sino que fue fruto de un anhelo de justicia y de libertad. Por ello, el grito de libertad y justicia va antes que el de la independencia política.

* [email protected]

** López Obrador, Manuel. 2024. ¡Gracias! México:Planeta

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