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El Ícaro moderno

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Siendo parte de la mitología griega, la historia de Ícaro no podía dejar de ser una tragedia cuyo desenlace es la muerte de ese joven aventurero. Una muerte que, aunque provocada por su personalidad, no lo hacía portador de culpa alguna. Desmenucemos un poco más su historia comenzando con su padre: Dédalo, quien era un prominente arquitecto e inventor en la isla de Creta bajo la protección del rey Minos. Después de faltar a su palabra con Poseidón, en un acuerdo que lo haría quedar como un rey fuerte y poderoso, Minos sufre la venganza del dios de los mares que lo dejó envuelto en un drama marital y con un hijo ilegítimo. Venganza digna de un culebrón televisivo pues su hijo era ni más ni menos que Minotauro, esa criatura con cuerpo de hombre y cabeza de toro que era el símbolo de la humillación de Minos a manos de Poseidón. Semejante pasaje no podía ser conocido por el reino, por lo que Minos encargó a Dédalo la edificación de un encierro para Minotauro. Dédalo diseñó y construyó un laberinto imposible de resolver en cuyo centro se escondería a Minotauro; aquella persona que se aventurara a entrar para conocer lo que ahí se guardaba jamás podría salir; de modo que el escandaloso secreto del rey estaría a salvo. Y así fue, o al menos por un tiempo, hasta que apareció Teseo, que dio muerte a Minotauro y logró escapar del laberinto con ayuda de la mismísima hija de Minos, Ariadna, quien pidió a Dédalo idear un plan de salida del laberinto para luego compartirlo con Teseo.

El secreto mejor guardado fue revelado y el furioso rey debía castigar al responsable de su humillación pública. Por lo que Minos decide encerrar en el laberinto a Dédalo, el culpable directo de la fuga de Teseo. Pero eso no representaba suficiente castigo, por lo que lo encierra junto con su hijo: Ícaro. Los dos morirían atrapados en el laberinto por la traición del padre. Naturalmente, Dédalo no se cruzaría de brazos y maquinó una forma de escapar. Hacerlo por tierra o mar no era una opción, podrían ser fácilmente descubiertos por la vigilancia que el rey Minos mantenía, así que la única opción era el aire: el vasto cielo en el que volaban las aves. ¡Las aves, ahí estaba la clave! Dédalo pondría manos a la obra, recolectaría plumas de todos tamaños y usando cera para pegar una a una las plumas, construiría alas para él y su hijo. No todo estaba perdido, era un plan perfecto… o casi perfecto. El “casi” lo descubriría Ícaro de manera fatal.

Una vez terminadas las alas, Dédalo le enseñó a Ícaro a volar y le advirtió que no volara demasiado alto para que el calor del Sol no derritiera la cera que unía las plumas, ni demasiado bajo para que las alas no se mojaran en el mar. Una vez listos, padre e hijo se elevaron y volaron escapando del laberinto. Ya en el aire, Ícaro estaba fascinado. Joven al fin, disfrutaba el vuelo y se atrevía a ir más alto sin escuchar la advertencia de su padre. A medida que ascendía, la cera se derretía y en cada aleteo las plumas iban cayendo hasta que no quedó una sola e Ícaro cayó al mar donde murió. Si bien Ícaro no intentaba acercarse al Sol, sino sólo explorar el vuelo, al final esto le costaría la vida.

Tocar el Sol; sin duda aun en la mitología griega eso suena descabellado. Pero algo que los científicos compartimos con Dédalo es una gran imaginación; es justamente esa imaginación la que nos permite elaborar teorías para entender el funcionamiento de todo lo que está en el universo. Esas teorías tendrán que ser demostradas como ciertas a partir de un método científico, pero las ideas básicas del quehacer científico parten de la imaginación. Es así como es válido hacernos la siguiente pregunta: ¿podríamos volar como lo hizo Ícaro y alcanzar el Sol?

Imaginemos por un momento que ese viaje fuera posible; así como Dédalo lo hizo con sus alas, tendríamos que explorar los problemas a enfrentar y su solución. Entre los muchos problemas que tendría volar al Sol destacan dos: nuestra estrella es una bola de gas muy pero muy caliente donde la temperatura puede alcanzar los 2 millones de grados centígrados1 y se encuentra muy lejos de nuestro planeta a una distancia de 150 millones de kilómetros2. Unas alas de plumas y cera no harían el trabajo… ¡pero una máquina sí que lo haría!

La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (mejor conocida como NASA) fungió en algo así como un Dédalo moderno y en 2018 lanzó al espacio la nave espacial Parker Solar Probe (PSP por sus siglas en inglés) cuyo lema es “una misión para tocar el Sol”. Esta nave tiene varios propósitos, entre los principales están estudiar el magnetismo de nuestra estrella y cómo se calienta su atmósfera.

El lector podría cuestionarse qué hay que saber del magnetismo solar, ha sido objeto de estudio por siglos, entonces qué podemos ignorar de él. Si pensamos en el Sol como un gran imán, todo se podría acotar a que tiene dos polos magnéticos y punto. Pero el magnetismo de nuestra estrella es bastante más complicado que eso pues su campo magnético es cambiante. Tanto, que por un corto tiempo puede tener globalmente solo dos polos, pero al cabo de algunos años puede cambiar y ser multipolar, lo que podríamos imaginar como cientos de pequeños imanes colocados al azar en la superficie del Sol. Por si esto no fuera poco, la polaridad global del Sol cambia cada 11 años, de manera que si comenzamos con un dipolo orientado Norte-Sur, en 11 años su orientación es Sur-Norte, y deberán pasar otros 11 años para volver a tener la orientación original. A este periodo de 22 años se le conoce como el ciclo de actividad solar y está basado en el comportamiento magnético del Sol.

Por otro lado, la experiencia nos dice que a medida que nos alejamos de una fuente de calor se tiene una sensación térmica menor. Cuando acampamos nos colocamos cerca de la fogata para recibir mayor calor, pero en cuanto nos alejamos comenzamos a sentir frío. El núcleo del Sol sería la fogata, al alejarnos de ahí el material de nuestra estrella tendría que ser más y más frío. Así el gas de la atmósfera solar sería mucho más frío que el centro de la estrella, ¡pero eso no sucede así! El gas se comienza a enfriar del centro de la estrella a su superficie, pero luego en la atmósfera comienza a calentarse y calentarse.

Estos dos aspectos del Sol, su magnetismo y atípico calentamiento atmosférico, no han sido entendidos en su totalidad por los científicos y son dos de las incógnitas más importantes de las Ciencias Espaciales que la misión Parker Solar Probe ayudará a resolver. Para ello la nave, similar en peso y tamaño a un auto compacto3, cuenta con cuatro experimentos a bordo, cada uno con varios sensores que deben operar en condiciones extremas de temperatura y radiación. Para protegerse de las altas temperaturas la nave cuenta con un escudo térmico, consistente de una placa de carbón de unos 11 centímetros de espesor que permitirá el correcto funcionamiento de todos los instrumentos.

La trayectoria de PSP hacia el Sol incluye siete vuelos de paso alrededor de Venus a lo largo de siete años, esto para ajustar la trayectoria e ir acortando su órbita alrededor del Sol. Una vez alrededor de la estrella, la nave realizará 24 órbitas para estudiar al astro rey y se espera que en junio de 2025 alcance su mayor acercamiento al Sol. ¿Será entonces que toque al Sol?

Tocar y acercarse son ya cosas distintas, pero los científicos que estudian el Sol tienen incluso un concepto diferente de lo que sería “tocar el Sol”. El 28 de abril de 2021 y por primera vez en la historia de la exploración espacial, la nave Parker Solar Probe cruzó la llamada superficie crítica donde el viento solar4 se acelera y pasa de tener velocidades subsónicas (por debajo de la velocidad del sonido en el medio) a velocidades supersónicas. Este cruce ocurrió a 13 millones de kilómetros de la superficie solar y es lo que los científicos consideran tocar el Sol. Si ya de por sí el diseño y construcción de esta misión representa un logro sin precedentes de la ciencia e ingeniería moderna, ese 28 de abril Parker Solar Probe realizó una hazaña: ¡tocó el Sol! A diferencia de Ícaro, Parker Solar Probe sí intentará acercarse lo más posible al Sol y su vida útil concluirá al hacerlo convirtiéndose así en el Ícaro moderno.

* [email protected]

1 El agua hirviendo que añadimos a nuestro café en polvo en la mañana tiene alrededor de 100 °C.

2 La distancia en línea recta entre la ciudad de Puebla y la CDMX es de 107 km.

3 Sus dimensiones son de 2.3×3 metros y tiene un peso de 685 kilogramos.

4 Flujo continuo de partículas expulsadas de la atmósfera del Sol y que llena todo el Sistema Solar.

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